Una demostración de poder: anda rodando un meme en el que una familia, aunque está reunida para celebrar un cumpleaños, acaban dejando de lado los agazajos para ver... Betty La Fea.
Otro caso: una buena amiga acaba de salir de cine y después de saludarme me dice que se va corriendo a su casa porque se va a perder... el capítulo de Betty.
Betty La Fea. Año 2019. ¿Quién lo diría? 18 años después de su emisión original -cumplió su mayoría de edad, quién lo diría- sigue alojada en la familia colombiana como en algún momento lo estuvieron el calendario Pielroja o el almanaque Bristol. ¿Qué tendrá esa historia de la fea más amada del país que aún sigue teniendo vigencia? Es jodido que me lo pregunte porque aún en mi familia me critican porque aún me parto a carcajadas viendo El Chavo. Bueno... también me he puesto triste cuando Betty sufre la traición de Don Armando.
Tal vez, y es un mérito gigantesco de Fernando Gaitán, su creador, es el hecho que su historia sea una radiografía del colombiano promedio. Ese que tiene la sinigual capacidad de reírse de todo; disfrutamos un corrientazo como Bertha, tanto como una cena en un restaurante cinco estrellas. Nos gozamos como Freddy, el tomar un viaje en moto tanto como montar en un auto lujoso. Nos ilusionamos como Nicolás el levantarnos un mujerón. Soñamos como Betty en el amor de nuestras vidas aunque nos engaveten en una oficina que nadie ve. Aunque también es un vivo retrato del colombiano que también es arrogante y petulante apenas roza un estrato mayor. Cualquiera no hace seis semestres de finanzas en la San Marino, ¿no es así? Ecomoda era Colombia, después de todo y nunca lo supimos.
Con el uso de YouTube este tipo de historias de antaño acaban siendo asequibles a cualquiera pues todo está a la vuelta de un clic. Pero no deja de ser inquietante que su productora siempre recurra a ella cuando está en aprietos. ¿Tan duro le están pisando el cuello desde su competencia que siempre habrá que echar mano de lo que siempre funcionó? Vaya uno a imaginarse cuántos guiones estarán en una caja de archivo porque no cubren el estándar que la televisión nacional pide: historias de mafiosos casi siempre paisas, novelas de costeños o musidramas de vallenatos. Ya que estamos en historias regionales, sería bueno que alguna vez alguien se le midiera a producir una novela de pastusos...
En 2001 no estaba masificado el uso de computadores y teléfonos celulares. No habían memes, ni stickers ni gifs. Hoy, ya no se nos hace raro que acabemos una conversación con un sticker de Betty o Nicolás con sus particulares risas. Es bonito que este tipo de historias no caduquen porque se vuelven parte de nuestra identidad. Es bonito que este tipo de historias trasciendan, al punto que buena parte del mundo ya la ha importado y adaptado a su cotidianidad. Es bonito pues nos permite soñar en ese día en que al cruzar por la aduana de cualquier país del mundo y ver nuestro pasaporte, en vez de dudar de nuestras intenciones, nos saluden con la escandalosa risa de Betty.
No faltará quien en estos tiempos quiera ser más papista que el papa: Que Armando era un misógino, que Betty debió ir presa, que la mejor venganza de Betty debió ser haberlo dejado plantado en el altar, etc., etc., etc. Lo políticamente correcto quedará para quien se atreva a revisar la historia. Sálvese quien pueda.
SORBO FINAL: Cuando suspenden el fluido eléctrico en sus hogares mientras están viendo el partido o la novela, o se refrescan frente al abanico por el golpe de calor, ¿no recuerdan la promesa de cierto gobernador de liquidar a la empresa proveedora de energía eléctrica que acaban de increpar? Ya vienen las próximas elecciones. Recuérdenselo a quien lo vaya a reemplazar y ojalá sin tener que putear al anterior.