Cinco razones por las que, desde ya, voto por Fajardo


 

Las elecciones presidenciales de 2026 están a la vuelta de la esquina y yo ya elegí a mi candidato: Sergio Fajardo Valderrama. Y lo elegí por cinco razones claves:

La primera porque es un hombre que, cuando las cosas van bien, se asoma a la ventana para felicitar a quienes han logrado esos éxitos, y que, cuando van mal, se mira al espejo. Para mí, ese saber dónde mirar —a la ventana o al espejo— es la condición de un verdadero líder. Estos cuatro años hemos sufrido un presidente que hace todo lo contrario: cuando las cosas van mal (“yo no convoqué el paro”) mira por la ventana para ver a quién echarle el agua sucia; y cuando las cosas van bien, busca el primer espejo para echarse todas las flores. Para ser justos nuestro presidente, en estos tres años se la ha pasado mirando por la ventana sin tener muchas oportunidades de mirarse al espejo.

La segunda razón para elegir a Fajardo es que entiende —pues ya lo ha hecho en Medellín y en Antioquia— que gobernar es fijarse metas claras y empezar a perseguirlas, junto con todos los colombianos, desde el 7 de agosto, una vez posesionado. Porque, seamos claros, las metas de Fajardo no son suyas: son de todos, y las logramos todos o no las logramos. Colombia no es el país grande que debe ser porque hemos aceptado que los presidentes se crean los salvadores de los colombianos. Aquí no necesitamos Mesías: necesitamos ponernos de acuerdo hacia dónde vamos y empezar todos a remar en consecuencia.

La tercera es que Fajardo garantiza una presidencia que gobierne mirando el panorámico y no el espejo retrovisor. Cuando un presidente asume su mandato, es responsable del país en el estado en que se encuentre, sea un estado magnífico o deplorable. No puede pasarse cuatro años echándole la culpa a sus antecesores, cuando debe estar enfocado en construir con todos, un futuro para todos. Son deplorables los presidentes que achacan los problemas, por mínimos que sean, a sus antecesores, como si apenas el 7 de agosto de su posesión se enteraran del estado de la nación que van a gobernar.

La cuarta es que, con Fajardo, con su posición política y personal, vamos a tener la oportunidad de desnudar y terminar con la polarización estúpida que nos persigue desde la Patria Boba (que lo fue tanto como las patrias que la sucedieron): federalistas contra centralistas; Bolívar contra Santander; librecambistas contra proteccionistas; liberales contra conservadores; Uribe contra Petro, y así, ad nauseam. Mientras nosotros peleamos, los políticos se enriquecen; mientras nosotros peleamos, el país no progresa; mientras nosotros peleamos, perdemos la posibilidad de ser felices.

La quinta, y última, es que Fajardo es un buen tipo. Y esto, aunque suene como una debilidad, es la gran fortaleza de un buen gobernante. Un buen tipo está dispuesto a muchas cosas: reconocer sus debilidades armando un gran equipo que las compense; hablar con los demás para conocer sus opiniones y para que cuestionen sus decisiones; llegar a tiempo a las reuniones, respetando el tiempo de los demás tan sagrado como el suyo; decir la verdad, aun a costa de poner en riesgo su prestigio. Esto de ser buen tipo es una muestra de carácter, no una flaqueza como piensan muchos, pues los auténticos buenos tipos saben trazar una raya ética y de principios que no están dispuestos a cruzar ni a permitir que otros la crucen. En nuestro pasado presidencial tuvimos demasiados tipos “duros”, que fueron pan comido para sus áulicos, quienes descubrieron pronto que su dureza era puro tilín y nada de paletas.


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