Desde el viernes, cuando me enteré del atentado contra Miguel Uribe Turbay, tengo la deprimente sensación de que ya viví esto. Y es una sensación con fundamento, pues efectivamente la viví, la vivimos, hace varias décadas, en esa larga y penosa noche colombiana que empezó con la muerte de Jaime Pardo Leal, a quien conocí cuando ambos militábamos en el Partido Comunista; siguió con el atentado a José Antequera, compañero de militancia de Anamarta, mi mujer, donde resultó herido mi amigo y compañero de facultad de Derecho, Ernesto Samper Pizano; continuó con el asesinato de Luis Carlos Galán, con quien compartí también, sin conocerlo, las aulas de Derecho de la Javeriana de Bogotá; tuvo un cuarto episodio con el de Bernardo Jaramillo, quien militó también en el PC cuando yo había abandonado sus filas; y culminó con la muerte de mi hermano Carlos, con quien compartí una vida, las aulas de la Javeriana y la militancia comunista.
Cinco muertos. Todos cercanos por distintas razones.
Hoy, otra vez, un candidato a la presidencia de este país se debate, mientras esto escribo, entre la vida y la muerte. Hoy, otra vez, nos encontramos ante la posibilidad de que los odios y la violencia política nos lleven a otra extensa y oscura noche. Hoy, otra vez, nos enfrentamos a la posibilidad de que las “investigaciones hasta las últimas consecuencias” no conduzcan a ningún lugar. Hoy, otra vez, nos preguntamos si este es un país con algún futuro.
Quiero ser optimista: espero que Miguel Uribe Turbay se recupere y vuelva a la vida con los suyos y con todos nosotros; que la noche terrible de finales de los años ochenta y principios de los noventa no se repita, y que este sea un hecho terrible, pero único y aislado; que las investigaciones conduzcan a esclarecer quiénes están detrás de este atentado y a prevenir otros que puedan ocurrir.
Pero soy consciente de las limitaciones que la vida impone a mi optimismo. El estado de Miguel Uribe reviste la máxima gravedad y el pronóstico es reservado. La polarización y los odios políticos no cesan, por el contrario, crecen, alimentados por quienes se benefician de ellos: las guerrillas, los paramilitares, los narcotraficantes, los corruptos de izquierda y de derecha, y un largo etcétera. La investigación puede ser manipulada para que conduzca, una vez más, a callejones sin salida. La desaparición del celular del sicario, si se confirma, me recuerda el tiro de gracia que el jefe de escoltas del DAS le pegó al asesino de Carlos, después de que había soltado el arma y no tenía, en un avión a miles de pies de altura, a dónde huir.
El año entrante tendremos la oportunidad de votar por un nuevo amanecer. ¿Lo haremos?