Gran parte de mi novela Las bocas del silencio transcurre en Getsemaní, el viejo arrabal de Cartagena de Indias. Allí nacen dos de los protagonistas: el narrador y su madre, la bella mulata que partió como prostituta de su ciudad natal y arribó a Port-au-Prince, en Haití, convertida en princesa.
Con el paso del tiempo, la visión del barrio que tenemos quienes no habitamos Getsemaní ha ido cambiando. Hoy lo vemos como un lugar “in”, en franco proceso de gentrificación, ideal para turistas en busca de nuevas experiencias vitales y culturales, no todas necesariamente santas. Hace no muchas décadas, la imagen era muy distinta: un arrabal denso, casi un antro, sede de famosos bandidos como Samir Beetar, hampón mayor para unos y Robin Hood para otros. Sin duda, Getsemaní ha sido —y es— eso y mucho más.
Lo que muchos ignoramos son los aportes que han hecho los getsemanicenses, raizales o adoptados, a la historia del país. Quizás el más famoso sea el del maese Pedro Romero, quien el 11 de noviembre de 1811 condujo a los jinetes del barrio para forzar la independencia absoluta de Cartagena de Indias. Pero hay más: otros nombres y otras gestas que no todos conocemos.
Uno de esos grandes aportes ocurrió en los años cincuenta del siglo pasado, cuando tres personas —una mujer y dos hombres— nos revelaron la diversidad y la riqueza de nuestras regiones y gentes. Sus nombres: Delia Zapata Olivella, su hermano Manuel, y el amigo de ambos Nereo López. Los dos primeros, con una grabadora, y el tercero, con una cámara fotográfica, recorrieron el país descubriendo gentes, ritmos, bailes, leyendas, paisajes, construcciones, vestimentas, transportes…
Un país variado, difícil de recorrer y más difícil de juntar, fue surgiendo de sus grabaciones y de sus fotografías. Un país múltiple, diverso, que aún no logra verse ni comportarse como uno solo en aquellos aspectos donde la unidad es importante. Y que todavía no consigue sacarle jugo a esa gran diversidad para crecer y liderar. Colombia, nos mostraron Delia, Manuel y Nereo, son muchas, pero aún no es una.
Nota bene: Ayer, en el Cine Club El Solar de Anne y Carlos Proenza, localizado en el arrabal de Getsemaní, tuvimos el placer de ver y oír a ese gigante que es Salvo Basile, antes de la proyección de la película que lo trajo a Colombia y que volvió a poner a Cartagena de Indias en el mapamundi: Queimada, de Pontecorvo, con Marlon Brando y Evaristo Márquez. Una ocasión que sin duda merece una crónica.