Las historias de Juan: El Sitio de Vernon (III)


En muchas ocasiones, cuando caminamos en la mañana por las murallas del Centro Histórico que miran al Mar Caribe, intento imaginar lo que debió sentir algún observador al ver en la lejanía las decenas de embarcaciones que conformaban la magnífica expedición que Vernon ensambló para atacar a la Reina del Caribe. No sé si la vista le alcanzaría para contar cuantas embarcaciones y con cuantos cañones venía la flota de su Majestad Británica, pero sin lugar a dudas le debieron parecer muchas y muy amenazantes, en especial si las comparó con las fuerzas que componían la defensa de Cartagena al mando del Virrey Eslava y del Almirante Blas de Lezo. Para que el lector de hoy comprenda la ansiedad que debió sentir el testigo de entonces, estos son los números de atacantes y defensores:

Este recuento de las fuerzas de ambos lados, da al traste con el concepto de que se trató de una batalla entre europeos en tierra americana. Los británicos traían consigo un importante contingente de colonos norteamericanos y otro de negros de Jamaica, que representaban el 16,5% de sus efectivos; por su lado, los españoles disponían entre sus militares de un número indeterminado de blancos criollos más un contingente de indios, negros y mulatos que componían el 22% de sus combatientes. 

Las fuerzas que se desplegaban frente a Cartagena eran numerosas, al punto que algunos historiadores sostienen que se trató de una fuerza anfibia tan solo superada en 1944 por la que organizaron los Aliados en la II Guerra Mundial para invadir el 6 de junio de ese año las costas de Normandía dominadas por los Nazis. Cuatro consideraciones claves debieron contribuir a reducir el pánico generado por la poderosa armada en nuestro imaginario observador: una, los ingleses no podían atacar a la ciudad directamente por el Mar Caribe, para hacerlo tenían que desplazarse 15 kilómetros al sur para forzar por Bocachica la entrada a la Bahía Exterior y luego enfrentar las defensas de la Bahía Interior y de la ciudad misma, defensas construidas por los españoles en los siglos XVI y XVII que no habían sido violentadas desde el ataque del corsario francés Barón de Pointis en 1697. Recordemos que la entrada a la bahía por Bocagrande estaba cerrada por una barrera de arena desde 1640; dos, la capacidad militar de los dos líderes de la plaza a punto de ser sitiada, el Virrey Eslava y Blas de Lezo, que eran viejos conocidos de los ingleses con quienes llevaban combatiendo varias décadas. De hecho, los tres, los dos españoles y Vernon, habían recibido muy jóvenes su bautismo de fuego como militares en la Guerra de Sucesión de España de comienzos de siglo, cuando los hispanos combatieron en favor de los Borbones y el anglosajón por los Habsburgo. Al final triunfaron los primeros, si es que el ascenso de los Borbones al trono de España puede considerarse una victoria; tres, el desconocimiento relativo que los británicos tenían de la plaza, su entorno y de las condiciones especiales del trópico que terminarían castigando la ignorancia de los hijos de la pérfida Albión, como por entonces le decían sus enemigos a Inglaterra.  

Es seguro que un hecho, que resultaría trascendental para el resultado del sitio y para los desarrollos ulteriores, no fuera tan evidente para un observador ocasional: las diferencias que en ambos bandos existían entre el comandante de origen marino, Vernon en el caso de los británicos y Lezo en el de los españoles, y el comandante con formación de militar de tierra, Wentworth por los británicos y Eslava por los españoles. Durante los combates, que se prolongaron del 13 de marzo hasta el 20 de mayo, estas diferencias jugaron una mala pasada a los ingleses, mientras que para los españoles los mayores problemas sobrevinieron una vez concluidas las hostilidades. Para Vernon, Wentworth era un “incapaz”. En el caso de Blas de Lezo y Eslava, a pesar de que cada uno respetaba la pericia militar del otro diferían en cuanto a la estrategia a seguir para enfrentar a los ingleses. 

Vernon, consciente de la imposibilidad de poner sitio a Cartagena por el Mar Caribe, ese “señor invencible” del que habló Luis XIV, dividió sus fuerzas para conquistar las dos llaves que abrían la ciudad: una parte importante del contingente militar desembarcó en La Boquilla para dirigirse por tierra a la ciudad amurallada, con el objeto de tomar el cerro de La Popa y atacar desde el terreno el Castillo de San Felipe, la primera llave; y el grueso de su marina se dirigió a Bocachica, la segunda llave, para forzar la entrada a la Bahía Exterior. 

Sabiéndose en inferioridad de condiciones, la táctica de los defensores se concentró en lentificar al máximo los avances de los británicos buscando que el trópico obrara su magia: calor y humedad asfixiantes, lluvias torrenciales y bichos cargados de enfermedades. Mientras no llegaran las lluvias, los británicos podían sufrir de otra carencia que demoró treinta años la fundación de la ciudad: la falta de fuentes de agua fresca. En el desarrollo de esa táctica, Eslava y Blas de Lezo encontraron en el General Wentworth un aliado inesperado: el inglés era parsimonioso para desembarcar las tropas, para conducirlas a la batalla y para reembarcarlas, lo que sacaba a Vernon, a pesar de su flema inglesa, de casillas y fue aprovechado por los españoles. 

La defensa principal de la entrada por Bocachica era el castillo de San Luis que comandaba Carlos Desnaux. Después de dieciséis días de defenderse bajo continuos bombardeos, Desnaux y sus hombres evacuaron el Castillo de San Luis, dejando el paso libre a los ingleses para ingresar a la bahía exterior. Los defensores buscaron, mediante el hundimiento de tres de sus navíos obstruir el canal que conducía a la bahía interior desde donde los atacantes podían iniciar un bombardeo sistemático a la ciudad amurallada y a su arrabal, estrategia que no logró mayores frutos toda vez que los ingleses lograron sortear muy rápidamente estos obstáculos. 

Luego de eliminar las defensas de Bocachica los ingleses se tomaron la Popa, desde donde dirigieron las acciones para atacar el Castillo de San Felipe que era el “Ábrete Sésamo” de la ciudad amurallada.  

Vernon pensó, basado en su experiencia en Portobello, que vencida la guarnición de San Luis el resto era pan comido. Entusiasmado con esta casi segura victoria, envió un correo a Jamaica con la buena nueva de que Cartagena de Indias había caído en sus manos. La exaltación en Jamaica fue grande y colosal en Londres, donde de inmediato mandaron a acuñar unas monedas como lo habían hecho en el momento de la toma, esa sí efectiva, del puerto panameño. 

Las monedas conmemorativas de la “toma” de Cartagena de Indias

Ensillar antes de tener las bestias nunca ha sido recomendable, pues estas en el caso del almirante inglés nunca llegaron. El cañoneo continuo de la ciudad y del Castillo de San Felipe no tuvo los resultados esperados, como tampoco lo tuvieron los intentos de tomarse esta última fortaleza. Las escaleras construidas según las medidas exactas proporcionadas por “desertores” del ejército español resultaron demasiado cortas, pues no tenían en cuenta el foso que Blas de Lezo ordenó construir alrededor de San Felipe. 

Y si por las murallas llovía, por la flota inglesa diluviaba. Las enfermedades tropicales empezaron a minar el número y la moral de los atacantes. Se estima que entre 5.000 y 8.000 hombres cayeron víctimas de los males que certeramente transmitían los mosquitos locales. Esas acciones de los combatientes alados la agradecieron no solo los combatientes y habitantes de Cartagena, sino también los muchos tiburones que por ese entonces poblaban la bahía, que se dieron múltiples banquetes con los cadáveres tirados por las bordas de las embarcaciones inglesas. 

Incapaz de tomar el Castillo de San Felipe y, tras de éste, la ciudad, el comando inglés presidido por Vernon ordenó la retirada. Cuando salían los restos de la flota inglesa, el almirante ordenó destruir completamente lo que quedaba del Castillo de San Luis culpable de demorar el ataque a Cartagena. Tan metódica fue esta labor de demolición, que hoy no se conoce a ciencia cierta la ubicación de la fortaleza destruida. 

Según algunos, las últimas palabras del Almirante al dejar Cartagena fueron: ‘¡Lezo! …, ¡Ay, Lezo…!’.” También se cuenta que Vernon en una carta le prometió a Don Blas volver pronto, al estilo del “I shall return” del General McArthur al salir derrotado de las Filipinas durante la II Guerra Mundial, a lo que Lezo respondió: «Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra mayor, porque ésta sólo ha quedado para transportar carbón de Irlanda a Londres».


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