Menos discurso, más goles


A la hora en que escribo este artículo para mi blog del periódico El Universal de Cartagena de Indias, Néstor Lorenzo aún no ha comunicado el nombre de los jugadores convocados para los partidos contra Bolivia y Venezuela. No necesito conocer esos nombres para saber que le va a caer un diluvio de rayos y centellas de parte de nuestros cronistas deportivos, amplificado por todos los sabios futboleros que pululan en las redes, dotando de adjetivos y otras yerbas sus muy pobres comentarios.

Espero que el entrenador argentino sepa que hay una sola respuesta válida ante todas las bestialidades que le van a llover: ganarle a Bolivia y a Venezuela. Y ganarles bien. Es decir, con autoridad y con goles.

Porque a las críticas no se responde con palabras: se responde con hechos. No hay nada más triste que ver a dos personas enzarzadas en una discusión a grito herido, sin aportar datos ni pruebas que desmientan —al contrario—. Con una ventaja inmensa en un país tan violento como el nuestro: los hechos no insultan, no adjetivan, no dicen malas palabras… y sin embargo, son contundentes, incluso brutales. Los hechos acaban con las discusiones, demostrando su futilidad.

Los últimos tres años —afortunadamente ya embarcados en el cuarto, que esperamos pase pronto— han sido el reino de la palabra, no de los hechos. A cada crítica, una marejada de discursos pendencieros. En contravía de lo que debería ser un buen presidente: alguien que, como los buenos árbitros, dirija el país sin que la gente se dé cuenta de su existencia.

Como el árbitro, el presidente es fundamental para que el partido sea un gran partido, pero él no es —ni debe ser— el protagonista. Los verdaderos protagonistas son los jugadores que el árbitro conduce para que se concentren en jugar bien, y no se dediquen a las patadas, los encontronazos y los insultos. En el caso de los países, los responsables de que estos sean grandes son los ciudadanos: con su trabajo, su creatividad, su esfuerzo. El presidente simplemente garantiza las condiciones —junto con las otras ramas del poder— para que la gente pueda vivir y trabajar en paz, y alcanzar sus metas.

La tragedia del mundo moderno es que tenemos un camionado de líderes que se creen los grandes protagonistas de la historia (Putin, Trump, Maduro, Petro y, así, ad nauseam), arrebatándonos ese rol a los ciudadanos, que deberíamos ser los verdaderos constructores de nuestro destino.

Es una lástima que un mensaje tan profundo y bello como el siguiente nunca lo hayan oído. Y si lo oyeron, les haya entrado por un oído y salido por el otro:

“Los mejores gobernantes son desconocidos, la gente sólo sabe que existen. Luego les siguen los que son amados y protegen su reputación. Después vienen los temidos y despreciados. Si uno no confía en los demás, ¿cómo puede pedir que confíen en él? Los mejores miden y valoran sus palabras. Emprenden su trabajo sin demora. Al terminar desaparecen y todos dicen: Lo hicimos nosotros.”

Versión de Erik Flakoll Alegría de un texto de Lao-Tzu.