Dos lugares, dos lanzamientos: la misma sonrisa
Puede que la capital del país me parezca cada día más fría, pero reaccionó con calidez caribe a las dos presentaciones de Las bocas del silencio. Fueron dos lugares —La Casa del Teatro Nacional, en La Soledad, y Casa Kitambo, en Santa Ana—; dos interlocutores —el poeta, editor y gestor cultural Darío Jaramillo Agudelo en la primera, y Luc Gerard, empresario, jardinero y amante de las artes, en la segunda—; y dos grupos de asistentes que colmaron ambos espacios, de donde salieron todos con la misma sonrisa al terminar los conversatorios y muchos con un libro bajo el brazo.
Estas son algunas de las reacciones de las personas que nos acompañaron en ambos eventos:
«¡Hola! Felices con Hans de haberte visto y escuchar tus nuevas andanzas. ¡Un gran abrazo!»
Berta Lucía Frías
«Quedó muy bien el conversatorio».
Yves Demennge
«Me alegro de que les haya ido tan bien en los lanzamientos. Esperemos que sigan los éxitos y que pronto aparezca la nueva novela. Un abrazo».
Martha Novoa
«Hola, Juan. Muy entretenida la entrevista. Ayer me divertí; te cuento que Luc también lo hizo bien, gracias. Además, es verdad que el libro sí atrapa; conmigo lo hizo. Lo estoy leyendo. Éxitos y saludos. Me gustó conocerlos. Soy del CdL Ábaco».
María del Pilar Cortés
«Juan Antonio y Anamarta: gracias por la invitación. Fue muy agradable la presentación y, como siempre, compartir con ustedes».
Orlando Jaramillo
Reacciones de lectores de Las bocas del silencio
Estando en la capital, recibí estos mensajes de quienes ya han leído o están leyendo Las bocas del silencio:
«Te cuento que ya llegué en tu novela, página 121… Realmente está muy bien escrita, es interesante e imaginativa. De nuevo, felicitaciones y toda mi admiración…».
Hans Blumenthal
«Felicitaciones. Ya terminé de leerlo. Me gustó mucho la composición a base de sumar pequeñas historias, cada una de ellas fascinante. Me trajo muchos recuerdos de mi infancia, entre otras cosas porque en el municipio de Mahates, cerca de Palenque, estaba la hacienda de mi abuelo materno, donde pasé temporadas inolvidables. Me agradó mucho tu manejo del idioma, sin arabescos, muy a lo cartagenero. Creo que nos quedas debiendo la ampliación de varias de esas historias, sobre todo las de Haití, que me encantaron. Un abrazo». Dionisio Araujo
«Tu novela es muy buena y divertida, y en mi caso acompañada de un diccionario, dada la utilización de palabras desconocidas para mí, y me hiciste pasar momentos muy agradables como lector». Rémi Berthelemot
«¡Me ha encantado, y tu español/castellano o cartacachaco!». Sonia Durán
«Juan Antonio, estoy disfrutando mucho la lectura de tu libro». Martín Roberto Murillo, de La Carreta Literaria
El recuerdo de Germán Leongómez camino a El Dorado
El tráfico de Bogotá hace siete años era complicado; hoy es infernal. Si hace un par de décadas uno tenía que disponer de media hora para llegar a un sitio, en la actualidad ese tiempo se ha multiplicado por cuatro. Por distintos motivos, en lugar de salir para el aeropuerto El Dorado con dos horas de margen, lo hicimos con solo una, con lo que pensé que el viaje iba a ser un tormento ante la posibilidad de perder el avión. Para nuestra fortuna, nos tocó un taxista que, además de amable, conocía todos los vericuetos que nos permitieron eludir los trancones y llegar con tiempo suficiente para abordar.
En el curso de los cincuenta minutos que tomó el trayecto, el conductor nos contó su vida de bogotano raizal, con antepasados boyacenses de Guateque y de Tuta. En algún punto de su recuento biográfico nos habló de su trabajo como caddie de golf en el Club Los Lagartos de Bogotá, en la década de los sesenta, cuando allí se jugó la famosa Gira del Caribe, que trajo a nuestro país a los mejores golfistas del mundo por entonces. Uno de los organizadores de esa gira fue mi tío Germán Leongómez, a quien muchos recuerdan en Cartagena, donde vivió largos años, por lo que le pregunté si lo había conocido. Su respuesta fue inmediata: «A Germán Leongómez, claro que lo conocí: el hombre más gallinazo que me he topado… y un gran caballero».
Con esas dos características no me cabía duda de que lo había conocido. Al despedirnos en el aeropuerto le pedí su número de celular, pues hizo corto y agradable un trayecto que suele ser larguísimo y estresante.
Para cerrar
Este viaje fue posible gracias a la generosidad de dos instituciones: el Teatro Nacional y Kitambo. En el caso del Teatro Nacional debo agradecer a William Cruz y a los demás miembros de la Junta Directiva, a su gerente Enrique Vélez, a su directora artística Pamela Hernández y a todo el equipo del Teatro Nacional, en especial al de La Casa del Teatro en cabeza de Maira Sierra. Y, en el caso de Kitambo, gracias a Catherine Dunga, a Mónica Mosquera y a todo su equipo (incluidas María Antonia y Katia). Todos ellos —más Darío Jaramillo y Alejandro Villate en un sitio, y Luc Gerard en el otro— hicieron posible el éxito de ambas presentaciones. Y, last but not least, gracias a todos los que aceptaron la invitación y nos acompañaron, pues, al igual que Gabo, escribo para que me quieran más mis amigos.