LOS CABALLOS Y LOS BARBAROS


Les voy a contar una historia que muestra cómo en Colombia el vacío de autoridad y el desprecio de cierta gente por las leyes y por la vida ajena van engendrando monstruos peligrosos para la sociedad.

Los protagonistas son los cocheros de Cartagena, un gremio que, a juzgar por sus propias declaraciones públicas, se identifica con los métodos del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria.

Cartagena, como todos sabemos, es una preciosa ciudad del Caribe colombiano que atrae cada año a miles de visitantes. Los coches tirados por caballos, inmortalizados en el cancionero popular y sublimados en las postales, son una parte muy importante de la oferta turística.

Muchos foráneos que solo han visto estos coches desde lejos creen que son parte de una inocente actividad recreativa encaminada a hacer sentir a los visitantes como personajes de una fantasía. Sin embargo, el asunto no tiene nada que ver con carrozas de fábula sino con nuestra eterna barbarie.

En primer lugar está el maltrato al que son sometidos los animales: llevan a bordo muchos más ocupantes de los autorizados, son forzados en turnos más largos de lo establecido, y al final de la jornada pacen en caballerizas que se encuentran en pésimas condiciones. Por la fatiga derivada de la sobrecarga, varios se han desplomado en plena vía pública; otros han muerto.

Los cocheros se pasan las normas por la faja. Por ejemplo, la ley determina que en cada coche solo pueden ir cuatro pasajeros adultos, o dos adultos más dos niños menores de doce años. Pero abundan los cocheros que llevan entre siete y nueve personas.

Algunos caballos no pesan lo mínimo que establece la ley – 350 kilos– para poder jalar un coche de 520 kilos (más los pasajeros).

Los cocheros, además, chantajean a la sociedad cartagenera: dicen que bloquearán la ciudad, que se tomarán la alcaldía, que se encadenarán en el casco histórico. El colmo es que amenazan de muerte a quienes intentan disciplinarlos.

Como la Alcaldía pretende sacarlos del centro histórico y obligarlos a permanecer aparcados en las afueras –exactamente en el Parque de la Marina– andan en una tónica desafiante.

Hace poco, ofuscados por la determinación de obligarlos a permanecer aparcados en el Parque de la Marina, atacaron al secretario del Departamento Administrativo de Tránsito. Ese día uno de ellos, identificado como José Pérez, comentó así el incidente en una entrevista de Caracol Radio: “me hubiera gustado que lo hubieran matado”.

Recientemente hubo en Cartagena una marcha de defensores de animales por el derrumbamiento de un caballo. Entonces el cochero David Soto Frías amenazó a un joven que estaba grabando la protesta:

“Hasta que no matemos dos o tres animalistas de esos no se les va a quitar la jodedera”.

Todas estas amenazas se entienden mejor al conocer la siguiente declaración del señorMiguel Bustamante, dirigente de los cocheros:

“Dijo el finado Pablo Escobar: mejor muerto en Medellín y no preso en Estados Unidos. Nosotros decimos hoy: mejor muertos en la Plaza de los Coches y no (estacionados) en el Parque de la Marina”.

Quedamos notificados, entonces, de que han construido su Credo bajo la influencia inspiradora de un gánster. Así como surgieron ellos han surgido todos los grupos bárbaros que nos han flagelado a lo largo de la historia: como consecuencia de un vacío de autoridad.

Ojalá los turistas que arriban a Cartagena por estos días tomen conciencia de lo ruin que es patrocinar un gremio que intimida a la sociedad y desprecia la vida ajena.

Y una certeza final: tendríamos que ser muy ingenuos para creer que en un país excluyente como Colombia los protagonistas de esta historia son unos pobres cocheros de los barrios periféricos de Cartagena. Está claro que ellos simplemente ponen la cara, y que detrás hay señores poderosos, de esos que viven engordando sus cuentas bancarias sin ensuciarse el corbatín.

ALBERTO SALCEDO RAMOS ( periodico el colombiano el colombiano) enero 4 de 2015


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