Mamaeva agoniza


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La recuerdo como una diosa de soberbia cabellera negra y piel blanquísima, dando las últimas instrucciones para la gran fiesta. Una matrona de tiempos antiguos, una auténtica Mamagrande, escogiendo la música y los invitados en medio de un hermoso salón iluminado, controlando la vida y milagros de cuatro generaciones con hilos invisibles, poderosos como el acero.

Es que la vida la atropelló duro y hasta el fondo desde muy temprano. Huerfana de madre desde los doce años, abandonada por su padre Luis Flores, con la responsabilidad de Alicia, su hermanita pequeña, entró a trabajar a los catorce años como obrera en textiles Alpha, en la via 40 de Barranquilla, falsificando una cédula de ciudadanía pues su corta edad le impedía ser admitida. Y un buen día allí conoció a mi abuelo Leonardo Durán Mejia, quien fue como ingeniero a hacer el mantenimiento de las maquinas.

Leonardo, por su parte, era un tipo de esos de armas tomar, que no se dejaba de nada ni de nadie. Hijo de Santandereanos madrugadores y escrúpulosos, nació en Barranquilla el 7 de julio de 1917, hijo de Julio Durán y Alicia Mejia, e hizo del trabajo su única religión. Su padre Julio Durán era un cachaco pequeño, fuerte, solido y muy temperamental que dominaba por completo a su mujer siendo esta mucho más alta que él.

Mis bisabuelos Julio Durán y Alicia Mejia vivian a princios del siglo XX en Barranquilla por los lados de la Calle Murillo (calle 45) con veinte de julio (cra 43) en donde estaba instalado un taller de mecánica en un inmenso lote de terreno que se llamaba Julio Cesar Durán, todo iba muy bien hasta que salió en todos los periódicos la notícia de que se iba a realizar una zona franca por los lados de Rebolo, zona que se convertiría en una mina de oro para todo aquel que quisiera y pudiera invertir. Por esta razón ni corto ni perezoso vendió su inmensa propiedad en la Murillo, y compró en Rebolo una inmenso terreno en el que construyo 10 inmensas casas... allí naufragaron todas sus ilusiones.... la zona franca, sí fue construida, y está funcionando desde hace muchos años, pero las valorizaciones anunciadas con bombos y platillos por las autoridades para los inversionistas en el terreno nunca se vió, ý todo lo contrario, se convirtió en la zona negra más peligrosa y hedionda de Barranquilla. Por esta razón mi abuelo Leonardo voló pronto de casa de sus padres para buscar aires mejores para el progreso económico.

A los siete días de la boda de mis abuelos, estalló la guerra civil del Bogotazo. Los hermanos de él se fueron a meter de cabeza en la hacienda en la que la feliz pareja disfrutaba las mieles del matrimonio y adios luna de miel!!!. Mamaeva me contó muchas veces como abrazados desde una colina, observaron el resplandor de los incendios.

Es famosa la anécdota de cuando mi abuelo,ya casado con Mamaeva, llevó a la familia a vivir a las Salinas de Manaure, donde fue nombrado intendente general. Mamaeva tenía tres niños pequeños y estaba embarazada del cuarto bebé.se instaló la familia en una hacienda en medio del desierto de la Guajira, cercana a una rancheria de indígenas wayuus. Mamaeva no hablaba dialecto wayuu, y los indígenas wayuus no hablaban lengua española así que la cosa estaba como complicada. En una de esas Leonardo salió a trabajar y no volvió a dormir en la noche… ni al día siguiente… ni al día siguiente… imagínese la angustia y el terror de Mamaeva… sin teléfono, ni celular ni internet (que en esa época no existían, bueno, el teléfono si existía, pero aún no en el desierto de la Guajira) para pedir ayuda… sin nadie que hablase español y sin carro para salir de allí, embarazada y con tres niños pequeños… ya se imaginaba que a Leonardo los indios le habían cortado la cabeza a machete para robarle el carro… al tercer día ve ella venir el carro por el horizonte del desierto… y se parquea el carro en la puerta… y se baja Leonardo completamente ebrio y oliendo a puta… y mi abuela concluye el relato… “Pero yo le quité la borrachera del tracatazo que le pegue con la silla que le reventé en la cabeza… y de allí en adelante agarré la costumbre de que siempre que se me perdía y no venía a dormir, yo no perdía el tiempo llorando ni gimiendo… el señor Durán que no venía a casa a dormir y yo organizaba una fiesta ese mismo día… avisaba a los vecinos, mataba una lechona y contrataba un conjunto de música” y mi abuelo se defendía…. “Claro… es que yo llegaba cansadísimo de trabajar y encontraba una multitud que no me dejaba entrar a mi propia casa… yo matándome en el trabajo y mi mujer armando fiesta… que falta de respeto”

Cuenta papá que en una oportunidad su padre les saco a pasear estando pequeños en el auto, dió con los niños una vuelta por la ciudad de Barranquilla y cuando estaban llegando de vuelta a la casa, mi abuelo no frenó sino que apagó el motor, y le preguntaron los pequeños: “Papá… ¿Por que apagas el carro?” Y él respondió: “Es que desde ayer no tengo frenos”.

En otra oportunidad que estaba paseando con mi primo Alfredito (que tendría 3 años en ese momento) por el barrio El Prado, a Alfredito le dieron ganas de ir al baño y mi abuelo toco el timbre en una de esas casas elegantes para pedir el favor de que dejasen a Alfredito usar el baño; como en la casa se negaron a hacerlo, mi abuelo puso a mi primo a hacer sus necesidades en el jardín de esa casa.

También se negaba a aceptar que no podía manejar, pues la biabétes había reducido muchísimo su campo de visión. Siempre tuvo un land rover gris que era la delicia de los nietos. Al final no era que el se equivocara de calle, sino que las calles estaban todas en el lugar equivocado. Total, no aceptaba que no podía manejar y que era un autentico peligro público en el volante. Ibámos todos con el credo en la boca cuando él manejaba. El asunto terminó en tragedia cuando mato a un pobre burro que estaba atravezado en plena via 40 de Barranquilla. Los pasajeros vimos al animal desde lejos y gritamos en coro: "El burro abuelo!!! El burro!!" Y el solo atinaba a decir: “Cuál burro? Cual burro?” total que matamos al burrito, el carro quedo hecho una ruina y nunca mas mis tíos permitieron que se acercara a un volante.

Mi abuelo tenía otra característica especial, su forma de tomar cerveza, no era sólo que tomase como cosaco... y no hasta emborracharse sino hasta casi matarse... sinó que tenía además la facultad de empinar la botella y abrir los músculos de la garganta como una serpiente anaconda que abre sus fauces para tragarse un búfalo... así hacía mi abuelo... y se embuchaba todo el contenido de la botella de un solo sorbo. ¡Ah! Yo adoraba con locura a mi abuelo, estar con él era pura diversión. Con él cualquier cosa podía pasar. Era un espectáculo increíble ese. Digno de un circo tal vez, o de un clip en las crónicas de Pirry para televisión.

En otra oportunidad en que unos empleados de la telefónica de Barranquilla estaban robando llamadas desde la central de la esquina de su casa, mi abuelo fue a enfrentarlos y se envolvió en tremenda pelea. Los empleados lo menospreciaban diciéndole: - "Fuera de aqui viejo! Fuera!! -. En eso viene mi primo Alfredito con un casco de beísbol en la cabeza y un bate en la mano y les amenazó con el mismo gritando: - “Ustedes a mi abuelo me lo respetan porque él es un anciano!”.

En el año 1979 mi abuelo sufrió en un accidente laboral la mutilación de los tres dedos centrales de su mano derecha. Le quedó como un garfio, solo con los dedos meñique y pulgar, y el aprendió así a escribir perfecto, a utilizar los cubiertos para comer y a maniobrar las herramientas de mecánica. Y a los amigos que intentaron apodarlo “Mocho Durán” les zampó una trompada, que disuadió cualquier intento de repetir el irrespeto.

Era un rabioso liberal sin partido, fanático furibundo del General Gustavo Rojas Pinilla y ateo hasta la médula. "Dios no existe" - Decía a propósito todos los días para bendecir el desayuno - "Ni el, ni la puta de la madre que lo parió".

Al fondo del frondoso y laberíntico jardín de mis primeros terrores, quedaba el cuarto del abuelo. Era su refugio del mundo. Allí guardaba sus herramientas y amontonaba libros de historia, filosofía y literatura que leía punzante, desordenadamente, con avidez, como un Merlin genial y procaz. Yo me escapaba de la compañía de la familia y de los otros niños para sentarme a su lado y estar con él el mayor tiempo posible.- ” Que mujer tan buena es mi mujer - me decía siempre - es la mejor de todas”.

Cuando la ceguera lo venció por completo, me pedía que le leyera, e infinitas veces amanecimos leyendo y comentando libros de historia.

Mi abuelo amaba decir malas palabras y atender gentilmente, la manada interminable y siempre renovada de evangélicos, con postres y delicias adobadas con purgante. Leía el periódico solo para comprobar que tenia razón, que estaba en lo cierto, que sabia. En el helado hospital de angustiados espectros y moscas atrapadas, médicos sin ojos lo aserraron su pierna como a un árbol, cobrando por pedazos, una extraña deuda sin fiadores. Él pago puntual y apretando los dientes, hizo esperar largamente a los demonios. Mientras tanto, yo creía atarlo a la tarde con mi voz, contando una y otra vez la misma historia.

Por su parte, el me hablaba de la ciudad del contrabando, de las marimondas, y de una hermosa mujer que en 1942 montó a caballo para él con los cabellos sueltos y largos como un sueño, sosteniendo el universo entre sus ancas.

Se durmió como y cuando quiso, una mañana muy temprano, el 7 de julio de 1997. Se quedó dormido en una frase, de repente, súbita, plácidamente, con una sonrisa, como un pájaro que esconde la cabeza entre las alas, sólo para comprobar que tenia razón, que estaba en lo cierto, que sabia.

Nunca leyó ni escuchó mis poemas, aunque sé que el intuía mi secreto. En su funeral conseguí que abrieran el ataud y coloqué el manuscrito con el borrador de mi primer libro de poemas sobre su corazón. A él he dedicado todos mis libros y a los recitales que he hecho por el mundo, sé con total certeza que él asiste.

En verdad, Mamaeva parece indestructible, sobrevivió a su marido, a toda su familia, a todos sus amigos. En una oportunidad en que entramos ella y yo agarradas del brazo a la desaparecida discoteca Bongó, un local que hizo época en Barranquilla, donde se celebraba el cumpleaños de una de mis tías, le dije: - “Se imagina Mamaeva lo que dirán sus amigos si la ven a su edad entrando a una disco?”- y ella me respondió alzándose de hombros despreocupadamente: - “Que piensen lo que quieran! Que más me da! Al fin y al cabo todos están muertos!”-.

Mis abuelos me dijeron siempre que me dedicara a otra cosa, que la poesía no sirve para nada, que no me daría nada en la vida, pero la verdad es que ellos dos son el origen de todo lo que escribo, y el más hermoso poema que conozco.

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2. Mamaeva agoniza.

El anterior texto salió publicado a principios de 2010 en la revista Latitud de El Heraldo, a petición expresa de Ernesto Maccausland.

Mi abuela Eva de Durán (Mamaeva) se puso muy orgullosa y andaba FELIZ como una perdiz, hasta compró muchos ejemplares del periódico y se sentó en su amable terraza del barrio Paraiso de Barranquilla, a mostrarle a sus vecinos el escrito.

Pero en menos que canta un gallo, la situación cambió y se volteó por completo. Las brujas de la familia: la hija menor de mi abuela y la esposa de uno de mis tios, convencieron al resto de sus hermanos y familiares de que este texto era una infamia, una afrenta y un irrespeto a mis abuelos. Razón por la cual fui expulsada sin formula de juicio y sin derecho a la defensa, por toda la eternidad de la familia Durán Sierra, no se me permitirá nunca más ir a visitarlos, ni llamarlos ni preguntar por ellos, ni siquiera en navidad o cumpleaños.

El castigo (aunque a la larga no es ningun castigo no poder ver a gente así de enferma) se hizo extensivo a mi madre y mis hermanos, que no tienen, como es obvio, nada que ver en el asunto.

Mamaeva ya estaba reducida a una silla de ruedas, enferma, casi sorda y casi ciega (pero totalmente lúcida) y no pudo hacer nada para defenderme.

El asunto llegó a tales irracionales extremos de odio que se prohibió incluso mencionar mi nombre en la casa familiar. En una oportunidad en que mi padre visitaba a Mamaeva, ella pregunto por mí y él le contó de mi vida. Inmediatamente Orlando su hermano menor, salió como un energumeno de su habitación y le sacó a patadas de la casa, alegando que soy una verguenza y un ser maldito, a causa de lo que escribo.

A todas estas, como siempre supe como son ellos, el asunto me lo tomé con calma y filosofía. “Una familia así te vuelve loco psiquiatrico, te vuelve santo o te hace escribir ”, siempre pensé. De las tres opciones: la demencia está descartada además de vulgar y de mal gusto; la santidad es bastante aburrida, así que por descarte me toco escribir. La literatura me ha salvado mil veces,y me ha dado (para bien y para mal) todo lo que soy y todo lo que tengo.

Durante dos años solo he podido hablar con Mamaeva por teléfono, cuando mi padre la visita, me llama al mobil y me la pasa. Nunca Mamaeva ha dejado de decirme cuanto me ama y cuanto me extraña, y de pedirme que vaya a visitarla.

Pero la semana pasada fue ingresada a una clínica con neumonía, el sábado sufrió un paro cardiaco y hoy han decidido llevarla a casa para que muera en paz, rodeada de su familia.

Mi hermana llamó en el día de hoy a preguntar por su salud y el tío Orlando de Jesus, eminente caballero católico carismático practicante, fue grosero y cortante y le tiró el teléfono. Al preguntar mi padre el porque de esto, la respuesta es que ese es su castigo por apoyarme en lo que escribo.

En fin... no importa... lo importante es que en este momento mi Mamaeva agoniza... y no puedo estar físicamente a su lado. Aunque... que importa? la distancia no es nada si ambas somos orillas del mismo mar.

Durante años fue un peso tremendo llamarme como ella... siempre quise cambiarme el nombre, era demasiado fuerte, demasiada responsabilidad llevar ese nombre. Con mi venenoso sentido del humor le decía: “Espero heredarte algo más que el nombre, la celulitis y los brazos gordos”.

En su última conversación telefónica, Mamaeva me pidió que cuidase a mi papá, que quería escuchar que voy a cuidar de él para ella irse en paz. No sé si él se deje, pero lo intentaré.

Pero ahora no pienses en eso Mamaeva, ahora preocupate por tí. Tu cumpliste totalmente, fuiste todo lo buena, lo abnegada y lo sacrificada que una hermana, madre, esposa y abuela deben ser.

Gracias por todo, gracias por las verdades que me enseñaste, gracias por esa manada de tíos psicoticos, locos, inestables, impredecibles y paranoicos que pariste y sacaste adelante.

La vida en esa familia no fue nada fácil para mí, pero debo admitir que tampoco fue aburrida.

Gracias por enseñarme a ser guerrera, a no darme nunca por vencida, a resistir hasta la muerte y más allá.

Gracias por quererme y apoyarme incondicionalmente aunque no me comprendieras (lo que tiene más valor) y aunque mi poesía erótica te hacía poner verde del pudor.

Gracias por todos los regalos, por todos los abrazos, por esa comida tan exquisita y abundante y por darme una niñez tan increíblemente feliz.

Pero ahora vete tranquila, Leonardo tu único y verdadero amor te está esperando al otro lado con los brazos abiertos, en una luminosa pradera donde el sol nunca se pone, donde no hay oscuridad.

Eva Durán


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