Me llegó a proposito de mi anterior post sobre la muerte de Alfonso Cano, este poema del escritor Antioqueño Gonzalo Arango (1931 . 1976). Desquite fue un famoso guerrillero liberal de los años cincuenta abatido por las autoridades, el gobierno ofrecia 160.000 pesos de la epoca por su captura.
Elegia a Desquite
"Si, nada más que una rosa, pero de sangre. Y bien roja
como a él le gustaba; roja, liberal y asesina. Porque
él era un malhechor, un poeta de la muerte. Hacía del
crimen una de las bellas artes. Mataba, se desquitaba,
lo mataron. Se llamaba "Desquite".
De tanto huir había olvidado su verdadero nombre.
O de tanto matar había terminado por odiarlo.
Lo mataron porque era un bandido y tenía que morir.
Merecía morir sin duda,
pero no más que los bandidos del poder.
Al ver en los diarios su cadáver acribillado, uno
descubría en su rostro cierta decencia, una
autenticidad, la del perfecto bandido: flaco,
nervioso, alucinado, un místico del terror. O sea, la
dignidad de un bandolero.
Pero lo era con toda el alma,
con toda la ferocidad de su alma enigmática, de
su satanismo devastador.
Con un ideal, esa fuerza tenebrosa invertida en el
crimen, se habría podido encarnar en un lider al
estilo Bolívar, Zapata o Fidel Castro.
Sin ningún ideal, no pudo ser sino un asesino que
mataba por matar. Pero este bandido tenía cara de no serlo.
Quiero decir, había un hálito de pulcritud en
su cadáver, de limpieza.
No dudo que tal vez bajo otro
cielo que no fuera el siniestro cielo de su patria,
este bandolero habría podido ser un misionero, o un
autentico revolucionario.
Siempre me pareció trágico el destino de ciertos
hombres que equivocaron su camino, que perdieron la
posibilidad de dirigir la Historia, o su propio
Destino.
"Desquite" era uno de ésos: era uno de los colombianos
que más valía: 160 mil pesos. Otros no se venden tan
caro, se entregan por un voto.
"Desquite" no se vendió.
Lo que valía lo pagaron después de muerto,
al delator.
Esa fiera no cabía en ninguna jaula. Su odio
era irracional, ateo, fiero, y como fiera tenía que
morir; acorralado.
Aún después de muerto, los soldados temieron
acercárcele por miedo a su fantasma. Su leyenda roja
lo había hecho temible, invencible.
No me interesa la versión que de este hombre dieron
los comandos militares. Lo que me interesa de él es la
imagen que hay detrás del espejo, la que yacía oculta
en el fondo oscuro y enigmático de su biología.
¿Quién era en verdad?
Su filosofía, por llamarla así, eran la violencia y la
muerte. Me habría gustado preguntarle en qué escuela
se la enseñaron. El habría dicho: yo no tuve escuela,
la aprendí en la violencia a los 17 años. Allá hice
mis primeras letras, mejor dicho mis primeras armas.
Con razón…se había hecho guerrillero siendo casi un
niño. No para matar sino para que no lo mataran, para
defender su derecho a vivir, que, en su tiempo, era la
única causa que quedaba por defender en Colombia: la
vida.
En adelante, este hombre, o mejor, este niño, no
tendrá más ley que el asesinato. Su patria, su
gobierno, lo despojan, lo vuelven asesino, le dan una
psicología de asesino. Seguirá matando hasta el fin,
porque es lo único que sabe: matar para vivir (no
vivir para matar). Solo le enseñaron esta lección
amarga y mortal, y la hará una filosofía aplicable a
todos los actos de su existencia. El terror ha
devenido su naturaleza, y todos sabemos que no es
fácil luchar contra el Destino. El crimen fue su
conocimiento, en adelante sólo podrá pensar en
términos de sangre.
Yo, un poeta, en las mismas circunstancias de
opresión, miseria, miedo y persecución, también habría
sido un bandolero. Creo que hoy me llamaría "General
Exterminio".
Por eso le hago esta elegía a "Desquite", porque con
las mismas posibilidades que yo tuve, él se habría
podido llamar Gonzalo Arango, y ser un poeta con la
dignidad que confiere Rimbaud a la poesía: la mano que
maneja la pluma vale tanto como la que conduce el
arado. Pero la vida es a veces asesina.
¿Estoy contento de que lo hayan matado? Si.
Y también estoy muy triste.
Porque vivió la vida que no merecía, porque vivió
muriendo, errante y aterrado, despreciándolo todo y
despreciándose a sí mismo, pues no hay crimen más
grande que el desprecio de uno mismo.
Dentro de su extraña y delictiva filosofía, este
hombre no reconocía más culpa, ni más remordimiento
que el de dejarse matar por su enemigo: toda la
sociedad.
¿Tendrá alguna relación con él aquello de que la
libertad es el terror?
Un poco sí. Pero, ¿era culpable realmente? Si, porque
era libre de elegir el asesinato y lo eligió. Pero
también era inocente en la medida en que el asesinato
lo eligió a él.
Por eso, en uno de los ocho agujeros que abalearon el
cuerpo del bandido, deposito mi rosa de sangre.
Uno de esos disparos mató a un inocente que no tuvo la
posibilidad de serlo.
Los otros siete mataron al asesino que fue.
¿Qué le dirá a Dios este bandido?
Nada que Dios no sepa: que los hombres no matan porque
nacieron asesinos, sino que son asesinos porque la
sociedad en que nacieron les negó el derecho de ser
hombres.
Menos mal que Desquite no irá al infierno, pues él ya
purgo sus culpas en el infierno sin esperanzas de su
patria.
Pero tampoco irá al cielo, porque su ideal de
salvación fue inhumano y descargó sus odios eligiendo
las víctimas entre inocentes.
Entonces, ¿adónde irá Desquite?
Pues a la tierra que manchó con su sangre y la de sus
víctimas. La tierra, que no es vengativa, lo cubrirá
de cieno, silencio y olvido.
Los campesinos y los pájaros podrán ahora dormir sin
zozobra. El hombre que erraba por las montañas como un
condenado, ya no existe.
Los soldados que lo mataron en cumplimiento del deber
le capturaron su arma en cuya culata se leía una
inscripción grabada con filo de puñal. Sólo decía:
"Esta es mi vida".
Nunca la vida fue tan mortal para un hombre.
Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿No
habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus
hijos, los haga dignos de vivir?
Si Colombia no puede responder a esta pregunta,
entonces profetizo una desgracia:
Desquite resucitará,
Y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y
lágrimas.
Gonzalo Arango
Medellín 1958