Los tratamientos cutáneos, especialmente faciales, han evolucionado desde el uso de ungüentos, pomadas y pastas, hasta las cremas, geles, emulsiones y lociones, complementados en los últimos años con la aparición de sueros o serums y otros productos que prometen actuar más rápidamente y con mayor eficacia. La oferta cada vez mayor de productos dermocosméticos, ha conducido a una frecuente confusión en las personas, quienes en ocasiones aún asesoradas por consultores en tiendas, no saben cuál producto elegir. Lo primero que hay tener presente, es que las cremas, geles y emulsiones usadas en el rostro, actúan solo en la capa superficial de la piel y de acuerdo a su composición, cumplen importantes funciones como protección solar, aclaramiento de manchas, hidratación, disminución de líneas de expresión, entre otras.
Los sueros debutaron en la industria cosmética en los años 90. Son sustancias de consistencia líquida o semilíquida, cuyos principios activos están incluidos en envolturas muy pequeñas, lo cual les permite penetrar con mayor facilidad entre las células de la epidermis y llegar a las capas más profundas de la piel. Esta mayor capacidad de penetración, permite que sus efectos se observen más rápidamente, lo cual es ventajoso y compensatorio, especialmente porque justifica la inversión ya que usualmente tienen mayor precio.
Sucede con frecuencia que quienes se aplican un suero se pregunten si es suficiente con eso y no es necesario usar otros productos. En estos casos es importante tener en cuenta, que los sueros actúan en la parte profunda de la piel y no aportan protección solar ni impedirán la pérdida de agua que ocurre a través de las células superficiales de la piel, función que si cumplen las cremas, geles y otros productos aplicados directamente sobre la piel, de tal manera que los sueros son complementarios de los tratamientos que actúan en la superficie externa de la piel. A pesar que pueden ser usados en personas jóvenes, se benefician mayormente de sus efectos las personas mayores.
