Asumo el riesgo de plagiarme a mí mismo y de parecer repetitivo, ya que en alguna ocasión escribí algo al respecto.
A menos de un mes de estar los mandatarios en Gobernaciones y Alcaldías, entre expectativas, críticas, apoyos, memes, diagnósticos médicos hechos con las vísceras de personas que no son médicos y si lo son, no tienen la especialidad que corresponde a su “diagnóstico”, amén de otras formas de desaprobación y matoneo, considero pertinente volver a recordar la siguiente reflexión:
El marketing político no termina cuando el mandatario elegido se sienta en su despacho. Una vez el candidato se convierte en gobernante y ha definido las alianzas que considera convenientes, debe pensar- entre otras cosas- en la imagen que quiere proyectar. El nuevo gobernante necesita fijar un estilo de liderazgo que lo identifique frente a los ciudadanos. Desde los mensajes no verbales como expresiones faciales y actitudes corporales, hasta los comentarios y opiniones en situaciones coyunturales o aún circunstanciales y, con mayor trascendencia aún, en las decisiones que toma.
Todo mandatario debe tener establecidas estrategias de imagen personal, es algo común hoy día, aunque casi ninguno lo comenta o reconoce. No hay ningún mérito en aquel mandatario que dice que “es y será así”. Las personas inteligentes (siempre esperamos que ellos lo sean), no son de una sola pieza, se integran sin perder autoridad, a las circunstancias y a la gente que le rodea, aunque guarden esa difícilmente demostrable” fidelidad a su esencia”, además, son capaces de improvisar sin desentonar, callar a tiempo, reconocer que se equivocaron y aún retractarse con nombres y hechos cuando corresponde.
Cuando un mandatario le resta importancia a las formas particulares del entorno social y cultural, todo lo supuestamente ganado puede terminar volviéndose en su contra. Las administraciones heredan problemas de las que le antecedieron, además de los que inevitablemente se presentarán. Una vez pasa la euforia de la victoria, que en nuestro medio en la mayoría de los casos se consigue como resultado de una mezcla de emociones, dádivas y promesas, el mandatario afrontará sus primeras crisis.
Con probada razón siempre se ha dicho que los políticos y aun los que se consideran o autoproclaman “líderes de opinión”, no son lo que creen, sino lo que se percibe de ellos. Es absurdo pensar y esperar que el mandatario deba seguir siendo el mismo Juancho al 100%, con las mismas actitudes y opiniones del candidato, Juancho ya es el presidente, gobernador o el alcalde y aunque la esencia de su persona continúe consigo, el afán que naturalmente trae cada día, debe necesariamente llevarlo a asumir diferentes actitudes aunque resulten impopulares o antipáticas, pero con autoridad y sensatez, para que además no rayen en la prepotencia o la percepción delirio, porque, entre otras cosas, decirle loco al contendor político o al que simplemente no nos gusta en el poder parece ser ‘tendencia’ hoy, y no siempre nos preguntamos si la ‘locura’ de estos personajes es real o es una percepción que crea la antipatía que nos generan.
En política no hay que desconocer las reglas del juego; muchos neófitos bienintencionados y otros obnubilados, han terminado sucumbiendo no solo a la política, sino llevando al traste todo aquello que previamente habían conseguido tanto profesional como socialmente.
* Médico y Profesional en Ciencia Política y Relaciones Internacionales