Qué difícil ha sido continuar cuando hay palabras que piden a gritos salir. Este sentimiento que ahoga, que te llena de preguntas, que te oculta las respuestas que esperas y te saca las que quieres, las que realmente anhelas desde lo más profundo de tu ser: el miedo.
El miedo, el que nos muestra frágiles, sin máscaras o muros para defendernos. Y me pregunto, ¿defendernos de qué? Hace 8 días, antes de la 1:14 p.m. del 19 de septiembre en Ciudad de México, me sentía plena, feliz, subía sola y sonriente por el elevador al décimo de un edificio de 12 pisos. Qué fácil fue desdibujar la sonrisa ingenua de mi cara, para cambiarla por la de sobreviviente, la que desde entonces no me que he querido quitar.
Cuando el elevador abrió, solo confirmé lo que no había querido entender estando dentro. Temblaba. El edificio se tambaleaba de un lado a otro. Corrí tanto como pude, sentí que volaba de piso a piso, sin poner un pie en los escalones, incluso así lo sentí eterno. Solo quería ponerme a salvo, por mí, por mi familia, por no perderme la vida de Alejandra. Mientras, caían partes diminutas del techo, como cuando empieza a caer la nieve en las películas, recordé en una fracción de segundo cuando vi pasar un pedacito blanco por mi costado derecho. Creo que congelé ese momento, pero no me paralicé. Logré salir ilesa al igual que quienes entraron en pánico y solo se quedaron dentro durante el temblor. Por más que les grité que me siguieran, como me animaba muy calmado un hombre de camisa y corbata que me llevaba ventaja y a quien no he vuelto a ver. Me decía muy convencido de que el edificio no se caería. Y así fue. Pero no fue la suerte de los otros, donde hoy todavía se buscan sobrevivientes.
Ese día la naturaleza nos sacudió. ¿Hay algún mensaje en todo esto? No lo sé, solo tomo para mí lo que me sirve y es que apenas 8 días después, al igual que cuando perdí a mi papá, es que puedo llorar, mostrarme frágil y compartir estas palabras. No había tenido tiempo, ¿saben? Cuando tiembla no da tiempo de nada, solo buscar la manera de sobrevivir. Los días después solo quieres estar alerta, como aún lo estoy hoy, con mi cara de sobreviviente bien puesta, pero ya no como máscara, sino como una que hace parte de mí. Supongo que así seguirán pasando los días que ya no serán normales, por más que la cotidianidad los quiera arrastrar.