La resistencia de una tradición mexicana, donde no solo hay mariachis


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Estar alejada de lo que te es conocido y familiar, no solo te llena la cabeza de nuevos paisajes, también de pensamientos liberadores y renovadas actitudes. Viajar fuera de tu país te hace apreciar lo propio, pero también lo que no te pertenece, es una sensación de vacío que se llena con cosas innovadoras, es algo mágico. Con esta visión de lo extraño pude apreciar a México y descubrir, como extranjera, una tradición que se pierde en medio del ajetreo de la novedad.

Fue así como conocí a un personaje acostumbrado a andar por las calles de Ciudad de México, un hijo de esa tradición que resiste, quizá por eso todavía aguanta la carga de un pesado instrumento, para no quedar relegado al olvido.

“Nunca imaginé que un día como hoy me entrevistaría una periodista colombiana”, dijo entre risas Odilón Jardines Ramírez, un mexicano de 42 años de edad que tocaba un extraño aparato a las afueras de la Catedral Metropolitana de Ciudad de México.

Cuando se está en un lugar desconocido se suele pensar que todo es raro. Pero distinguir el encantador ritmo de La vida en Rosa de Edith Piaf  en medio de una ruidosa avenida de un país lleno de mariachis y rancheras, me pareció mágico. No dudé en acelerar el paso hasta llegar al lugar de donde provenía el sonido.

Un hombre alto, con uniforme que parecía de chofer y la sonrisa de los que son amables, como suelen ser los latinoamericanos, sostenía lo que parecía ser una pesada caja musical: me explicó que se trataba de un Organillo.

“Esto llegó de Berlín, Alemania en 1884, pero se inventaron en 1739 y datan de finales del siglo XVI. Quedan 200 cajitas como esta en todo el mundo. Se hizo una tradición en México”, cuenta Odilón, que para sorpresa resultó todo un conocedor del tema. Así parece exigirlo la tradición familiar y el hecho de que como ese aparato y como él, queden pocos en su país.

En México hay al menos 200 personas que se dedican a llenar de música las calles, plazas y hasta las fiestas o eventos donde se les contrate, y organillos hay escasamente 60. Así lo dice la página web: http://www.organillerosdemexico.com/, sitio en el que se reúne la información de la unión de organilleros de la que hace parte Odilón, así como notas y documentales que busca rescatar esta tradición que se pierde en México.

El día estaba soleado y caluroso, justo como describió que sería mi anfitriona y hermana de la vida. Por eso el único organillero que conocí, nunca se quitó sus gafas oscuras, que contrastaban con el traje de estilo antiguo que llevan los de la organización y el sombrero extra con el que recogía el dinero que los transeúntes, solidarios con la causa, le regalaban. 

“Es una unión, se recauda todo lo que se puede, el 70% va para el mantenimiento y el otro 30% se reparte entre la gente”, explica el hombre que luego mueve la palanca del instrumento que pesa entre 30 y 50 kilos, dejando sonar una melodía, para mostrarme que además de La Vida en Rosa, el organillo de 86 años, puede tocar siete canciones más. “Otros organillos – cuenta- tienen canciones más modernas, de cantantes mexicanos como Pedro Infante o Juan Gabriel”. Eso lo corroboré cuando estuve en Coyoacán, escuché tocar Cielito Lindo en una sus plazas.

Resistiendo

Los organilleros y sus grandes cajas musicales, son una tradición familiar que a pesar de lo mágica, se pierde en el ir y venir del “progreso”, de los llamados “avances”. Cuando en un reproductor de música o los mismos celulares inteligentes podemos tener infinidad de canciones y con internet casi que a la carta, los organilleros entonan melodías clásicas y tienen 8 canciones.

“Esto fue un boom cuando llegaron a México, en 1908 llegó la fábrica Wagner y estableció dos distribuidoras, una en Guadalajara y otra en Puebla; y de aquí salió a toda América Latina, pero en el tiempo de la Revolución en México esto se acabó. Y a partir de allí no los siguieron realizando, no los fabricaron”, dice Odilón con un dejo de nostalgia y orgullo a la vez, pues uno de los que quedan, hace parte de la familia.

Antes de despedirnos me dejó intentarlo, pero eso de ser organillero tiene su “ciencia”. Allá dejé a Odilón, nos regalamos una sonrisa, le dejé mi apoyo a la causa y la promesa de seguir conectados en las redes sociales. Ya somos amigos en Facebook, como me dijo que lo agregara desde que me acerqué a escuchar la canción de amor.

Lo nuevo, es que se aferran a una iniciativa que tuvo la diputada Miriam Saldaña Cháirez, quien presentó a la Asamblea Legislativa del Distrito federal (Ciudad de México) una propuesta para considerar a los organilleros como patrimonio cultural de la capital mexicana. A esto, le doy las mejores energías.

Y aunque las esperanzas para que se apoye esta tradición no yacen en esta nueva entrada, sentir que se puede aportar algo, es como devolverle la magia que me regaló Odilón esa tarde calurosa de mayo en un país que no conocía.

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Enlaces de interés

La vida en Rosa – Edith Piaf: https://www.youtube.com/watch?v=0g4NiHef4Ks

Facebook: https://www.facebook.com/Organillos

Nota de ForoTV: https://www.youtube.com/watch?v=sN6saDlveX4&feature=youtu.be

Documental El Organillero: http://vimeo.com/38042308

Texto de la diputada: http://www.cronica.com.mx/notas/2014/824246.html

Canción: El Organillero de la Orquesta Aragón: https://www.youtube.com/watch?v=Pt-TA6L8GSc


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