Steamer. Barco destartalado.

Gabo y Mutis: tras la estela del Tramp Steamer


En una conferencia internacional sobre Friedrich Nietzsche pude, por azar, hablar con un destacado profesor de literatura comparada que enseña en un país árabe. Nuestro tema no fue Nietzsche, sino la literatura colombiana, empezando por Gabriel García Márquez. Siempre he visto mucho más entusiasmo por nuestro ‘mas grande entre los grandes’ fuera de Colombia que dentro, y a menudo por parte de personas cuya lengua nativa no es el castellano. Quizás juzgo mal a mis compatriotas, porque el hecho de que yo perciba ese entusiasmo agigantado en el extranjero puede deberse a un ‘sesgo de selección’, ya que es natural que los extranjeros, al conocer a un colombiano fuera de su tierra, pregunten o hablen de lo más sobresaliente de nuestro canon. Debo decir que Gabo fue solo el inicio de un sinuoso periplo verbal.

La conversación transcurrió entre unos vinos blancos de calidad mezquina –era lo que había. Luego pasamos a Bukowski y la generación beat: Burroughs, Kerouac. Finalmente volvimos al Sur de América y hablamos de Bolaño justo antes de aterrizar de nuevo en Colombia o, más bien, de escapar hacia México. El señor profesor me pregunta con escepticismo, en un exquisito inglés que no podría reproducir: ‘¿has oído hablar por casualidad de un autor llamado Álvaro Mutis?’ Y yo, con ese vino malo en la cabeza, no pude evitar estallar en una carcajada de júbilo y le dije: ‘¡Pero cómo no! ¿Por quién me tomas?’ Y brindamos por él. Álvaro Mutis es para mí una honda herida porque, como me pasa con los artistas y poetas que amo, no soporto haberlo perdido. A veces imagino que voy por la calle y me lo encuentro como por casualidad, como cuando él se encontraba en cualquier lugar del mundo con el destartalado Tramp Steamer y vislumbraba algo así como su propio destino.

Quizás habría sido más adecuado brindar con un dry martini, o con un cocktail ‘maqroll’ con bourbon, Carpano y Noilly Prat decorado con una rodaja de naranja –como el que describe Mutis en una de sus novelitas. El caso es que hasta el día siguiente, probablemente a causa del vino, no caí en la cuenta de un hecho notable: mi amigo profesor no sabía que Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis eran los mejores amigos escritores de los que se tiene noticias. Basta con releer el discurso pronunciado por el cataquero con ocasión del septuagésimo cumpleaños de Mutis en la Biblioteca Nacional de Colombia, donde no reparó en ‘decirle con todo el corazón’ –hablando por todos nosotros– ‘cuánto lo admiramos, carajo, y cuánto lo queremos’. Así, Gabo no fue sólo el inicio de la conversación, si no, aunque el profesor no lo supiera, también el final.


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