Aun superada la lógica colonial, sigue habiendo un Nuevo Mundo que tenemos que estudiar como si fuéramos advenedizos o científicos. El Nuevo Mundo, el mundo 2.0, es la suma del espacio ordinario -el mundo físico, como decimos brutalmente- más el espacio simbólico que conocemos como “[la] Internet”. Este Nuevo Mundo es el único que existe y existe en reemplazo del anterior. No hay ningún fenómeno social que pueda ser interpretado sin recurrir a esta idea de que el mundo se ha extendido y que ahora todo tiene que ver con las redes sociales tanto como tiene que ver con las leyes de la física. Las manifestaciones, la violencia y los bloqueos que ahora mismo están ocurriendo en Colombia no pueden escapar a esta nueva ontología.
En las últimas décadas se ha demostrado más allá de toda duda que los prejuicios políticos se aprenden socialmente, es decir: aprendemos las ideologías en las interacciones sociales - no leyendo libros, ni viendo documentales, ni escuchando al profesor de sociales. En este mundo 2.0 el éxito de un creador [de contenidos] se mide por las reacciones; y no sólo por la cantidad sino también por su intensidad [me gusta, me importa, me encanta…]. Por tanto, el trabajo del creador [de contenidos] es explotar tus prejuicios y monetizar tus emociones. No importa que el creador sea honesto. Lo que importa es que el contenido encaje en el nicho ideológico adecuado para producir cierta reacción. Sea cual sea esta, debe producir dinero - y lo va a hacer, porque ya te midieron el aceite. Honesto o no, el creador [de contenidos] va a producir la mentira que necesitas oír, porque precisamente ese es su negocio.
¿No se ve aquí, en el mundo 2.0, en todo su esplendor el poder de la falsedad humana? ¿Qué es la falsedad humana sino la capacidad infinita de negar y recrear la realidad? La falsedad, y no la verdad, es el arma más poderosa que tenemos. Cuando esa increíble habilidad se manifiesta como imaginación creativa, produce, por decir algo, la teoría de la relatividad; cuando se manifiesta como fabricación de mentiras, produce, por decir algo, el terraplanismo. Bien sabemos que en algunas publicaciones periódicas de nuestro país solo falta que digan que la tierra es plana y que la culpa es de la vaca.
En el mundo 2.0 se confirma muy a menudo ese adagio taoísta que dice que, ante algunos ataques, la mejor reacción es no reaccionar. Por la certeza de la reacción es posible la manipulación del público. No trato, por supuesto, de pintar un público estúpido o ignorante. Se trata de que la manipulación es posible precisamente porque nuestras reacciones son predecibles, incluso las de los más inteligentes.
La ciencia nos ha permitido afinar el arte de las predicciones como para pronosticar el tiempo, pero la tecnología moderna nos ha permitido predecir aquello que la ciencia no puede predecir por sí misma: las reacciones humanas. El mundo 2.0 es el universo Asimov. La tecnología para predecir cuándo va a estallar una protesta nacional o cómo se va a comportar el público ante un evento expuesto en las redes ya existe y se llama machine learning.
En consecuencia, hay una altísima probabilidad de que las manifestaciones que ocurren ahora mismo en Colombia hayan sido previstas y que la reforma tributaria nunca haya sido diseñada para ser aprobada, o que algunos supieran que no podría ser aprobada. Esto implica, por supuesto, que habría una agenda oculta en la política colombiana con unos objetivos que van mucho más allá de los intereses inmediatos de este gobierno o de la oposición: objetivos proclives a la preservación del ecosistema de corrupción que florece en las altas esferas del país.
Claro que necesitamos reforma tributaria: para que los que explotan el suelo y los mercados de este país paguen impuestos que nos permitan financiar el rescate de los niños que mueren desnutridos en los hospitales. Claro que necesitamos una reforma a la salud para que todos los trabajadores y nuestras familias -entre ellas millones de familias pobres y trabajadoras- podamos tener un sistema de salud público, digno y de calidad. Claro que necesitamos un sistema de educación de calidad, con maestros bien formados y bien pagados y estudiantes que sean dueños de su propio aprendizaje. Claro que necesitamos una reforma, aunque no sea la que ellos decían. Sin embargo, previendo nuestras reacciones y echándole candela a nuestras emociones y nuestros sentimientos políticos, nos hacen creer que hemos ganado algo al no permitir sus reformas. Cómo íbamos a negar el triunfo, si es que nos ha costado sangre y lágrimas. Y cuando nos sintamos satisfechos con todos nuestros logros y nos repleguemos a la tranquilidad de nuestros hogares sin reforma, nuestros trabajos sin reforma y nuestras redes sociales sin reforma, harán la reforma que sí querían hacer.