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Mario Martínez, el coleccionista de melodías


Ser hija de uno de los mejores coleccionistas de música afrocaribeña del país me ha permitido tener tema para escribir desde que fui estudiante de Comunicación Social en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, cuando por allá en el 2003 mi profesor de la asignatura Manejo de Fuentes, el ilustre Ricardo Chica, nos invitó a escoger un tema cercano, que pudiera ser interesante para un público determinado y del cual hubiera mucha tela que cortar.

Fue allí cuando comencé a ser consciente de que en mi propia casa habitaba un personaje maravilloso, digno de toda admiración por su empuje y constancia para vivir su afición y sobre todo, por su inmenso conocimiento del ámbito musical. Un investigador innato, un “sociólogo natural” como lo definió Chica desde entonces.

Así nació “El coleccionista”, un reportaje periodístico de 30 páginas en el que a través de 8 capítulos exploré la afición de mi padre. Sus inicios en esa apasionante devoción por la música en el barrio Getsemaní, sus hazañas para conseguir los anhelados discos de vinilo en sus infinidades de viajes por Cuba y Estados Unidos, sus toques de picó en los cuales programaba sus mejores “petardos” y su vida familiar.

Y aquí estoy, casi 15 años después, con mucha más madurez narrativa y experiencia, recordando ese texto que me unió a él aún más durante el semestre completo que me tomó darle forma por mi inexperiencia, involucrarme en su apasionante mundo y entender y valorar su afición, la cual me ha acompañado durante mucho más de la mitad de mi vida, tiempo en el cual le he visto construir su amada colección de discos que alimenta cada tres o cuatro meses cuando viaja al exterior en busca de ellos.

Mario Martínez, mi padre, es un cartagenero de 63 años, sinónimo de tantas cosas maravillosas: es amor, es ternura, es inteligencia, cultura, bondad, integridad y buen corazón. Quienes han tenido la bendición de conocerlo coincidirían conmigo. Su sola imagen genera admiración, simpatía y tranquilidad. Es el padre y el amigo que todos quisieran tener.

Ha sido catalogado por muchos que comparten su afición como una “biblia” en el ámbito musical. Posee una envidiable e incuantificable colección de LP o acetatos que van desde diversos géneros como la denominada “salsa dura cubana”, el son, guaguancó, hasta los jíbaros, ritmo puertoriqueño que cobró vida en el SXIX gracias a los campesinos de la isla quienes con tal cadencia mezclaron sones taínos y africanos obteniendo como resultado exquisitas obras musicales que hoy -literalmente- hacen que Mario se vuelva como niño con juguete nuevo cuando los consigue y escucha en su potente equipo de sonido que tímidamente enciende en el pequeño apartamento donde vivimos. Son definitivamente sus favoritos.

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Nació y creció en Getsemaní, barrio tradicional y pintoresco de Cartagena de Indias, en el cual comenzó a experimentar su gusto por la música cuando desde su modesta vivienda percibía las notas que llevaba el viento proveniente de los bares de la Media Luna.

Se concentraba entre muchas otras melodías, en una que marcó su pasión, “Luces de Nueva York”, de Johnny López con la sonora matancera, la cual programaban en el popular “Night Club La Marina”, ubicado donde hoy día se encuentran las calles Pedregal y Media Luna, más conocida como la esquina de Las Brisas.

Fue miembro de una familia con infinidades de dificultades económicas y ante la temprana pérdida de su padre, abrochó el cinturón de su tesón y carácter, y emprendió duras batallas para sacar a su madre y hermano menor adelante. Tomó las riendas del hogar sin pensarlo dos veces y a medida que trabajaba, poco a poco dejaba de lado sus sueños de convertirse en profesional en lenguas y se enredaba en los afanes de propios de la vida: pagar el arriendo de las muchas casas (todas en Getsemaní) donde vivieron y de donde constantemente los echaban, conseguir dinero para comprar por lo menos una porción de carne al día, pagarle la escuela a su hermano, las medicinas a su madre y si algo quedaba, medianamente subsistir.

Por su situación económica los únicos estudios luego del colegio que pudo emprender fueron en la Alianza Francesa y en el Colombo Americano. Soñaba con estudiar una carrera pero la vida nunca le sonrió entre tantas dificultades. Hoy me pregunto hasta dónde hubiese llegado ese hombre con tanto talento y cultura de haber tenido más y mejores oportunidades.

Conformó su familia años más tarde. Contra viento y marea compró su casita en un modesto barrio que en ese entonces apenas nacía al suroccidente de Cartagena, inició su propio negocio que hoy aún conserva, y a punta de sudor y una que otra lágrima (ya que es un hombre extremadamente fuerte), educó a sus tres hijos hasta convertirlos en profesionales y “personas de bien” como dirían personajes como él.

Cuando logró tener cierta estabilidad económica y emocional, decidió darle rienda a esa afición por la música que tuvo desde niño y comenzó investigando sobre uno de los discos que más lo apasionaba: El Manisero, de Moisés Simons Rodríguez, del cual –una vez emprendió sus primeros viajes en búsqueda de música-, logró reunir más de 200 versiones, incluso algunas bastante exóticas en idiomas como francés e italiano y ritmos como jíbaro y champeta.

Su interés por el tema lo llevó a enrolarse con verdaderas autoridades musicales locales, nacionales e internacionales. En Cuba con el Sr. Rodolfo Vergara y en Cartagena con el Doctor Jaime Camargo Franco QEPD, reconocido y prestigioso historiador, musicólogo y autor de “El Manisero, el rey de los pregones”. Ambos fueron como sus maestros en cuanto a esta apasionante canción que marcó su inicio en este largo recorrido como musicólogo y coleccionista.

De la misma manera conoció al académico e investigador barranquillero, Joaquín Dejanon, quien comparte los mismos gustos musicales con él, a Isidoro Corkidi, musicólogo caleño, entre muchos otros apasionados por la música que de una u otra forma han marcado su largo recorrido en este arte.

Alguna vez le escuchó decir a Rafael Ballestas, amigo melómano, una sentencia con aire sagrado: “Así como los musulmanes van a la Meca siquiera una vez en su vida, los aficionados a la salsa tienen que ir por lo menos una vez en su vida a Cuba, considerada por algunos ‘la Meca de la salsa’”.

En 1994, luego de varios meses de ahorros, logró realizar el primero de muchos viajes a Cuba en busca de temas exclusivos que le permitieran ir conformando su discoteca. Preso un entusiasmo incontenible, antes de emprender la búsqueda de sus acetatos, recorrió cuanto sitio turístico de interés había en la ciudad, como La Plaza de la Revolución, El Museo de la Revolución, La Bodeguita del Medio, El Floridita (lugar célebre donde Ernest Hemingway solía tomar sus daiquiris), entre muchos otros que después se convirtieron en paisaje para él, pues los visitaba dos y hasta tres veces al año durante sus viajes.

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Con el transcurrir del tiempo hizo amistades en la isla que le permitieron ir mermando los viajes, pues hacían el trabajo de búsqueda de la música por él. Fue así como encontró nuevos lugares y contactos para obtener sus tesoros musicales, e incluso, comenzó a entrar en las nuevas tecnologías, participando de subastas por internet, lo que le permitió conocer apasionados por este tipo de música en todo el mundo y seguidores mucho menores que él.

Uno de ellos es Rafael Cafiel, de 34 años. Un abogado que se considera un loco por la música cubana, quien religiosamente, cada semana, se cita con Mario a tomar café y durante horas, hablar de esa pasión que los mueve. “Mario es ese cartagenero de los que poco hay. Es un hombre alegre, pujante y sobre todo, sincero. En esto de la música es lo máximo, nunca le ha negado una información a un angustiado coleccionista que lo busca para encontrar una guía y por el contrario, apoya a quienes empezamos tarde, pero queremos hacer el ejercicio como es debido. Es un referente obligado en cuanto música afroantillana se refiere”, expresa Cafiel.

Marlo Villa de 50 años, quien fue un afamado basquetbolista cartagenero en su juventud, es su compadre, amigo y hermano. Define su amistad con Mario como “un viaje lleno de aventuras”. Desde que se conocieron en New Jersey –EEUU en el año 2004, hasta hoy, han tenido una relación de amistad tan cercana (aunque se encuentren en países diferentes), que ha logrado unir sus familias y los ha llevado a emprender varios negocios juntos, obviamente todos relacionados con la música. Ambos coinciden en que Mario ha sido un eje articulador de su pasión, por ser una autoridad en el ámbito musical de nuestra cultura Caribe y por poseer esa dulzura y paciencia para enseñar a los demás. “Siempre hay algo que aprender de él, y él siempre tiene la disposición para transmitirnos su conocimiento. Ha sido como un papá para muchos”, dicen.

Boris Campillo, otro de sus grandes amigos, también célebre jugador profesional de baloncesto en sus años "mozos", comparte con Mario el orgullo de ser del barrio Getsemaní y la pasión por la música caribeña. “De Mario admiro la manera como superó su difícil infancia y salió adelante con esfuerzo, el gran amor y entrega por su familia, la manera como protege a sus amigos y lo leal que es con ellos y sus principios, la memoria infinita que tiene en todo lo relacionado con sus discos y cómo sabe agradecer los favores que le hacen. Es un hombre con un corazón muy grande, en el cual cabemos todos… y sobra”, apunta.

Mi padre es un hombre inmensamente culto, puede conversar durante horas sobre temas de actualidad, en especial aquellos que le apasionan como la situación actual de Venezuela, la economía del país, los modismos y uno que otro de salud.

Sin embargo no es muy amigo de los eventos públicos. Hacia finales del 2016 compartió una conferencia en el marco del seminario “Palabra, cultura y memoria” en la Universidad de Cartagena, invitado –y casi que obligado- por Ricardo Chica, quien gracias a mi reportaje “El Coleccionista”, conoció de ese personaje que prefiere estar en el anonimato, pero irónicamente tiene infinidades de historias por contar. Son grandes amigos desde aquel entonces y no hay oportunidad en la que Chica no intente convencerlo de que ese conocimiento que posee es tan grandioso que merece ser compartido con el mundo. Ya va un documental de televisión, 3 investigaciones académicas y uno que otro proyecto en los que lo involucra de una u otra manera.

“Mario es una autoridad en el patrimonio musical del Caribe. Durante todos sus años como coleccionista ha sabido reconocer y valorar la historia musical, que va mucho más allá de la salsa. Su forma tan meticulosa de recolectar, registrar y clasificar los discos es maravillosa”, explica el académico Chica. Se refiere a un archivo histórico que Mario se encuentra construyendo desde hace algunos años, en el cual digitaliza uno a uno ejemplares de su inmensa discoteca –compuesta únicamente por LPs-, escanea la carátula y el sello, todo ello contextualizado con la calidad del tema, la época en que fue grabado y el cantante u orquesta que lo interpreta. Este archivo de ser terminado, se convertiría según Chica en una joya del Caribe, un patrimonio invaluable de nuestra cultura y catapultaría a Mario a un nivel más internacional.

Hoy, en el Día del Padre, rindo a través del poder de la palabra, un merecido homenaje a este fabuloso personaje, mi padre, quien es para mí lo más bello que tengo. Es mi orgullo, mi ejemplo, mi compañero de fórmula, mi vida entera. Los que digan que tienen al mejor papá del mundo les digo: no están ni tibios, porque Dios me lo dio de premio a mí y solo a mí, y esa es mi mayor bendición y mi mejor carta de presentación ante el mundo. Decir que soy su hija.

Aunque sé que quizás se apene con esta sorpresa, no quise dejar pasar el relegado Día del Padre sin demostrarle con lo mejor que sé hacer, cuánto lo amo, cuánto lo admiro y lo mucho que deseo que siga adelante con su apasionante afición para que siga inspirando a tantas personas que comparten su amor por la cultura y logre dejar un legado al mundo.

¡Feliz día a todos los padres que como Mario, han brindado su amor de forma incondicional a quienes los rodean y son el orgullo y el ejemplo de sus familias! 

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*Fotografías de Tico Angulo Molina. En la primera, vemos a Mario buscando un disco dentro de su gran colección. En la segunda, Mario sostiene uno de sus discos favoritos, Cuba Baila, banda sonora de la película con el mismo nombre, que fue lanzada a principio de la década de los 60 en la isla.


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