Hay personas para las que la felicidad no consiste en un estado “ideal”, en el que tienen todo resuelto, sus sueños materializados, no hay preocupaciones, son solo sonrisas, están rodeados de amor y pueden pensar en el futuro sin sentirse temerosos.
Así es, hay personas como Roos Morales Villareal, para quienes la felicidad radica en poder regalarle una sonrisa, un abrazo y un mensaje de amor y esperanza a los demás, aunque para ello deban sacrificarse y renunciar a su propio bienestar.
“Al morir mi madre de cáncer, y quedar hundido en el dolor más fuerte que haya podido sentir alguna vez, solo me quedaban dos opciones: una, dejarme consumir por el sufrimiento, y dos, salir al mundo y entregar amor”, cuenta.
En estas líneas podrás conocer la razón por la cual este cocinero de 35 años, luego de pasar el duelo por la muerte de Lourdes, su madre, decidió irse por la segunda opción. Desde ese momento, su vida cambió radicalmente: ahora vive para servirle a los demás.
Siempre había estado entregado a las causas sociales. De hecho, intentó ser sacerdote en varias oportunidades mientras ejercía como sacristán y había sido voluntario en jornadas de ayuda de diversas instituciones y fundaciones.
Pero en el 2016 decidió fundar la suya: “Sonrisas de León”, iniciativa que desarrolla en Isla de León, una de las zonas más deprimidas de Cartagena, ubicada en lo más profundo del barrio El Pozón, al suroccidente de la ciudad.
En Isla de León les da la bienvenida a propios y visitantes un inmenso caño lleno de maleza, verdín, moho, basuras y con olor nauseabundo al que le llaman Caño Limón. Es ese canal el que separa el sector de otros como 14 de febrero y Los Ángeles, con los que se comunica a través de dos puentes, uno peatonal construido en madera, y uno de concreto por el que transitan vehículos, carretas, motos y los niños desafían el peligro poniendo a prueba su equilibrio (como consta en la foto).
Sobra decir que en época de lluvias, este es uno de los sectores de la ciudad que queda completamente aislado, pues el Caño Limón se desborda, llevando consigo a las calles y casas -en su mayoría construidas con listones de madera, zinc y plástico- una fétida avalancha, conformada por los desechos que en él flotan.
Quienes entran a la zona no podrán sentirse más conmovidos con el panorama. La pobreza se puede ver y respirar en cada rincón. Casas hechas con tablas de escasos 1.5 metros de altura; niños desnudos y a pie descalzo corriendo por las calles rellenadas con escombros; tiendas en las que a duras penas venden aceite, mecatos y uno que otro jabón -pocas cosas que requieran refrigeración, pues la luz se va con bastante frecuencia-; adolescentes embarazadas charlando en las esquinas; miradas de hambre, de dolor, de desolación.
Y allí estuve este sábado 20 de julio, día en el que se celebraba nuestra independencia, movida por la sensibilidad que me produjo escuchar la historia de Roos. Hablé con él bajo el sol más inclemente que haya podido sentir en los últimos días en Cartagena. El fogón a leña en el que este hombre cocina para 300 niños del sector tres veces por semana sobre una loma de escombros, alimentaba aún más la sensación térmica.
En esos gigantes calderos ardía una gran cantidad de espaguetis y pasta de tomates que expedían un delicioso olor. Roos revolvía con un palote la salsa mientras algunos niños merodeaban para inspeccionar el menú, y varias voluntarias que lo acompañaban, escurrían las pastas. Otras preparaban el agua de panela.
Los rostros de los voluntarios que lo apoyaban sudaban al tiempo que sonreían de motivación para ayudar a mitigar la triste situación de esos niños y sus familias, quienes esperan pacientemente debajo de carpas y polisombras, el plato de comida que este cocinero preparaba con amor, y sin esperar ningún tipo de retribución, más allá que un “gracias” y una sonrisa a cambio.
En esa comunidad, Roos se ha convertido en el ángel guardián de los niños, a quienes no solo les alimenta el cuerpo, sino también el espíritu, con el apoyo de amigos y desconocidos que se han unido a su hermosa causa. Es así como desarrolla, además de las jornadas de alimentación, actividades de refuerzo escolar con lectoescritura, clases de pintura, evangelización, talleres de ética y valores, entre otros espacios en los que se formen y encuentren oportunidades.
Con la ayuda de uno de sus amigos, logró rentar una casa por valor de $230 mil, en la que almacena los alimentos y demás ayudas que recibe para los niños. Allí también planea armar un patio productivo en el que pueda cosechar frutas y verduras para insumo de las recetas que les prepara.
“Mi gran deseo es poder impactar a más de 1000 niños, comprando el lote en el que comencé a cocinar y construyendo allí nuestra sede, que será la casa de todos mis niños”, me contaba mientras me mostraba el espacio donde planea realizar la siembra de semillas para su patio productivo.
También hablé con Yuranis Vásquez Jiménez, una luchadora contra el cáncer de 16 años, a quien Roos le consiguió, con apoyo de un contacto que se encuentra en Dubai, la donación de una peluca de cabello natural, que luce con total orgullo. A Yuranis le fue amputado su brazo izquierdo para extirpar completamente el cáncer, sin embargo, ya le había hecho metástasis en el pulmón.
“Hoy puedo decir que estoy recuperada, sigo en la lucha y le agradezco a Dios por poner en mi camino personas como Roos que nos han ayudado y bendecido tanto. El amor de él es gigante, no cabe en este lugar. Le pido a todas las personas que me leen que lo ayuden para que él pueda arreglar la fundación y seguir ayudando a muchos niños más como yo”, decía mientras me mostraba cómo su cabello ha ido saliendo, demostrándome que dentro de poco ya no tendrá que usar la peluca.
Yidielis Valdez Ruiz, de 9 años, al ver cámaras y celulares grabando, también llegó esperando ser entrevistada. Es todo un personaje. Tiene los ojos más expresivos que jamás haya visto, un cabello ensortijado envidiable y una capacidad de expresión que anhelaría cualquier profesional.
Es una de las consentidas de Roos, quien lo acompañó a la entrega de los Reconocimientos Mi Apellido es Cartagena, certamen promovido por la Sociedad de Mejoras Públicas de Cartagena para premiar iniciativas cívicas, en el cual llegó a ser finalista. Allí tuve la bendición de conocerlo y quedar automáticamente comprometida con la causa social que lidera.
Para Yidielis, Roos es un gran amigo más del barrio con el cual se divierte mucho. “Roos hace que a veces nos regalen ropa, juguetes y que nos divirtamos mucho. También cocina rico”, me explicaba con total elocuencia.
Alexandra Padilla Feria, es una niña de 10 años que está tomando clases de baile, gracias a una beca que Roos le gestionó en Bellas Artes. “Cuando sea grande quiero ser una gran bailarina, por eso le agradezco a él por apoyarme en mi sueño”, me decía.
Y es que quien conoce a Roos puede percibir en sus ojos la bondad que hay en su corazón. Ese que se llena y late más fuerte, cuando reparte amor a través de esos platos de comida que prepara cada martes, jueves y sábado a los niños de Isla de León, y cuando hace lo mismo por niños enfermos de cáncer, en la Fundación Ronald Mac Donald, donde también es voluntario.
Al conocer a personas como Roos, compruebo que definitivamente Dios habita en el corazón de quienes lo aman, le honran y le siguen. Este joven es una muestra de que así como hay tanta oscuridad y maldad en el mundo, también hay muchas personas nobles, buenas y bondadosas que viven para servir y sirven a los demás, para poder sentirse vivos.
¡Qué afortunado es Roos que encontró en Dios y en el servicio el propósito de su vida y trabaja cada día por ello! Muchos parten de este mundo sin siquiera habérselo preguntado, y viven una vida vacía, sin emociones, sin sentido.
Ojalá todos pudiéramos apoyarlo con algo, no de lo que nos sobre, porque así no tendría sentido ni valor. Sino con algo que nos cueste soltar, que realmente haga la diferencia en nosotros, porque es en ese momento donde entendemos que no hay satisfacción más grande, que dar sin esperar recibir nada a cambio.
Cualquier cosa que en este momento se le esté pasando por la cabeza con la que pudiera ayudar, eso, sí eso, le hace falta a los niños de Isla de León. ¡Ayudemos a ayudar!
Fotos: NIcolás Hurtado / Cortesía