Si a mí me hubiesen dado la oportunidad de escoger el país donde nacer, no dudaría en volver a escoger a Colombia, así tenga que aguantar otra vez su indiferencia, mala fama y su particular convivencia, la escogería sin dudarlo, fuera orgulloso a que me parieran otra vez allá. Por eso no puedo gritar “país de mierda” como muchos lo han hecho movidos hasta la médula por la rabia y decepción, motivados por la impotencia y el desespero, iguales sentimientos que yo en estos momentos padezco, la misma conmoción que a más de uno ha sorprendido.
No, yo de verdad no podría hacerlo, y aunque muchas veces he manifestado mi descontento, aunque he atropellado su buen nombre, he disparado groserías contra mi país en momentos donde pueda canalizar alguna soberbia, hoy, no sé a quién ni de qué forma, ofrezco disculpas.
Colombia siempre ha sido un país convulsionado, caliente –no precisamente en algunas zonas-, un país enfurecido, doble moral, de todo; Colombia, para resumir mucho o poco, es tierra de odios y amores. Curtida hasta la garganta por el catolicismo y religiones, embadurnada de politiquería y corrupciones, Colombia sobrevive como puede, algunas veces con una bala de oxígeno, la única bala que no la mata, y en otras ocasiones parece ser un misterio porque no se sabe.
Estos últimos días han estado estremecidos y hasta para algunos caóticos, resumir punto por punto todo lo que ha sucedido sería un escrito algo extenso que naturalmente varios no van a leer, sin embargo, muchos revientan a golpes el bombo por el hecho de tener un Nobel de literatura, pero les da más que pereza, indiferencia de leer; esas cosas pasan en Colombia, un país donde lo extraño es normal y lo raro es común.
En escasos días han sucedido cosas que son dignas de algún lugarcito en las escrituras, sean bíblicas o no, todo lo que ha pasado en casi horas, es muestra de esa esquizofrenia que sutilmente nos concedió Pepe Mujica, dándonos una voz de aliento y también unas cuantas cachetaditas con esa forma sabia y lenta de decir las cosas más ciertas. El primer día de esta odisea –no precisamente la de Homero-, un poco aislada de todas las que existen en el país del divino niño, y digo aislada, porque aquí por estas playas cada quien vive su particular locura.
En ese primer día, que sería como el Génesis de nuestra biblia por estos momentos, en donde todo era oscuridad en este monte, momentos de efervescencia y un tremendo calor, ese inicio de las escrituras de días atrás, de horas casi prematuras, donde ningún Dios dijo: hágase la luz, pero que mandó a decir con una voz robusta: ahora sí es que se va a poner bueno esto.
En el principio ganó el No en el plebiscito donde se aceptaban o no los acuerdos realizados con las FARC, un tema de toneladas explicativas que no podré escribir hoy, porque como les digo, la situación está en un punto de ebullición donde el agua, el odio y el amor salen a borbotones del recipiente.
En el primer día, los que apoyaron el No en cabeza de su líder –San Álvaro- y la recua de mentirosos revelan al mundo que no tienen ni idea de qué hacer, y que ya han declarado tiernamente que toda su campaña fue una farsa teniendo como objetivo la desinformación a cualquiera que se les atravesara. De todas formas, a pesar de sus lagunas de odio, al segundo día se reúnen para tratar de cocinar un nuevo acuerdo o mejorar los que ya están hechos, el problema es que su cabeza, el omnipotente Uribe, la brisa hace fiesta en su cráneo, tanto así que las declaraciones ante la petición de todos respecto a sus propuestas fueron: "no nos van a poner de creativos para hacer propuestas, cuando lo hicimos en la campaña". Ridículo.
Un país donde se necesita la "creatividad" de un opositor acérrimo a la paz, donde abiertamente se le ha demostrado varios nexos con paramilitares narcotráfico y corrupción, sólo demuestra lo podrido que tienen el corazón algunos de sus habitantes, demuestra que la vida de muchos está expuesta a la versatilidad del "creativo", como si la muerte fuera algo parecido a hacer una cartelera, o la guerra fuera un óleo que sirve pintar.
He visto a varios del No argumentando muy bien su posición, y a otros del No con pompones y gorritos de fiesta como si toda esta situación fuera una piñata; eso es lo que me causa la alergia, el saber que toman una posición tan petulante ante el futuro del país. Realmente deja mucho que pensar lo que sucede en esta tierra, donde la sangre del otro importa poco. Eso es lo que de verdad indigna, que instituciones que veneran la fe y el dinero se pongan felices por las desgracias del otro sonando panderetas y haciendo vídeos que no demuestran otra cosa que un gozo egoísta y perverso; o que varios votantes del No usen la burla como la forma cobarde del debate, vanagloriarse de una “victoria” que evidentemente no les favorecerá en absolutamente nada. Votantes del No y del Sí, han patinado en todo este trastorno, y lo único que nos salva es nuestra postura de ahora en adelante, donde podremos apreciar lo que lleva cada quien en su alma y corazón.
Al tercer día se realiza una marcha por la paz en más de diez ciudades de Colombia, un apoyo demostrado por líderes de varias universidades del país, fortaleciendo un poco el cambio que todos deseamos, así varios señalen este tipo de manifestaciones como absurdas y payasas; en el día cuarto salen a la luz las estrategia que usaron los líderes de la campaña por el No, lo cual es aberrante y producen hasta ganas de vomitar, pero eso es normal que pase por estos cielos tropicales, es la misma esquizofrenia colombiana de la que hablaba Mujica, donde muchos se han acostumbrado al engaño mentira y falsedad, y los otros, los dueños de los títeres, cada vez son más ágiles con sus mentes, como si de verdad creyeran que todo siempre les saldrá bien, y jamás serán descubiertas sus decepcionantes actuaciones.
Al quinto día, Santos –el presidente actual- gana el Nobel de paz, esto ha sido para unos la vergüenza más grande de la humanidad, el error más grosero de la existencia, tanto así que el mismo Uribe puede desde su mente onírica tener el atrevimiento de también merecer uno. Cinco días para nunca olvidar, lo que muchos han bautizado como el inicio de algún tipo de cambio en estas tierras bananeras.
Colombia, un país donde tener un Nobel de literatura a algunos les importa poco porque lo máximo que pueden leer es el nombre en su cédula, y tener un Nobel de paz en un lugar donde la guerra ha hecho fiesta, parece sacado de un libro no tanto de fantasías, sino más bien de una espléndida demencia.
Todo este Génesis cafetero inicia con el deseo de la paz, lo difícil de entender de Colombia, es que se hace una consulta para aprobar unos acuerdos entre las FARC -la guerrilla más vieja del mundo, 52 años- y el gobierno que duraron aproximadamente unos cuatro años. Unos votaron Sí con el argumento de finalizar la guerra y posteriormente conseguir la paz, con lo cual estoy totalmente de acuerdo, porque la paz no es sólo bala bombas y secuestros, es por lo menos que en esta tierra la gente no muera de hambre, o que por favor no se roben los recursos del país para el progreso del mismo, o hasta llegar al punto de mendigar que lo atiendan en un hospital porque se está muriendo. Eso también es paz, y ese era el primer paso para un progreso largo al cual muchos son totalmente escépticos.
Muchos votaron por el Sí, exactamente 6.377.482 colombianos –entre esos yo- con la esperanza de que Colombia empezara a marchar, no de forma perfecta, pero que pudiera dar el paso a arreglar algunos tentáculos que nos tienen ahorcados a todos. Varios votaron Sí, un Sí que no sólo era para estar de acuerdo con lo pactado, sino un Sí de esperanza, un Sí de yo creo, yo creo en mi país, yo creo en esta tierra. Sin embargo, después de ver los resultados cayeron en la desesperación muchos de ellos, y su frustración no fue otra que despotricar y derramar groserías contra su propio pueblo, y eso, eso tampoco era correcto.
Se demostró lo frágiles que podemos ser, lo poco positivos que nos volvemos cuando las cosas no salen, pero es una muestra de lo que somos, un lugar en el mundo donde no nos han enseñado a ser perseverantes, sólo a conseguir triunfos propios. Asimilar una derrota jamás será fácil, y mucho menos comprensible cuando lo que está en juego no son premios, sino las vidas de nuestros compatriotas.
Por otra parte, a lo que yo llamo el raciocinio difícil de entender, a lo que de verdad con todo mi corazón apalastrado no puede asimilar, es que 6.431.376 colombianos votaron por el No, unos porque no desean con todas sus fuerzas ver a las FARC en el congreso, legislando, haciendo política, como si tener a Uribe y todos los parapolíticos fuera la muestra palpable de la transparencia y las buenas maneras, como si en el congreso no han mandado a matar, como si al parecer fuera el salón de las más excelentes mentes, y los más prodigiosos corazones, eso no es de temer, eso es diversión. Temen de forma pavorosa que las FARC lleguen a hacer política de forma legal, como si hacer política en este país fuera la manera más pura y altruista de llegar al progreso –en algunos casos, por no decir la mayoría-, eso no es miedo, eso es folclor.
Se rasgan las vestiduras y gritaron durante todo ese tiempo cárcel y pudrición para los actores de crímenes de lesa humanidad y secuestro, sin embargo, la cara sonriente del circo –Uribe- la primera propuesta que lanzó sobre la mesa fue: “amnistía a guerrilleros sin condenas y "alivio judicial" a policías y soldados”; la amnistía ya estaba en los acuerdos, y esa respuesta fue el lacito del regalo donde una vez más este señor demuestra que tiene la capacidad de hacer con sus borregos lo que le venga en gana.
La cachetada más grande ante esas eufóricas declaraciones -cárcel y pudrición para los actores de crímenes de lesa humanidad y secuestro- la dio Alan Jara cuando le dijo al mundo estas palabras: “yo estuve 2.760 noches, 2.760 noches, y eso no se lo deseo a nadie, a nadie; a mí sinceramente no me arregla la vida el que se pudra en una cárcel el que me secuestró, a mí me arregla la vida el que no hayan más secuestros”. Todavía hoy, después de estos días casi sin explicación, un defensor del No, no ha sabido refutarme esas palabras; la cuestión aquí, es que cuando nunca has sido víctima, la vida se te hace más dulce, pero cuando te ha tocado morder la guerra, te sabe amarga.
Muchos votaron por el No, sin haber leídos los acuerdos, sin por lo menos debatirlos; algunos con muy buenos argumentos, otros con una pila de concreto en la cabeza y dos paredes de tres metros en los ojos, asustados porque según este país se iba a volver homosexual; a esto último sólo puedo agregar: ahí se demuestra no tanto la avalancha desinformativa que propició el niño malcriado de Uribe, que después que le cayó la gota fría de ahora en adelante actúa como cuando uno tenía que exponer en clase y se quedaba viendo el tablero, o como cuando llegaba el boletín de las notas y te preguntaban por qué perdiste materias. Esto de aquí para allá es el performance del niñito berrinchón que no le prestan atención pero pasa golpeando las ollas de la cocina para que sepan que sigue jodiendo. Esos que votaron por el No por su pavor en vivir en una tierra homosexual, evidencia el poco criterio que tienen muchos colombianos.
Votamos por el Sí o por el No, unos obligados, engañados y hasta mal informados, otros con buenos argumentos y mucha convicción, y después de los resultados se puede concluir, que en Colombia, para varias personas llegar a un acuerdo con las FARC –o cualquier otro grupo subversivo- era poder seguir viviendo, para varios, sólo era quejarse de los regalos a la guerrilla, algo así como estrilar con la boca llena desde la cocina, y otros, escondidos en ella, porque posiblemente los podrían matar.