Pura belleza Transcaribeña, El llamado (I)
Voy a dejar seis cosas muy claras antes de empezar esta serie de escritos, la primera: esto no es ni será el manual del buen comportamiento del transporte esperado por más de diez años llamado Transcaribe –aplausos-, la segunda: no lo voy a hacer cambiar su opinión sobre Transcaribe –si la cae mal, pues léalo, si le cae bien, pues también, si no lo usa, lo invito a que lo lea, si no le sirve, no lo coja, si le sirve, siga usándolo, si algunas veces le sirve y otras no, entonces decídase-.
La tercera: no piense que este chorrero de letras será una oda sobre su construcción, su ejecución y el inestable futuro que nos espera junto a él –porque esos “chicharrones naranjas” como le escuché a una niña decir, son de nosotros, ¿o no?-. La cuarta: esto no es la verdad absoluta ni mucho menos, pero hay una que otra línea adornada con cerecitas de razón con un caramelo sabor a verdad; la quinta: esto no se trata de justificar sus procesos ni tampoco la forma de ejecución –no entraré en ese tema, eso se los dejo a otros-, y la sexta y no menos importante: Transcaribe no me paga por esto, de hecho, a mí nadie me paga por esto, suficiente con que tenga este espacio.
Por eso a esta primera entrega le he puesto “El llamado” y como bien lo dice, es un llamado a todo, cuando digo a todo es a todo, desde saber interpretar lo que esto contiene, hasta poner en práctica algunas de las cosas que estarán escritas en las diferentes entregas de la “¡Pura belleza Transcaribeña!”-en el fondo suena una canción novembrina, ponga en su cabeza la que usted quiera-.
Como ya es costumbre y principio básico de los procesos e inicios inesperados, empecemos por el principio. Yo fui uno de los que se le agotó la paciencia con Transcaribe, rompieron toda la querida Pedro de Heredia porque pregonaban un cambio drástico en la movilidad, un cambio en el transporte que entre otras cosas no es para nada nuevo, tanto así que ya en otras ciudad “más avanzadas” no funciona, pero… a ver, Cartagena es más pequeña que una pepa de limón recién nacida, y por ende, ese sistema “integrado” debería ser la “solución” a los atolladeros y todos los vericuetos que nos toca padecer en la fantástica –yo creo que Carlos Vives no tiene ni idea del nombre hiperbólico que le puso a Cartagena, y el sutil daño que éste conlleva-; en cambio a eso, este sistema “nuevo” lo que aparenta ser es un odio profundo para unos y un amor eterno para otros, y lo que es peor, a lo que casi nadie se da cuenta, es que el “nuevo” sistema o todo el concreto que esparcieron en la ciudad no es el inagotable dilema, la situación es más complicada porque radica en un problema cultural, en algo que viene desde la personalidad de cada cartagenero.
Para nadie es un secreto que todo este proceso que comenzó hace más de diez años, que actualmente está funcionando a pesar de las críticas de muchos y los aplausos de pocos, porque parece ser que este pequeño avance en el transporte ha sido el vómito más desagradable que ha podido existir en Cartagena, lo señalan como la malditidad más grande y la brujería con ruedas más espelúznate que ha caído en el corralito; se expresan con tal desagrado y hasta terroristas se vuelven algunos con amenazas y demás, que yo realmente me rajo la cabeza pensado si en realidad esta ciudad tendrá oportunidades de avanzar en todos los aspectos, desde el ámbito del respeto hasta el cultural, donde existe un barranco bastante grande por el cual trabajar, y a lo que en verdad no le soy tan pesimista.
Es cierto que sus procesos no han sido lo más indicados, es verdad que el mapalé de la corrupción en toda su obra ha sido para taparse la cara y mirar para otro lado, pero esa no es la idea de “El llamado” ese temita se los dejo a otros que le quieran sacar las sabanitas sucias –que hay más de uno por ahí deseoso de zamparle manducazos a todo-, yo intentaré concentrarme en lo que hay de aquí para allá, un allá que la verdad no sabemos hasta dónde será, porque ya he escuchado voces que gritan con llanto prematuro: “Transcaribe colapsó” “esto no sirve” “ha sido lo peor que han hecho” y de ahí para adelante casi todo el manaure y toda su sal.
Soy consciente de que a más de uno no le agradará ni un poquito lo que escriba aquí, porque es apenas lógico –como lo mencioné arriba- Transcaribe para unos es un infierno, y para otros un cielo, lo cual no debería ser, debería ser lo mismo para todos, pero no lo es, por ende, esa disputa existirá por toda la eternidad por los siglos de los siglos, pero sin el amén, porque soy optimista en pensar que esto mejore con la buena disposición de todos, de todos.
Si vamos a hablar claro y con la verdad, pues yo seré el primero que lo diga: yo sí estoy de acuerdo con Transcaribe, independientemente de sus oscuros procesos que ha tenido en el pasado, ir de la Castellana al Centro en 25 minutos en el articulado (101), y 15 minutos en uno de sus alimentadores (Crespo 102), para mí, es un avance gigante comparándolo con la travesía casi suicida que es montarse en una buseta en esta ciudad, que por mucho tiempo nos han servido, y que todavía a varios les sirve.
Hacer una oración fuerte al espíritu santo es lo mínimo que hay que realizar para que la buseta no se accidente, porque manejan como si la vida les cayera mal, aguantarse el pésimo humor del chofer y jugar con la desesperación de las personas, no sé a ustedes, pero a mí la verdad me hastió esa situación que he padecido por años. Súmale a eso que estás pagando la misma cantidad de dinero, con diferencias en sus protocolos al operar, pero por lo menos en el “nuevo” sistema, no estarás preocupado porque el sparring se te quede con el vuelto, o que te tienes que aguantar la velocidad lenta y la paciencia del morrocoyo del conductor porque ya pasó el reloj, y lo más aberrante, hacerte bajar de la buseta donde ellos quieran porque no quieren manejar hasta allá, entonces la salida es hacerlos bajar a todos y montarlos en otra buseta como si fuéramos mercancía o bultos de papa. Estos son apenas algunos de los mini juegos extremos que existen al montarse en una buseta en Cartagena, cabe resaltar que no todas las busetas son iguales, pero soy tan de malas que en todas me pasa -qué suerte-.
Es evidente que existirán cosas por mejorar todo el tiempo en Transcaribe, que cada vez deben trabajar para prestar un mejor servicio, pero también es cierto que los usuarios debemos usarlo de la forma correcta, no tirársela de vivo y creerse la inteligencia perversa más sagaz del caribe. La “Pura belleza Transcaribeña” pretende ante todo dejar un pensamiento positivo a todas esas peripecias vividas en el transporte cartagenero, aquí no se trata de polarizar pensamientos, y no darse golpes de pecho argumentando el yo pienso, ni tampoco seguir cargándoles expresiones negativas a esta nueva forma de movilización que antes de estar funcionando ya tenía a una ciudad en contra.