Cuento premiado con mención de honor en el Concurso Literario el Brasil de los Sueños, homenaje a João Gilberto, organizado por el Instituto de Cultura Brasil - Colombia (IBRACO).
Paulinho
“Si usted insiste en clasificar
Mi comportamiento de antimusical
Yo mismo mintiendo debo argumentar
Que esto es bossa nova, que esto es muy natural…”.
Mi canto fue interrumpido, con el grito de un robusto policía que desde lejos corría y al mismo tiempo gritaba: –¡lo encontré! por favor señor Paulinho, no se mueva.
A mis 81 años había decidido dejar todo atrás. Esa mañana alisté unas cuantas cosas en la maleta y tomé un largo viaje que no tendría retorno. Mi trayecto inició con un viaje de casi nueve horas, desde Balsas a Teresina, luego tomé un vuelo de una hora hasta Fortaleza. Recuerdo que se me empañó la mirada, cuando desde el avión vi lo que realmente significa el color azul y no me refiero a la inmensidad del cielo; más bien a esa infinidad de agua que rodea a la capital del estado de Ceará.
De Fortaleza viajé hasta Río de Janeiro. Debo admitir que fueron varios intentos fallidos para llegar hasta la Cidade Maravilhosa, pero esta aventura me llenaba al punto de alborotar mis sensaciones y de olvidar algunas píldoras para mantener mi tensión.
Desde Balsas había contactado lo que sería mi refugio de por vida: Asilo da Velhice, el lugar que escogí gracias a las recomendaciones de la prensa.
Cuando entré a mi nuevo hogar sentí que realmente había paz, pues me lo imaginaba con mucho ruido y la gente corriendo de aquí para allá, tratando de atender al vejestorio. Una enfermera me mostraba y presentaba cada espacio del asilo; pero mientras recorría los pasillos y admiraba su tranquilidad, recordaba que debía seguir el camino, me había prometido llegar a ese lugar.
En una de las esquinas del largo pasillo, vi lo que sería una discusión de dos abuelas. Decidí acercarme y confirmar que realmente si tenía razón; este lugar no era tan tranquilo como aparentaba.
Un vestido había sido el protagonista de la discusión. Mis oídos me habían fallado mientras estuve allí, pero logré escuchar a una de las enfermeras contándole a otra, que las abuelas habían discutido, porque al parecer una tenía puesto el vestido de la otra. En ese momento pensé que hay cosas que se olvidan y a veces pedir permiso por tomar cosas ajenas también puede pasar a esta edad. Pero resultó que los dos vestidos si existían, fue una simple confusión.
Fue en ese preciso momento en que aproveché el bullicio y emprendí mi camino. Era mi primer día en Rio, había salido del asilo, dispuesto a caminar y llegar a conocer a lo que realmente me tenía allí.
Era un poco fastidioso caminar solo con el ruido natural de la ciudad, preferí darle un poco de sentido a mi caminata, así que me puse los lentes de sol y activé mi mente. Ahora había música, estaba el sonido del piano, la guitarra y las congas, pero sentí que faltaba algo, así que le di entrada al saxofón. Qué ritmo tan cuidadoso y afinado estaba surgiendo.
En mi caminata, hacía paradas en las esquinas y preguntaba qué tan lejos o cerca estaba de mi destino. Luego de varias horas caminando llegué a las calles Prudente de Morais y Vinicius de Moraes. Un señor que me había dado indicaciones un par de esquinas atrás, me recomendó entrar al Bar Veloso y allí confirmé que estaba muy cerca de lo que mis ojos querían conocer.
Estaba a una cuadra, así que solo me dediqué a caminar. Cuando llegué me quité las sandalias y sentí la fina arena del mar, me acerqué a la orilla, y vi que realmente si era azul y cristalino; había llegado a la playa de Ipanema. Me senté un largo rato frente al mar, lo contemplé hasta que vi a un chico con una guitarra, y le pregunté si sabía Desafinado de João Gilberto, el chico simplemente empezó a tocar y yo con la voz quebrada le dije es mi primera vez en el mar así que debo cantar.
Luego de ver al policía, no pensé que mi corta ausencia fuera a causar semejante revuelo.
Autor: Pía Sierra