Contra Andrés Pinzón-Sinuco


Me han dicho que tu problema
—uno de muchos—
es que te gusta demasiado
subirte a trenes que se van a descarrilar.
Me han dicho que lo sabes.
Pero te importa una mierda.
Me lo ha dicho la chica vasca
con la que hablas.
Y mira que apenas te conoce
y ya sabe tanto de ti.

Tú estás tranquilo, o finges estarlo.
Evades el desastre mirando unos ojos verdes.
Deseas lamer aquel tatuaje.
¿Pero a quién engañas?
A mí ciertamente no.
Tú y yo nos conocemos de otras lunas.
Nos hemos cruzado varias veces
en la primera mitad de tu vida.
Me debes tu ingenio,
los pocos buenos chistes que sabes
y el pobre encanto
que esgrimes de forma patética.

Pero te has subido a aquella locomotora.
Y habrá heridos por doquier.
Y claro, tú sobrevivirás.
Lo has hecho antes, pedazo de cretino.
Esa es justamente tu parte:
echar de menos,
besar despacio a aquella flaca,
permitir que te desnude sin quitarte la ropa,
entre la arena con la que has jugado,
porque eres como un tahúr solitario
que cree no saber lo que quiere.

Lo que te gusta
—y esto no me lo ha dicho nadie—
es morder la comida del gato;
disipar las telarañas de las esquinas
de todas las puertas de tu casa.
Y no vale la pena decirte
que eres un hijo de puta.
Tampoco vendrá nadie
a decírtelo tan claro.


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