Apenas un roce.
Dos rodillas que se buscan.
Y luego, claro, las coincidencias.
Así comienza el amor:
entre sutiles búsquedas,
como descubriendo
que el otro se nos ha adelantado.
Emerge y sumerge el deseo.
Probar un cuello.
Oler aquel perfume esquivo.
Y nos damos cuenta,
quizá muy pronto,
que nuestra amada es unánime,
como el frío de cualquier madrugada.
Los mensajes, la espera,
el color de las mañanas,
un tema común, los gustos,
la desaprobación.
Ansiosas circunstancias
que sin embargo lo son todo para ambos,
Porque la incertidumbre manda;
y, sin embargo, es delicioso no saber.
¿Donde estará mañana?
¿Qué habrá cenado anoche?
Ha hablado de mi,
me lo ha dicho.
Y yo he sido lo más feliz que se puede ser
cuando su rodilla, deliberadamente,
ha tocado la mía desbaratando lo sucesivo,
sin la menor intención de una retirada.
Cuando, para ocultarlo,
ha puesto un libro encima,
como quien trata de solapar
el fuego de un sexo que se torna vivo.