Conocerse.
Beber agua por licor oscuro.
Dejar que los demás duerman.
Y no quejarse.
Olvidar.
Un ave se mueve sobre el césped
tras la ventana abierta,
es un pisar de hojas calientes
entre el viento inerme y democrático
del veintidós de julio.
Adentro,
en el cuarto y en la sala,
una mujer y un niño tratan de dormir.
El sueño demora en caer,
demasiados recuerdos,
tanto futuro
rebosa, derrapa, bulle
graciosamente
en un suspiro de alivio.
Y sin embargo,
pese a mi esfuerzo por ser silencioso,
recobran la consciencia
durante unos segundos.
Mi tránsito ha sido el responsable.
Abren sus ojos,
buscan el tacto
y miran,
desde el verde almendrado de sus iris,
una silueta
que únicamente es familiar para ellos dos.