Nada me gustaría más que tener tiempo de sobra para migrar hacia tu humanidad suave, hacia tus rojos santuarios.
He sabido lo que es el trabajo en una fábrica silente, la elegía de un planeta de creaciones inútiles.
No vivo un segundo sin alunizar entre los templos que otros construyeron.
Me he entregado a la deriva de unos brazos que han sabido besar y que han hecho que pierda la cuenta de mis recuerdos.
El vaivén ha cobrado lo que no hicimos, ha recorrido la piel de los trapecistas que éramos.
Nos abrió la puerta de una desventura que no lo era tanto.
El tiempo, los huesos, la muerte.
Es la caricia que no dimos y que vibra en el fondo de una frustración.
Un eclipse de frío, una marejada de adioses.
Es el tiempo.