Veneno de toro


Javier del Toro fue el nombre mentado. No sé si existe, ni si se llama como he escuchado de sus labios. Se han conocido, me ha dicho, con traviesa mueca, en un festival de cine. Se besaron el primer día de algún estreno, entre turistas vestidos de blanco lino que usan sombreros más por moda que por necesidad. Todo esto me lo ha dicho con un tono natural, implacable, y yo me he ofuscado. Mi madre lo ha notado antes que yo, pero prefirió callar. A ese hombre creo haberlo visto en las pupilas de ella, en su herencia de blanca africana. Me vino una vez el reflejo de este tipo con una foto que Violante me envió. Aparecía ella mirando la cámara, vestía una blusa amarilla, mas había un ligero trasnocho en sus párpados. Aún no sé por qué me causa tanto desasosiego enterarme de estas cosas, mi buena memoria, otro veneno.
Supe además de este tal Javier en la fiesta que Violante organizó. ¿Era mi fiesta de cumpleaños? No lo sé. Habíamos llegado tarde, era un evento sorpresa, ahora entiendo que la sorpresa era el señor Del Toro. Alguno de mis sentidos, vamos a llamarlo intuición, me hizo saludarlos a todos, pero pedirles que se marcharan. Los invitados me miraron cómo si les hubiera rociado gas mostaza. Váyanse. Tú también, Violante, le dije. El salón alquilado quedó vacío. Algunos se marcharon maldiciendo, otros añadieron palabras de caridad y hablaron de mi habitual locura. Más tarde, Aurora me dijo por teléfono que había entendido mis razones, por aquel entonces no sabía de qué me hablaba. No dije nada y agradecí su cortesía de llamar. Afuera había unos hombres peleando.
Cuando estaba completamente solo abrí las ventanas de esa sala, miré hacia unas pasionarias. La primavera se había sentado entre los árboles de membrillo a medio crecer. Decidí marcharme, me subí al Golf, enderecé las llantas y di reversa suavemente hasta que sentí un golpe, ¡Mierda!, el auto de atrás tenía una enorme hendidura en su matrícula, vaya usted a saber si era un golpazo nuevo o viejo. Arranqué de nuevo hacia adelante. Dí un volantazo y avancé dos cuadras hacia abajo y volví a parquear para bajar y revisar mi coche. Ni un rasguño, ni una puta marca, ni siquiera se había desprendido el polvo seco que dejan los caminos. ¿Lo he soñado? Qué va. He escuchado un fuerte “PRAC”.
El golpe me hizo cambiar la perspectiva en un instante. Puede que también haya soñado a Violante diciéndome el nombre de Javier del Toro. Por eso he salido esta madrugada aún sin luces en el firmamento. He revisado en Internet el nombre de Javier, y he encontrado referencias a un director de cine, no puede ser una casualidad. Durante la transición del alba he manejado hacia el parqueadero donde creo haber jodido el otro coche, al saloncito de la fallida fiesta. He estado pensando en Violante durante todo el camino, en sus pasiones secretas que conocemos los hombres que hemos tenido el lujo de saberlas. He tenido ganas de parar en la carretera a vomitar y he pensado que un ciudadano serio habría esperado con la frente muy alta al dueño del vehículo, lo habría enfrentado como un hombre y hubiésemos intercambiado números de seguro. Todo este asunto del reciente (¿quién puede decir eso con seguridad?) novio de Violante está alterando mi juicio. Entre otras cosas no recuerdo ni el rostro del susodicho, sólo tengo su nombre, y sé que los bárbaros han matado por mucho menos que esa ofensa. Me lo tengo merecido. También yo le he quitado la mujer a un hombre. Fue hace mucho tiempo. También yo besé a esa mujer el primer día en que la conocí. Salíamos de un bar, bajábamos una escalera metálica y la tomé del brazo izquierdo para halarla contra mí. No hay nada que Violante esté experimentando que no haya hecho yo antes.
Por fin he llegado al lugar del choque. Tampoco voy a preguntar si a alguien le han golpeado el auto, solo voy a esperar si hay movimientos o comentarios al respecto. De momento nada. También es verdad que no hay muchas personas, debe ser por la pascua. He esperado un rato más. Violante no ha ido a dormir a casa por el desplante del cumpleaños. No veo el auto que golpeé. He decidido bajarme del coche y dar una vuelta por los alrededores. Vi a dos mujeres, una muy bella, con botas cafés, bufanda magenta, y el cabello recogido, me ha parecido que debe tener ascendencia romana y he recordado a Violante. Hay un pedazo de imbécil merodeando igual que yo las cercanías. Nos hemos mirado con indiferencia e incluso con asco. Tiene toda la apariencia de llamarse Javier del Toro. He sentido su mano llamarme, punzándome, amenazadora, con un dedo el hombro y le he soltado un golpe en la cara. Mi voz se ha entrecortado al tiempo que mi mano está inflamada. El hombre se ha incorporado nuevamente, con más facilidad de la que había esperado, se ha abalanzado contra mi cuerpo, me ha empujado contra una pared y me ha golpeado la canilla con la punta de sus botas. La adrenalina me ha hecho tomarlo por el cuello, resistiendo un puño directo al ombligo. Lo estoy apretando como a una fiera salvaje y he recordado haber soñado que una serpiente me mordía la mano. Ha dejado de mover sus brazos. Soltó un grito ahogado. Su cara se ha quedado lívida. Está tendido sobre el pavimento gris.
He revisado sus papeles del bolsillo trasero del pantalón. No se llama Javier del Toro.


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