Atacar a un toro


En una columna reciente, Catalina Ruiz-Navarro denunció que el Ministerio de Cultura no incluyó a ninguna mujer en la participación de un evento literario que tuvo lugar en Francia. La denuncia es pertinente, pero la línea argumentativa que sustenta la tesis de la columnista es de un rigor lamentable.

Ruiz-Navarro afirma que esta exclusión se debe al machismo generalizado que existe en el mundo de las letras, y para demostrarlo recurre a un método curioso. La columnista toma algunos fragmentos de dos o tres novelas de Gabriel García Márquez y, a partir de los narradores y personajes de estos fragmentos, se aventura a inferir el carácter y la personalidad de Gabo. Es decir, considera que Gabo es machista solo por unos apartes de unos textos de ficción. Entonces, dado que con esa explicación la columnista cree demostrar que nuestro mayor referente literario es machista, concluye que dicho comportamiento se extiende, por fuerza, a todo el ámbito de la literatura nacional.

Encuentro grandes inconsistencias en ese razonamiento. Aquí solo me referiré a una y es la ingenuidad de confundir el narrador con el autor. Esto, haciendo el paralelo, es casi como creer que Jack Nicholson y El Guasón son la misma cosa. Al respecto, Mario Vargas Llosa dice que el narrador es el personaje más importante en toda obra de ficción; que aunque se use la primera persona, el narrador es una invención, una elaboración que el autor pone al servicio de la historia que quiere contar.

Si uno siguiera desprevenidamente la lógica propuesta por Ruiz-Navarro, llegaría a conclusiones alucinantes. Por ejemplo, de las páginas de Jernigan podríamos inferir que David Gates es un borracho sin escrúpulos. De una mala lectura de las páginas de Al Faro, al encontrar que el personaje de la señora Ramsay tiene ocho hijos, podríamos inferir que para Virginia Woolf el rol de las mujeres era parir y criar. Y la lista sería interminable y lamentable.

Quiero decir con todo esto que no es un ejercicio riguroso juzgar el carácter de un escritor solo por los fragmentos de una o dos de sus novelas. Si Catalina Ruiz-Navarro quería mostrar el talante de Gabo basándose solo en lo que este escribió, lo mejor hubiera sido remitirse a sus textos periodísticos, a sus columnas de opinión, que es donde más coincide el pensamiento del narrador con el del autor. Sin embargo, sospecho que no era su intención examinar un volumen tan vasto.

Mi conjetura es que la columnista, al observar que confluían en su denuncia el tema de la literatura y el de la exclusión de las mujeres, vio la oportunidad servida para despacharse con lo que piensa de Gabo, así no encajara bien en la tesis que defendía. Para ello, se agarró del clavo caliente de buscar en sus libros episodios puntuales y descontextualizados que le sirvieran para sus propósitos y así querer embutirlos, con alguna maroma ineficaz, como testimonios fieles de su argumentación.

Por supuesto, la columna de Ruiz-Navarro tuvo muchas reacciones contrarias; por esa razón publicó una segunda columna aclaratoria donde dice que todo ese alboroto se debe a que ella se atrevió a tocarle las bolas a los toros sagrados de la literatura. Pero no se trata de eso: ningún autor, por grande que sea, está exento de la crítica. No hay autores sagrados. Se trata, por una parte, de reclamar el mínimo de coherencia discursiva que los lectores merecen. Y, por otra parte, no resulta decoroso atacar a un toro con un mondadientes.

Los buenos lectores no hacen distinciones entre hombres y mujeres, sino entre textos buenos y textos malos. En ese sentido rechazo la exclusión de mujeres en eventos literarios por meras razones de género. Considero, en consecuencia, que cada quién debe abrirse paso en la literatura por la calidad de la pluma y no por lastimeras cuotas de falsa igualdad.

@xnulex


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