En las últimas semanas, algunos conocidos han presentado síntomas de lo que parecía ser envejecimiento prematuro. Y es curioso porque la mayoría de ellos si acaso llega a los cuarenta años. Esto empezó con una serie de olvidos calculados que rápidamente se extendieron a ceguera selectiva, y luego a sordera acomodada. Quizá ello contribuyó a que el diagnóstico inicial no fuera acertado. En un principio se creyó que estos episodios eran el resultado del estrés por exceso de productividad, cuyas primeras señales se reflejaron en un entumecimiento de las extremidades superiores que les impide dar su brazo a torcer. Pero ahora, pasados los días, se ha podido determinar con alguna exactitud que se trata de algo un poco más grave: negación sistemática de la realidad.
Estos conocidos que menciono han dicho, por ejemplo, que todo lo que hoy son y han conseguido ha sido producto de su propio esfuerzo. Que no han tenido la necesidad de recurrir al Estado ni a nadie para lograr sus cosas, y que si ellos pudieron cualquiera puede. Me parece bien; sin embargo estos individuos olvidan —o simulan no recordar— que cada mañana de sus lejanas infancias, luego de plácidas noches de sueño en una cama cómoda, y luego de que sus madres les prepararan y quizá les llevaran hasta la boca el desayuno sin falta, una ruta escolar los recogía en la esquina, a escasos metros de sus casas, para llevarlos a estudiar sin fatiga junto con sus pechiches y sus cuadernos de súperheroes y sus colores Prismacolor y una lonchera con dos sánduches y un juguito por si les daba hambre a los nenes.
Y también simulan no recordar —pero para eso estamos hoy aquí— que durante los años de bachillerato fue que llegó el Boom de la Apertura Económica y fue entonces que se pusieron de moda los Americaninos, los Diesel y los Girbaud, y yo ni por el putas voy a ir al colegio con un jean que no sea de marca. Entonces se olvidan de que sus padres, con el fin de que fueran contentos a estudiar, aparte de pagarles la matrícula en colegio privado y la mensualidad y los útiles y las meriendas y el transporte y el deporte y los brackets, también les compraban las últimas modas en ropa y calzado, no vaya a ser que se traumaticen los muchachos.
Algunos de estos conocidos lograron ingresar a universidades públicas, aunque simulen olvidar que son del Estado. Otros entraron a universidades privadas y, como es natural, a ambos bandos se les olvidó de dónde salió la plata de la matrícula de cada semestre, las fotocopias, las cervecitas de los viernes culturales, las habilitaciones, los cafés de los ratos de ocio, los supletorios, los libros de la carrera, los dos mil del colectivo, profe súbame la nota a 2.95, los congresos, los simposios, los derechos de grado, la fiesta de graduación con whisky carajo que mi hijo ya es todo un profesional y todo lo logró, óigalo bien, con nada más que su propio esfuerzo.
Estos individuos, que hoy trabajan de sol a sol (algunos recomendados por sus propios padres) y que desprecian a quienes no tuvieron ese mismo empuje porque todo lo quieren regalado, dicen que no participan en marchas porque ellos sí producen. Y estoy de acuerdo: ¡vaya que sí producen! Producen una mezcla de risa, pena y compasión; que son tal vez los mismos sentimientos que despiertan los perros mimados que les ladran a las carretas desde lo alto de un balcón: los pobres creen que lograron la mayor hazaña de sus vidas y por eso van corriendo a lamer la mano del amo para que los feliciten por ello.
Sí, a algunos les toca así de duro, con sacrificio, esfuerzo propio, sin nadie que los ayude, qué valientes muchachos. Otros no tienen esa suerte. Quién los manda a vivir en lugares en donde no pasa ni el camión de la basura. Quién dijo que era culpa del gobierno que para poder estudiar deban caminar varios kilómetros sin haber desayunado. Quién los mandó a nacer en un hogar disfuncional, sin plata y con seis hermanos. Al fin y al cabo son pobres porque quieren, porque la pobreza es mental. Y así se ven aquellos individuos, inflando el pecho de patriotismo barato mientras siguen ladrando sus arengas lastimeras allá en lo alto de un balcón; allá, tan lejos de la realidad.
@xnulex