Hace días me encontré una emotiva entrevista a Juan Pablo Montoya publicada en la revista Bocas. Parte de lo que me llamó la atención es que en la introducción que hace el entrevistador, sin pudor alguno, asegura que la carrera profesional de este piloto bogotano «es una de las más brillantes del automovilismo mundial». Y va más allá: dice que su historia —la de Montoya— empezó con una leyenda que se convirtió en mito. Tendré entonces que revisar a fondo esos dos términos: leyenda y mito.
Mientras tanto me pregunto si ese Juan Pablo Montoya, al que lo precede una fama de antipático y un palmarés raquítico, es el mismo personaje que yo tengo en mis recuerdos. Porque en mi memoria, que es abundante para lo intrascendente, no le veo mayor brillo que el tenue destello de una promesa jamás cumplida.
Pero, antes de que me extravíe en el plano de la apreciación personal, es mejor examinar los números porque ellos no conocen de pasiones ni de delirios. En el registro oficial Juan Pablo Montoya tiene un total de 94 carreras de las cuales ganó 7 y que a la larga no le representaron ningún título en la máxima categoría. Y es importante resaltar que me refiero solo a la máxima categoría porque es el rasero con el que se miden los verdaderos talentos. Todo lo demás no son más que logros de aficionados; que es apenas un poco más que nada.
En contraste, Michael Schumacher, de las 307 carreras que hizo en Fórmula 1, ganó 91 y obtuvo 7 títulos, 5 de ellos de forma consecutiva y por la misma época en que Montoya corría. Tal vez exagere, pero frente a estos números solo un muy subjetivo y benévolo juicio arrancado del fondo del corazón podría calificar a Montoya de brillante. No es arbitraria esta severidad; es que no puedo evitar la comparación con mi gran héroe de toda la vida que, a pesar de todos sus escollos personales, sí que sabía ganar: Pambelé defendió 18 veces el título mundial y de sus 106 peleas ganó 91. No hay necesidad de sacar las cuentas para ver la diferencia abismal.
Al lado de Pambelé o de cualquiera de nuestros grandes deportistas, lo alcanzado por Montoya luce tan pequeño que la única razón que se me ocurre para que en el año 99 le otorgaran la Cruz de Boyacá es porque es bogotano. Porque, digámoslo de una vez, la Fórmula CART (hoy Indy) solo tuvo relevancia en la prensa local cuando fue un colombiano quien la ganó; después de eso ha tenido la misma importancia que el torneo de segunda división de fútbol y, en todo caso, es una categoría inferior a la Fórmula 1.
Contrario a lo que podrían pensar sus defensores, con esto no quiero decir que sea un mal piloto; solo digo que no está a la altura de los más grandes. Pero, como la humildad no es su virtud, Juan Pablo Montoya en estos días se ha comparado con Lionel Messi. Dice él que es en el sentido en que Messi solo se enfoca en ganar; y me parece bien que tenga esas aspiraciones porque, como vimos, sus números han demostrado que en realidad las grandes victorias no son lo suyo. Sin embargo —y esto es lo otro que me llamó la atención de la entrevista— dice que él se hizo corredor no para ser famoso, sino para «ser un putas». Cosa que, si acaso ha conseguido, ha tenido que ser por fuera de las pistas; claro, eso si convenimos que con «ser un putas» Juan Pablo se refiere a ser un coloso del volante; y si es así entonces habrá que cambiarle el remoquete a uno más ajustado a la realidad.
Esa fama de pedante y antipático que se ha ganado, considero que no es gratuita. Es la impresión que deja cada vez que le abren un micrófono. Y es que, en su afán por parecer directo y frentero, deja ir lo poco por lo que tal vez pudiera ser apreciado. Quiero decir, la simpatía no es obligatoria; pero la antipatía sin necesidad, tampoco.Todos sabemos que en esta patria la gran mayoría de los deportistas se forman con las uñas y sin el apoyo del estado. En este grupo están Édgar Rentería, Julio Teherán, Nairo Quintana, María Isabel Urrutia, Jackeline Rentería, Caterine Ibargüen, Rigoberto Urán, Carlos Bacca, María Luisa Calle y, como no, Juan Pablo Montoya, entre muchos otros.
También sabemos que aquellos que triunfaron lo hicieron nada más que por su propio esfuerzo y me atrevo a decir que, más allá de la gloria, todos fueron buscando un beneficio económico. Sin embargo, al único que le he escuchado que no lo hizo por su país es a Montoya. Algo en lo que no hay necesidad de insistir para saber que es cierto. Para ser más claro, ninguno de esos grandes deportistas, en términos estrictos, compite o compitió por su país; pero, en su calidad de frentero, el único que lo dice es Montoya. Aunque ahora que lo pienso bien, es posible que eso que muchos vemos como una antipatía solo sea en realidad un noble gesto de su parte: la confesión tácita de que no es digno de reconocimiento. Porque bien lo decía mi abuela: la soberbia no le luce a nadie; pero se les ve peor a los perdedores.
@xnulex