Iván Duque hoy se ve pequeño, descolorido y arrinconado. A pesar de los reflectores que a diario lo enfocan frente a las cámaras de televisión, su imagen política se destiñe con cada desacierto, con cada salida en falso. Su propio partido, el Centro Democrático, poco a poco empieza a desmarcarse de su figura, y muchos de sus electores se sienten traicionados. La fluidez con la que se desenvuelve en su programa de todas las tardes contrasta con la torpeza de sus alocuciones oficiales, donde se lo ve perdido, inseguro, siguiendo con ojos fríos y nerviosos las sucesivas líneas del teleprompter.
Después de tres años en la presidencia sigue luciendo inexperto, dubitativo y sin el criterio necesario para atender los más urgentes problemas nacionales. Y, como es común en los jefes inexpertos, pretende esconder estas carencias con una gruesa capa de soberbia. De esa forma rechazó reunirse con los profesores en octubre de 2018, con los estudiantes en noviembre del mismo año, con las centrales obreras en noviembre de 2019 y con la Minga Indígena en octubre de 2020, entre otros. Sin embargo, en ese mismo período, se ha reunido con varios músicos vallenatos y cantantes de reguetón.
Pero ahora, acorralado entre el deber de no fallarle a su padrino político y la necesidad de cumplirle a los sectores económicos que lo pusieron donde está, Duque no ha parado de dar palos de ciego. Primero lanzó una propuesta de reforma tributaria que ataca en gran medida el ya agónico bolsillo de los pobres y de la clase media. Esto, como era de esperarse, desencadenó una reacción popular que se hizo sentir en las calles con marchas y protestas. La lamentable lectura que hizo Duque de esa jornada fue la que le pusieron en el teleprompter, de nuevo, frente a los mismos ojos ausentes con los que le dijo a la nación que no retiraría la reforma tributaria.
Con esa misma soberbia, el entonces viceministro de Hacienda, Juan Alberto Londoño, declaró que el proyecto no se retiraba porque eso enviaba un mensaje equivocado al país. Es decir, se entiende entonces que este pulso perdido fue para el gobierno un simple asunto de vanidades políticas, un golpe al ego que no estaba dispuesto a tolerar. Así, en lugar de aceptar la derrota y retirar el texto, Duque anunció —con el mismo semblante pálido y los ojos extraviados— la desatinada figura de la asistencia militar. Que no es otra cosa que subir el grado de altanería y ordenar la militarización de las ciudades como instrumento de provocación y represión.
Es que en política las maneras son importantes. La forma en que se comunican las cosas pueden incendiar o apaciguar los ánimos. Por supuesto, en este caso las protestas arreciaron. ¿O es que acaso Duque esperaba que luego de semejantes declaraciones la gente se fuera a dormir tranquila? Ya casi se completa una semana de protestas donde ha habido exceso de fuerza por parte de los policías y de los escuadrones antidisturbios que van dejando, una vez más, por lo menos dos decenas de muertos y varios heridos. Hay miles de ciudadanos denunciando, con videos grabados desde sus teléfonos celulares, el uso indiscriminado de armas por parte de la Fuerza Pública para disipar las protestas en clara violación a los derechos humanos.
Mientras eso sucedía, Duque seguía en su torre de marfil fungiendo de animador de variedades. A lo mejor no se había enterado que, aunque su programa se transmita en horario estelar, la información ya dejó de ser un monopolio de las instituciones oficiales y de los medios afiliados al gobierno. Hoy en día, los ciudadanos tienen a la mano, al instante y sin filtros toda la realidad del país que pueden analizar bajo su propio criterio. Entonces, solo después de los muertos, de los heridos y de los abusos fue que pidió retirar a regañadientes la reforma tributaria. Renunciaron el ministro y el viceministro de Hacienda.
Pero, quién lo iba a imaginar, se trata de otra torpeza o de una bofetada o ya no sé cómo llamarle: tras retirar la reforma tributaria Duque inició reuniones con sectores políticos, de espaldas a la ciudadanía, para armar una reforma nueva. Además, el viceministro Londoño, que acababa de renunciar a la cartera de Hacienda, fue nombrado por Duque a toda prisa como el nuevo ministro de Comercio. Y, para ponerle la cereza al pastel, el nombre de Alberto Carrasquilla, el ex ministro responsable de toda esta debacle, ahora suena para ocupar la alta dirección de CAF - Banco de Desarrollo de América Latina. Como he dicho en otras ocasiones: ya no se se sabe si lo de Duque es soberbia, locura, berrinche, ineptitud, cinismo, miedo, servilismo o desconexión. Yo pienso que a lo mejor es todo eso y otras cosas más.
@xnulex