El episodio que hoy traigo comienza con dos billetes que me encontré en un callejón del Centro Histórico hace dos domingos. Eran dos billetes de dos mil pesos, doblados en dos, acomodados en cucharita el uno con el otro. Si usted, amigo o amiga que me lee, siente que esos billetes eran suyos, no se preocupe: cuénteme la historia de cómo se le perdieron y yo se los devuelvo con todo gusto. El caso es que vi los billetes allí tirados y no lo podía creer. Porque me he pasado toda la vida mirando al piso con la esperanza de encontrarme algo y nunca me había encontrado nada. Quizá fue por eso que al momento de recogerlos me acordé del Chombo.
El Chombo, como todos saben, es un talentoso disc jockey, locutor y productor musical panameño que ha grabado éxitos como El gato volador, Chacarrón o Dame tu cosita, entre muchos otros que se encuentran en Los cuentos de la cripta. Y, claro, usted se preguntará qué tiene que ver El Chombo con los dos billetes que me encontré en el piso. Bueno, para allá vamos.
Resulta que veinte minutos antes, mi hija y yo veníamos conversando de cómo algunos cantantes actuales han conseguido el éxito y la fama. Yo sostenía que hasta hace unos pocos años lo fundamental para alcanzar el éxito era el talento; que la imagen del artista era un asunto secundario. Muestra de ello —le decía yo a mi hija— eran figuras como Nelson Ned, Armando Manzanero o Luciano Pavarotti, que distan mucho de la imagen estilizada y colorida que deben proyectar los cantantes de hoy. Por supuesto que también había divas y galanes como Juan Gabriel, Carlos Gardel o Rocío Dúrcal; pero lo cierto es que ninguno de ellos alcanzó el éxito sólo por su apariencia. En cualquiera de los casos había que tener talento. En contraste —remataba yo— parece que hoy en día el talento es una característica deseable, pero no obligatoria. El talento se ha convertido en un elemento secundario dentro del gran mecanismo de la industria musical.
Mi hija estuvo de acuerdo conmigo, pero solo en parte. Porque me dijo que si bien hay cantantes famosos que no tienen un talento excepcional, lo cierto es que quizá habría que redefinir la palabra talento porque muchas veces lo que la gente quiere es sólo divertirse y bailar con un ritmo pegajoso, sin reparar mucho en la calidad de lo que está sonando. Y es verdad: hay ocasiones en que el ambiente y el ánimo están tan arriba que lo único que se necesita es una excusa para empezar a moverse.
Es aquí donde por fin entra El Chombo porque, además de talentoso productor, es un entretenido youtuber que habla de música. Debo confesar que he pasado horas aprendiendo y divirtiéndome con sus videos; pero hay uno en particular que me llamó la atención y que se conecta con esta historia de los billetes. El video al cual me refiero es uno donde El Chombo cuenta cómo su canción «Dame tu cosita» se convirtió en un fenómeno viral que le dio la vuelta al planeta en el 2019. Todo ello a pesar de que el tema fue grabado originalmente en 1998. Veinte años después, un ilustrador de Madagascar diseñó un carismático, verde y esbelto marciano al que puso a bailar con particular gracia al ritmo de «Dame tu cosita». Hasta allí todo bien, un éxito total que no tendría nada que ver conmigo si el Chombo hubiera terminado el video en ese punto. Pero lo que sucedió después fue lo que me permitió entender que todos mis años mirando al piso no habían sido en vano, pues el Chombo continuó el video haciéndose la siguiente pregunta: ¿para quién estamos haciendo música? Refiriéndose a que los artistas que no tengan la misma proyección que él tuvo con esa canción, tienen entonces una mentalidad de microbio.
El Chombo da a entender que, desde el mismo momento en que grabó el tema, supo que este le daría la vuelta al mundo veinte años después. Que eso no fue una casualidad, que eso no fue fortuito, que eso no se debió a una feliz conjunción entre YouTube, una animación creativa y un ritmo pegajoso. Sino que se debió a una obra maestra que fue creada con una visión adelantada a su tiempo.
Es por eso que ahora lo entiendo todo: esos billetes no me los encontré por casualidad. Fue, en realidad, el resultado de mi esfuerzo, mi persistencia, mi visión y mi talento para saber esperar por cuarenta años a que alguien los dejara caer al piso junto con mi poder para saber elegir, entre centenares, el callejón indicado en la hora indicada. En fin, lo que me permitió encontrar los billetes fue el talento, mi capacidad para observar lo que otros pasaron por alto. Hoy lo entiendo, digo, aunque me haya tomado el doble de tiempo que al Chombo y aunque al principio yo no estuviera muy convencido de que aquello fuera un talento.
Fue entonces que le di la razón a mi hija: el talento ya no es lo que solía ser. Aprovechamos esa tregua para invertir los cuatro mil pesos en refrescar la discusión con dos raspaos, uno de kola para mí y uno de tamarindo para ella. Sin embargo, muy pronto pudimos descubrir con desilusión que con el sólo talento tampoco era suficiente, porque los dos billetes no alcanzaron para pagar los raspaos. Fue así que mi hija tuvo que poner la risa y los mil pesos que faltaban para completar aquella tarde feliz de hace dos domingos.
@xnulex