El progreso entró a la casa con un televisor a color. Antes de eso había uno a blanco y negro en el que solo se podía sintonizar el canal 2 y una emisora de canciones románticas. Con el nuevo televisor, en cambio, además del color y del canal 1, llegó también la señal de Telecaribe y, con ella, el béisbol de grandes ligas.
Corría el año 88 y en la pantalla se jugaba el primer partido de la serie mundial entre los Dodgers de Los Ángeles y los Atléticos de Oakland y desde el primer momento le hice fuerza a los Atléticos porque lucían un uniforme muy parecido al del equipo de mis amores: los Indios de Cartagena, al que veíamos cada tarde de domingo en el estadio 11 de noviembre. En esa transmisión vimos por primera vez a don Mike que para la época ya tenía el bigote blanco, una calvicie otoñal y andaba por los sesenta años. Siempre que entre amigos nos referimos a don Mike, a secas, no hacen falta más señas para identificarlo. No hay otro que tenga tal distinción, ni el temible Tyson, ni el talentoso Myers, ni el bonachón Matheny. Para nosotros el único Mike que no necesita del apellido es don Mike Schmulson.
En aquel tiempo, donde las compañías de televisión por cable eran casi inexistentes y las suscripciones carísimas y limitadas, solo la titánica labor de don Mike hizo posible nuestro acceso a la élite del béisbol y del boxeo a través de sus transmisiones puntuales. Por eso me llena de regocijo, después de casi treinta años de emisiones ininterrumpidas y a pesar de la cantidad de opciones televisivas, que todavía en las tardes y noches de béisbol de Telecaribe se reporte una gran sintonía de fanáticos que prefieren los comentarios, datos y apuntes del viejo Mike aún cuando tienen la opción de ver esos mismos partidos en canales privados con señal de alta definición.
Aparte de su gran conocimiento del juego, es tal vez su chispa narrativa lo que tanto nos seduce. Cuando un comentarista cualquiera ve un sol canicular, don Mike se aparta del lugar común con un «sol abracadabrante». Cuando un narrador corriente ve un día lluvioso, don Mike, en cambio, ve «un cielo ortoplúmbico». Cuando Ernesto Jerez narra que la cuenta va en 3-2, don Mike nos dice que el bateador está «entre la rubia y la morena». Cuando algún periodista deportivo dice que un estadio está a reventar, don Mike prefiere decir que está «hasta las Termópilas». Y en lugar de la expresión fácil de como anillo al dedo, don Mike ha acuñado «como dedo en ortolán» que es la forma de horario familiar que ha encontrado para referirse al orto, que no es más que otra manera de nombrar al culo.
Es mucho lo que nos ha narrado el viejo Mike, es mucho lo que ha aportado y es mucho lo que le agradecemos. Gran parte del entusiasmo de los muchachos que hoy están en grandes ligas seguro que se despertó con esas transmisiones de béisbol mucho antes de que pisaran por primera vez un terreno de juego. Si la alegría de nosotros fue inmensa con los triunfos de Édgar Rentería, no imagino la emoción que tuvo que haber sentido don Mike en el pecho. Y ese ha sido quizá el más grande galardón que se le haya otorgado por toda una vida dedicada a la difusión del deporte. Así lo entendimos cuando lo escuchamos aquella vez expresarse emocionado en su particular estilo caribe: «yo no sé de qué pasta de campeón está hecho este joven que habiendo nacido con cuenta de dos strikes sin bola pudo colgarse dos anillos de serie mundial. Cuando grandes peloteros han dicho que hubieran preferido renunciar a sus trofeos personales a cambio de un anillo de campeonato, Rentería logró dos y en ambos casos con el rol de protagonista».
Entonces agrego: yo no sé de qué pasta de luchador está hecho este señor lúcido e incansable que cada miércoles y domingo nos trae sin falta las emociones del béisbol con el mismo ánimo y la misma chispa con que lo vimos aquella primera vez, en el 88, en la pantalla del progreso, mientras Kirk Gibson le daba la vuelta al diamante luego de haber conectado el jonrón con que dejaba derrotados a los Atléticos en el terreno de juego. Por siempre gracias, don Mike.
@xnulex