Nota desde el encierro


Estoy en cuarentena preventiva desde el 14 de marzo; es decir, ya casi voy para un mes de estar encerrado y no es cosa fácil. Mucho menos con estos vecinos que me han tocado en suerte, a los que no llamaré payasos para no ofender a los cultores de tan noble oficio. A lo mejor no soy el único que vive esta situación, pero desde que empezaron las medidas de aislamiento estos vecinos creyeron que lo que se había decretado eran unas vacaciones indefinidas.

Como muchas otras, a lo mejor estas personas piensan que el coronavirus es un asunto tan lejano y ajeno a ellas que creen que no las puede afectar. Para citar el primer caso, en el piso de abajo vive una influencer —o como yo suelo llamarles: un bufón para desocupados—. Esta señora, aunque parece que no sale mucho de su casa, no ha dejado de recibir visitas de toda índole, desde personal que arregla sus uñas o compañeros con los que graba los videos que sube a Instagram, hasta cocineros a domicilio, entre varios otros. Además de esto, también reparte mercados a gente que los necesita. Loable labor, sin duda, pero sería mejor que esto se hiciera a través de los canales especializados que ayuden a tomar todas las medidas de seguridad para evitar cualquier contagio. Pero, como se sabe, es mejor hacerlo por cuenta propia para poder exhibir las fotos y los videos: es que cualquier oportunidad es buena para unos cuantos likes. Todo esto se sabe porque publica cada paso sin pudor en sus redes sociales y, como ella misma lo ha dicho, prefiere verse muerta antes que sencilla o desarreglada. Me parece bien todo eso pero, como al igual que yo ya es una persona que ronda los 40 años, pertenece a un grupo que tiene riesgo entre moderado y alto en caso de que llegue a padecer coronavirus. Uno espera que no se infecte; pero en el desafortunado caso en que sí, ojalá esas uñas que tanto cuida le sirvan para aferrarse al aire cuando este se vuelva escaso.

El segundo caso es el del vecino de al lado y es quien, en últimas, me ha impulsado a escribir esta nota. Dado que no tengo un bate ni los arrestos para caerle a palos a la licuadora que tiene por equipo de sonido, y dado que las doce llamadas que hemos hecho a la policía no han servido para que manden por lo menos a uno de sus agentes a que revise la situación, pues me refugio en el teclado. En el momento de escribir estas líneas ya son tres días (con sus noches) consecutivos que tiene puesta una música insufrible a un volumen atronador. En esos tres días (con sus noches) ha habido sancocho, asado, juegos de dominó con familiares y amigos y otros vecinos, celebraciones y, ahora, en esta madrugada que avanza insomne, parece que ya no celebra nada, pero intuyo que sigue con la música por el simple placer de fastidiar al resto de la calle con la bulla. La bulla de los galillos agónicos y roncos de dos parlantes portátiles que son una soberana porquería.

Después de tantos días de encierro es natural que uno tolere menos el mal gusto y las imprudencias ajenas. Lo que se espera es que la gente tome este asunto con seriedad y contribuya con el bienestar físico y mental de los que lo rodean. Ya uno está lo suficientemente irritable con la situación como para que además le pongan ese cencerro en el oído. Pero más que intolerancia es la impotencia de saber que hay gente que decide ignorar olímpicamente todas las recomendaciones dadas. Porque parece que no han visto lo que está pasando en Italia, España, Estados Unidos o, más cerca, en Ecuador donde los muertos se cuentan por decenas de miles. Pero resulta que ellos son los más bravos, los más duros, son los que hacen lo que les venga en gana cuando les dé la gana. Y así lo hacen porque aquí las autoridades no tienen el liderazgo que se requiere. De hecho, la misma policía que no ha atendido mis quejas desde hace tres días, sí tuvo el tiempo de prestarse para jugarle una broma a la influencer que antes mencioné haciendo el teatro de que iban a imponerle un comparendo por haber violado la norma de pico y cédula. Al final todo terminó en chiste, en un mal chiste como lo es todo en esta patria. Porque parece que es más importante la pantalla que el cuidado. 

En últimas se trata de la impotencia y la rabia de saber que cualquiera de ellos, que por su imprudencia llegue a contagiarse, pone en riesgo también a mi familia por la mala suerte de tener que compartir algunos espacios comunes. Entonces de nada habrá servido que nosotros hayamos tratado de seguir al máximo las indicaciones para un aislamiento efectivo. Sin nada más que agregar, que siga pues el circo hasta que los parlantes agónicos y roncos se queden por fin sin aire.

@xnulex
 

 


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