Lógica

Un asunto de lógica


Estoy convencido de que uno de los principales problemas de Colombia es que no sabemos comunicarnos. Quiero decir, que no nos comunicamos de manera lógica. La pasión se sitúa por encima del razonamiento y las falacias priman sobre los argumentos. De esa manera se le va dando forma a discursos engañosos que, por desgracia, calan profundo en la opinión pública. Esto sucede porque no estamos formados ni entrenados en lógica discursiva ni en lógica formal. Y es así que vamos por la vida con el riesgo de aceptar como si fueran válidos argumentos que no lo son. En otras palabras, sin una mínima educación en lógica estamos expuestos a que nos embauquen de la peor forma mientras aplaudimos con fervor y asentimos satisfechos.

En últimas, es un problema de instrucción: no estamos en capacidad de diferenciar la paja del trigo. Miremos un solo ejemplo para no fatigarnos. Hasta hace unos pocos días, casi nadie había escuchado hablar de la Revolución Molecular Disipada. Este concepto pretende describir una especie de acción terrorista, coordinada y diseminada por varios puntos geográficos, que se lleva a cabo con el objetivo de desestabilizar la institucionalidad de un país y conducirlo a una guerra civil. Para explicar su tesis, dicha doctrina despliega un listado de las supuestas actividades que corresponden con esta revolución terrorista y que, falazmente, busca encajar punto por punto con las acciones típicas de una protesta ciudadana cualquiera.

Veamos. 

Esta es una de las explicaciones que ofrecen los defensores de la Revolución Molecular Disipada: «detrás de las protestas hay una intención de desestabilizar al régimen a través de manifestaciones simultáneas y dispersas, sin una cabeza aparente. Es una revolución sin líder que actúa de manera horizontal y, por lo tanto, es más difícil de controlar en su intento de derrocar a la democracia y sus instituciones».

Esta es otra: «el modus operandi se basa en acciones revolucionarias horizontales para generar de forma gradual y cotidiana conductas que alteren el estado de la normalidad social del sistema dominante, y así derogarlo. El objetivo es generar caos y el cese de la normalidad diaria, para crear un estado de crispación y crisis permanente». 

Es por eso que es un peligro tragar entero; puede uno terminar asfixiado. La explicación del párrafo anterior —al igual que varias otras que esta doctrina promueve y que cualquiera puede consultar en internet— incurre en varias falacias (o engaños) que los más incautos recibimos sin cuestionar porque a primera vista nos parecen válidas y coherentes. Examinemos, entonces. Por un lado, cuando se habla de “el estado de la normalidad social del sistema dominante” lo que se busca es difundir la idea de que solo es normal y, por ende, válido aquello que no se salga del molde actual sin tener en cuenta si es injusto o no. Así, cualquiera que esté inconforme con algún aspecto de ese sistema dominante, por ejemplo, porque le niegan una  cita en su EPS, se convierte en terrorista si decide salir a protestar por ello. Es decir, el problema no es que las personas no reciban los servicios médicos a los que tienen derecho, sino que salgan en una manifestación a reclamarlos.

Pero, claro, una protesta que no altere de alguna manera el normal curso de las cosas difícilmente tendrá algún efecto. Es por eso que en las huelgas los trabajadores cesan sus labores como forma válida de presionar por sus intereses. Es por eso que algunos equipos deportivos se retiran de las competencias cuando juzgan que no hay condiciones justas para continuar. De manera que alterar el estado de normalidad social no es terrorismo ni una forma de acabar con la democracia, sino que es el más elemental de los mecanismos de la protesta, que es además un derecho consagrado en nuestra Constitución Nacional. Así, ¿cómo puede ser considerado terrorismo o una afrenta a la democracia un derecho que la Constitución protege?

Por supuesto, también es cierto que dentro de las manifestaciones es común encontrar grupos de personas que aprovechan el ambiente de inconformismo para darle rienda suelta a salvajes actos de vandalismo y violencia. Lo cual es reprochable desde todos los puntos de vista. Y aquí es donde entra el segundo punto de la teoría de la Revolución Molecular Disipada, que gradúa de vándalos a todos lo que salen a protestar. Toma elementos minoritarios y aislados y los presenta como comportamientos sistemáticos y generales. Eso es como creer que todos los colombianos somos narcotraficantes o fleteros solo porque una pequeña parte de la población lo es. Para ello, los que impulsan dicha teoría se valen de testimonios, fotos y videos que apoyen la idea de que el vandalismo y la violencia son los comportamientos típicos de los manifestantes; a la vez que deciden ignorar las evidencias de las mayorías pacíficas. Así, lo que en principio pretendía ser una acción válida de denuncia, termina convertida en una falacia de generalización que además presenta información sesgada. Y bajo ese sesgo se construyen discursos engañosos con el fin de dirigir la opinión hacia la idea de que la Fuerza Pública está siendo atacada con brutalidad y que prácticamente está bajo el yugo de unas hordas terroristas que están amenazando la democracia.

Pero cuando examinamos esto con más detenimiento, encontramos que de los 42 muertos reportados en las cifras oficiales de la protesta actual (otras fuentes hablan de 55), 1 sola persona corresponde con un agente de la Policía y los otros 41 restantes eran civiles manifestantes. Por supuesto, todas estas muertes son una tragedia que lamentamos en lo profundo; pero de esa triste proporción de fallecidos es imposible concluir que la Fuerza Pública está sometida por unos supuestos terroristas. Esas son construcciones engañosas que buscan darle cabida a una teoría que no tiene mayor asidero lógico.

Si todos los que salen a marchar fueran unos terroristas decididos a destruirlo todo, no habría Fuerza Pública que pudiera hacerles frente. Basta con ver los ríos de gente que protesta de forma pacífica para entender que la cantidad de efectivos policiales dispuestos para controlar las manifestaciones no podrían vencerlos en caso de franco enfrentamiento. Eso sí que sería una tragedia absoluta. Lo cierto es que la gran mayoría de los que salen a protestar lo único que llevan consigo es una denuncia válida que merece ser escuchada. Naturalmente que estas protestas son “simultáneas y dispersas, sin una cabeza aparente”, pero no por terrorismo, como lo quieren hacer ver; sino porque es la distribución típica de las poblaciones que protestan de manera espontánea, como se ha visto a lo largo de la historia, ya sea en Colombia, Estados Unidos, Hong Kong o Francia.

El peligro real de esta teoría de la Revolución Molecular Disipada, que ya empieza a tener aceptación entre muchos ciudadanos, y que ha sido impartida incluso entre las Fuerzas Armadas, es el siguiente: en el momento en que aquellos que salen a protestar son señalados como terroristas, dejan de ser sujetos de derecho para las autoridades. Como esa narrativa perversa considera que no están ejerciendo el derecho a la protesta, sino que están intentando “derrocar la democracia y las instituciones”, se convierten automáticamente en objetivo militar. Lo cual es una refinada forma de decir que los maten. Y algunos civiles ya empezaron esa tarea con fusiles de asalto.

Es por eso que no podemos permitir que este tipo de narrativas anacrónicas y perversas escalen, como un cáncer, por nuestra espina dorsal ni por las diferentes esferas sociales. Tal vez usted hoy no esté de acuerdo con lo que los manifestantes piden ni con la forma en que lo hacen; pero no es posible quedarse de brazos cruzados y permitir que tilden de terroristas o que maten a los que salen a protestar en paz. Si aceptamos eso hoy, qué podríamos esperar entonces en un futuro cuando nuestros hijos y nietos sientan la necesidad de alzar la voz ante las injusticias que puedan llegar a padecer. ¿También los señalaremos de terroristas y los convertiremos en objetivo militar? 

Ojalá que no se nos seque el alma antes de ponernos al día con las lecciones de lógica que no aprendimos o que no nos enseñaron. Porque vivir sin lógica es bastante grave; pero es mucho más grave renunciar a aquello que nos hace humanos. 

 

@xnulex