Está muy bien que la ministra de las telecomunicaciones, Karen Abudinen, muestre ahora interés por recuperar los 70 mil millones de pesos que tiene perdidos. Es lo mínimo que se espera de ella después de semejante descalabro. Como no era suficiente con que el contratista incumpliera completamente el compromiso de conectar a internet a miles de colegios públicos, se conoció también que las pólizas que debían respaldar el millonario anticipo resultaron falsas. Todo esto revelado por La W Radio.
Y eso está bien, digo, porque la responsabilidad es suya. Lo que no le acepto a la ministra es que ahora quiera ponerse una capa de superheroína con la que pretende mostrarse como la más diligente para buscar esa plata. Tampoco le acepto que se juegue, de paso, la carta de la indignación ante los medios y las redes sociales como si fuera una pobre víctima asaltada en su buena fe; como si ella no tuviera nada que ver en este desfalco.
Hay que ser serios. Está bien que se recupere la plata, que bastante falta que hace en un país cuyos índices de conectividad son más que deficientes; pero la discusión tiene que darse con mayor profundidad. La ministra debe explicarle al país por qué un proyecto tan importante en materia tecnológica, y que además tiene asignado un presupuesto de 1.1 billones de pesos, tiene como ejecutor a un contratista sin experiencia, sin capacidad técnica ni financiera, en lugar de otros proponentes que sí son especialistas en este sector a nivel mundial. La ministra debe explicar también por qué uno de los abogados que asesoraban el proceso de licitación prestaba sus servicios, de forma simultánea, al contratista favorecido. Es justo allí donde está el foco de la corrupción. La cuestión principal de este asunto empieza por una ministra que tampoco tiene experiencia, que no tiene las competencias para el cargo, que pasó de la Secretaría de Educación Distrital en Barranquilla a la dirección del ICBF. Y de allí, por ser cuota política de la familia Char, se convirtió mágicamente en ministra de las telecomunicaciones.
¿Acaso qué podía salir mal con tanta gente inexperta y tanta plata de por medio? Este es el resultado de la burocracia absurda que tiene a Colombia hundida en la ineptitud y el atraso. Este gobierno, que en campaña prometía ser austero y técnico, ha demostrado ser todo lo contrario: una feria de puestos. Y para colmo, como no podía ser de otra manera, salió además a dar su respaldo a la labor de la ministra. Es decir, aquí las responsabilidades políticas sirven para ponérselas de sombrero.
En una entrevista a Noticias Caracol, con una confianza excesiva, o más bien con la palabrería excesiva con que un novato busca suplir su falta de experiencia, la ministra dijo y reafirmó que si no cumplía que la llevaran entonces al cementerio. No sé bien qué fue lo que quiso decir, pero lo cierto es que no cumplió. ¿Sería acaso que la ministra se estaba refiriendo al harakiri, el rito japonés de quitarse la vida por cuestiones de honor? ¿O quizá era, por lo menos, una forma figurada de decir que abandonaría la vida política? La verdad es que lo dudo mucho; en esta patria ningún político renuncia por cuestiones de honor, aquí los políticos sólo renuncian para evitar a la Corte Suprema de Justicia. Y bueno, como es norma en este gobierno, no creo que haya que esperar mucho tiempo antes de que Iván Duque decida rescatar a la ministra Abudinen para que pase a engrosar las infames listas del servicio diplomático colombiano.
Porque, como bien lo dijo Duque en su campaña, aquí el que la hace la paga. Sí, la paga con servicio diplomático, trabajando de 10 de la mañana a 3 de la tarde y recibiendo un sueldo millonario. Mientras tanto nosotros, como cosa rara, nos quedaremos sin la plata y sin internet.
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