En algún lugar de La Habana, en medio de un auditorio lleno, una mujer se levanta entre el público y toma el micrófono. Se trata de una presentación de Silvio Rodríguez frente a una multitud conformada principalmente por jóvenes; tal vez es por eso que Silvio luce tan cómodo y despreocupado. La mujer que se levanta y toma el micrófono lo hace porque hace unos segundos, durante una breve interrupción, Silvio Rodríguez invitó a su audiencia a que hicieran comentarios o preguntas. Incluso los invitó a bailar, aunque aclara que bailar va a ser difícil porque no hay espacio.
La escena transcurre en un video que —calculo— fue grabado a principio de los años 80. La mujer del micrófono, bella y joven, aparece ahora en primer plano y con un marcado acento habanero inicia su pregunta: «hay una canción del disco Mujeres que se llama “Ya no te espero”. Que a mí me gusta, vaya, mucho esa canción; sin embargo no soy partidaria de que tus canciones sean entendibles porque en definitiva tú las haces para que cada cual las entienda a su forma. Pero en esa canción la verdad es que no…» La mujer alarga unos puntos suspensivos y sacude la cabeza en un gesto que indica que no tiene la menor idea de lo que Silvio quiere decir en esa canción.
Mientras veo el video, entiendo a la perfección el sentimiento de la mujer del micrófono porque yo mismo llevo media vida escuchando “Ya no te espero” sin entender nada. A veces pienso que la canción está dirigida a un amor perdido; otras veces pienso que se trata de un reclamo político cifrado en clave de versos ambiguos; y otras veces creo que es una adaptación poética del diario del Che Guevara en Bolivia. Cuando siento que la letra me está dando la razón en algunas estrofas, aparecen las otras estrofas con un sentido imposible de reconciliar con mi idea inicial. Al final quedo igual que al principio: volviendo una y otra vez a la canción sin entender su mensaje.
Pero en el justo momento en que la mujer alarga los puntos suspensivos y sacude la cabeza, Silvio la interrumpe y le anuncia que va a explicarle, que se trata de algo muy sencillo. De este lado de la pantalla mi corazón da un vuelco porque siento que mi incertidumbre está a punto de aclararse por fin. Sin embargo, la emoción me dura muy poco porque la mujer del micrófono, que parece no percatarse de lo que Silvio acaba de decir, continúa formulando su pregunta y dice que ella no quiere que le explique de qué trata ni qué significa porque, según ella, eso es imposible. Entonces Silvio Rodríguez, un poco desconcertado, le dice: «¿entonces qué es lo que tú estás preguntando?» Y la mujer, con el impulso que ya traía, termina su pregunta: «¿en qué circunstancia la escribiste?»
Silvio Rodríguez, con unos ojos decididamente maliciosos, y casi sin esperar a que se cierre el signo de interrogación, le riposta a la velocidad de un rayo: «ah bueno, en una circunstancia en la que ya no esperaba más.»
La mujer del video sacude la cabeza como celebrando la ocurrencia de Silvio. Yo, del otro lado de la pantalla, sacudo la cabeza porque siento que nunca voy saber cuál es la verdadera intención de “Ya no te espero”. Pero ahora, mientras busco el cierre que se me hace un poco esquivo, creo que lo mejor que pudo pasar es que Silvio no diera explicación alguna; porque de esa forma puedo seguir volviendo a esa canción inagotable y porque además puedo revivir las innumerables veces que uno de mis mejores amigos me ha dedicado sus más cariñosos hijueputazos, pues hace más de 20 años quedé en devolverle el Diario del Che en Bolivia que un día me prestó y que quedó descuadernado en mis manos. Sólo por el placer de escuchar una vez más sus afectuosos insultos es que ahora le digo: Ernesto, ya no lo esperes. Porque, en definitiva, existe entre los amigos del alma cierta clase de insulto que reconforta más que un abrazo.
@xnulex