Querida amiga,
Te escribo con el corazón desgarrado. Me hiere descubrir que piensas que Palestina no merece existir, y que tu fe te sostiene en esa certeza como si fuera revelación divina. Me duele porque te quiero, porque te guardo respeto, y porque sé que hablas con la convicción de quien cree sostener en sus manos la verdad de Dios, sin advertir que en ese gesto niegas la vida de un pueblo entero. Pero no lo es. Esa idea no proviene de las Escrituras ni de la palabra de Cristo: proviene de una maquinaria política, de un proyecto ideológico llamado sionismo que, con la complicidad de iglesias, gobiernos y ejércitos, se ha impuesto como dogma.
El sionismo no es religión, es colonialismo. No bajó del monte Sinaí, no lo reveló Yahvé en los desiertos de Judea. Nació en Europa, en el siglo XIX, en la misma época en que los nacionalismos inventaban genealogías para darle raíces a Estados modernos. Allí se tejió el mito del “gran exilio”. Esa narrativa luego encontró apoyo en potencias coloniales: en 1917, el Imperio Británico firmó la Declaración Balfour prometiendo a los judíos una “patria nacional” en tierras palestinas sin consultar a sus habitantes. Durante el mandato británico, se incubó la colonización que desembocó en 1948 en la Nakba, la expulsión de más de 700.000 palestinos de sus hogares.
Ese proyecto no ha cesado. Hoy Israel viola decenas de resoluciones de la ONU, mantiene una ocupación declarada ilegal por el derecho internacional y expande asentamientos que constituyen crímenes de guerra según los Convenios de Ginebra. No es una profecía cumplida: es un despojo continuado con aval político y militar de Estados Unidos y Europa, que financian con miles de millones de dólares al año la maquinaria de guerra israelí.
Y, sin embargo, desde púlpitos y canales de televisión, esa ficción se predica como verdad. Tú misma la repites con convicción: que Palestina sobra, que nunca debió existir. Y yo me pregunto cómo puede una fe que proclama amor negar la vida y la historia de millones de seres humanos. ¿Cómo puede alguien que sigue a Cristo justificar el arrasamiento de Gaza, los niños convertidos en cenizas, las familias enterradas bajo escombros? ¿Qué evangelio puede sostener que la sangre inocente es parte de un plan divino? Cristo nunca eligió un pueblo para destruir a otro; Cristo eligió siempre a los pobres, a los perseguidos, a los que lloran.
Lo que más me hiere, amiga, es verte abrazar con devoción a un Estado que desprecia tu fe, aferrarte a una estrella que no aparece en las escrituras, levantar una bandera que no es la de tus hermanos. Porque en Jerusalén, cuando los evangélicos pronuncian el nombre de Cristo en la calle, los judíos ultraortodoxos extremistas los escupen en la cara. Te humillan, te tratan como intrusa, y aun así rezas por ellos como si fueran santos. Esa fe que admiro en ti, esa fuerza que tantas veces te salvó en lo personal, se convierte aquí en obediencia ciega, en sumisión ante quienes te consideran inferior.
No estás sola en esa contradicción. Hoy, las derechas y ultraderechas del mundo —de Washington a Madrid, de Roma a Bogotá— visten de defensa propia el genocidio en Gaza. Celebran la ocupación, borran del mapa la palabra ‘Palestina’ y convierten a los muertos en cifras secas, sin latido ni duelo. Ese cinismo es una herida abierta que sangra en la conciencia. A ello se suman algunos pastores evangélicos que izan la bandera de ese país en sus púlpitos, pastores que sólo van detrás del diezmo y detrás del buey de la viuda.
Y todo esto no sucede de manera espontánea. Durante décadas hemos sido invadidos por una maquinaria brutal llamada Hasbara*: propaganda sionista disfrazada de periodismo, de entretenimiento, de discursos académicos y sermones, incluso de festivales de música y competencias deportivas. Ha penetrado nuestras universidades, nuestras pantallas, nuestros púlpitos, hasta el punto de convencernos de que Israel es víctima perpetua y nunca verdugo. Mira que Hamas, ese monstruo que abrió la puerta a este genocidio, es una criatura del propio sionismo: financiada y tolerada en sus orígenes por el Estado israelí para dividir a los palestinos y debilitar a la Organización para la Liberación de Palestina.
Pero hay algo que no te dicen: Tú, que te proclamas provida, ignoras que en Israel el aborto late con la legitimidad de la ley, con médicos y psicólogos que acompañan a la mujer que decide, mientras el varón queda al margen, sin poder reclamar el destino que sólo a ella le pertenece.
Tampoco te han dicho que no todos los judíos se identifican con el sionismo. Voces críticas como Norman Finkelstein, Ilan Pappé o movimientos como Judíos por la Paz denuncian la ocupación, las masacres y el apartheid. Muchos de ellos, desde su propia tradición, afirman que el sionismo es una traición al judaísmo ético que siempre defendió la dignidad humana. No es antisemitismo decirlo: es precisamente escuchar a quienes dentro del judaísmo denuncian la barbarie.
La realidad es otra, y aunque te incomode, te la digo: Palestina existe. Habita en cada olivo arrancado y vuelto a nacer, en cada niño llevado por la muerte, en cada madre que grita su desgarro entre las ruinas. Este pueblo persiste en la música, en la memoria terca que, aun herida por los drones, se aferra a la vida y se niega a desaparecer.
Este pueblo existe en los poetas que podrán salvarse y que contarán la historia, porque los medios que ves no darán la noticia. ¡Oh, la poesía, amiga! ¿Recuerdas que en tu juventud amabas los versos? Ya no lees versos, ¿cierto? Y menos de los poetas palestinos inmolados. Otro poeta, uno del Caribe, José Martí, hace más de un siglo escribió: “Ver con calma un crimen es cometerlo.”
Muchos poetas han muerto en Gaza. Fueron ellos los primeros en caer despedazados por los misiles sionistas. Así pasó con Hiba Kamal Abu Nada, una poetisa jovencita, que por cierto se parece a ti cuando tenías su edad. Hiba compartió algunos de sus versos al mundo, para morir a los pocos días. En uno de ellos decía:
“La noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles; silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo; aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración; negra, excepto por la luz de los mártires”.
Unas horas antes de volar en pedazos por un misil, publicó lo siguiente en sus redes:
“Si morimos, sepan que estamos satisfechos y firmes, y digan al mundo, en nuestro nombre, que somos personas justas / del lado de la verdad”
¿De qué lado estás tú, amiga? ¿De qué lado estás?, porque estoy seguro de que Dios te está observando.
Hiba Kamal Abu Nada, poeta asesinada.
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