La timidez ante la autoridad en las sociedades es inducida desde nuestra infancia por medio de la represión sexual que nos hace sentir culpables y ansiosos. Así nos convierten en hijos que se atan a sus padres. Eso lo insinuó Wilhelm Reich, miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Este judío indagó cómo la represión de carácter sexual crea servilismo y sumisión a una autoridad estatal, situación que propicia la explotación. Los siglos de esclavitud tienen una gran deuda con la represión sexual impuesta por los dogmas religiosos.
Esto consume gran parte de nuestra energía biológica y paraliza las capacidades intelectuales y críticas. La advertencia que hace Reich es que la represión se instala en el inconsciente y actúa como una epidemia. Esto propicia que los individuos y las masas no tengan la habilidad de gobernarse en el mundo psíquico, por eso se supeditan al gobierno y los poderes religiosos organizados. Cedemos nuestra soberanía nacional e individual a cualquier persona o cualquier cosa, sobre todo a la idea de un líder salvador, de un mártir o un caudillo.
Las tiranías corruptas, antes de ser instauradas, son tiranías psíquicas. Nuestra irresponsabilidad de escoger a los corruptos para que nos gobiernen tiene algo que ver con nuestras limitaciones de derechos a ser felices. Siempre cedemos. Siempre asentimos. Y lo hacemos porque estamos llenos de odio, de miedo, o de apatía.
Entendemos de manera tácita que ellos son superiores y nosotros inferiores porque nacimos y crecimos en una sociedad clasista y llena de ideales engañosos. No tenemos espacio sino para silenciarnos y mordernos la lengua y no decir nada, ni siquiera aceptamos la idea de la protesta como derecho.
Los corruptos no son tan diferentes a nosotros. Conviven en nuestro entorno. Nos saludamos con ellos y asistimos a una puesta en escena. Nuestros líderes son facetas de nuestros falsos egos. Son nuestras proyecciones. Para los psicólogos la proyección es un mecanismo de defensa que consiste en adjudicar a otros individuos (o, incluso, a otras cosas) el propio sentir, las ideas o reacciones que no aceptamos como nuestras. En estos días el teatro de nuestras proyecciones son las redes sociales y allí podemos ver cómo cualquier irrelevante expresión mediática se convierte en un tratado de política.
Es difícil aceptar como propia la corrupción reinante. Ella es producto de la sociedad en la que crecimos. Solucionarla exige nuevos seres y nuevas generaciones. Pero por ahora está ahí cada día creciente e inmodificable.
Así pasa con la violencia: a diario la vemos, nos creemos distantes de ella, pero es nuestra sombra. Dijo Doris Lessing: Todos nosotros hemos sido creados por la guerra, retorcidos y envueltos por la guerra, pero parece que lo olvidamos. Y ahí vamos de nuevo otra vez apostándole a la paz. Es un reto amoroso en un mundo que no está confeccionado para el amor sino para la competencia, un mundo que nos confronta, un mundo que nos educa para ser los mejores; un mundo que nos impone la soledad.
De manera psíquica apoyamos y abastecemos de complicidad a los corruptos. Lo saben los empresarios de la construcción, los arquitectos e ingenieros en Cartagena; en esta ciudad se creó el pasar por debajo de la mesa el 10 % de los contratos. Y no fueron los políticos, fueron los profesionales de la ciudad. Aunque después hicieron un maridaje eficiente.
La lista es larga. Bueno, ya el monstruo estaba creado desde nuestros orígenes, pero lo que hicieron fue alimentarlo de tal forma que se extendió por todo el país y hoy la costumbre es, ya no el 10%, sino el 20% por contrato.
El poder de los corruptos surge de nuestro deseo de ser gobernados. En nuestra empatía con lo superficial y fácil. Está en la esencia de nuestras ansias de superarnos. Pero lo negamos. El miedo hace que pidamos a gritos ser protegidos por ese tipo de gobernantes. La causa de la corrupción no yace en el individuo que gobierna sino en la psique de cada individuo que lo elige.