La situación política en Colombia se ha vuelto cada vez más tensa, especialmente en torno a la figura del presidente Gustavo Petro. Mientras el mandatario denuncia un complot para asesinarlo, es alarmante observar cómo una parte de los medios de comunicación minimiza esta grave denuncia, restándole importancia e incluso ridiculizándola, traicionando así la esencia del periodismo. A pesar de que la Fiscalía inició investigaciones el descrédito persiste. La intención es erosionar el impacto de la denuncia, pero por otro lado revela una peligrosa desconexión entre el poder mediático y la realidad de la violencia en el país.
En Colombia las amenazas a figuras públicas no son nuevas, pero cuando un presidente señala un intento de magnicidio, debería generar una reacción seria y responsable. Es preocupante que, en lugar de un debate o una investigación sobre ello, algunos sectores de la prensa opten por desacreditar o ignorar la gravedad de los hechos.
En ciertos sectores de la sociedad colombiana, persiste una peligrosa idealización de la violencia como solución definitiva a los conflictos políticos y sociales. La eliminación física del "enemigo", entendido como aquel que piensa distinto o desafía el statu quo, se celebra en algunos círculos como un acto necesario para "limpiar" la nación de sus disidentes. Esta mentalidad, profundamente arraigada en la historia de guerras civiles, conflictos armados y asesinatos políticos del país, se manifiesta en la glorificación de la muerte como herramienta de control social. Para estos sectores, matar no es un acto extremo o condenable, sino un medio legítimo de silenciar al opositor y asegurar la hegemonía de un pensamiento único. Esta visión trágica refleja el fracaso de una sociedad que no ha aprendido a convivir en la diferencia, perpetuando una espiral de violencia que ha marcado a Colombia durante generaciones.
En este escenario el rol de los medios en una democracia es crucial: deben ser un contrapeso al poder y, a la vez, una fuente confiable de información para la ciudadanía. Cuando se trivializan hechos tan serios como este, se deteriora la confianza en las instituciones, en el propio sistema democrático y se distorsiona la realidad. Más aún, se refuerza la polarización en un país ya profundamente dividido.
Empeñada en ello la prensa narcisista y miope ha cometido errores graves, pero sigue creyéndose infalible; en su afán de desdibujar cualquier logro del presidente ha sido incapaz de reconocer sus errores y lo peor, sigue creyéndose su propia versión de los hechos.
Esta actitud pone en evidencia la lucha de poder entre Petro y ciertos sectores que ven en su gobierno una amenaza a sus intereses. Sin embargo, jugar con la vida de una figura pública, sea quien sea, va más allá de las diferencias ideológicas o políticas.
Los medios deben estar a la altura del desafío y recordar que, en un contexto de violencia política, su responsabilidad es ser vigilantes y no volverse cómplices de un magnicidio escondiéndose en la indiferencia y el sarcasmo.