La sopa de los pobres de Reinaldo Giudici, 1884.

“Impuesto a la sopa”


Esta semana Petro nos recordó que, en tiempos de pandemia, en el gobierno de Duque, los pobres de Colombia pagaron “impuesto a la sopa”, mientras los ricos engrosaban sus arcas. Se constata así lo que dice el poeta Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego: “Hay tiempos en que el alma no existió”. No tuvieron alma aquellos que tomaron ventaja ante el miedo generalizado para obligarnos a pagar impuestos. 

Hoy se siguen oponiendo a cualquier ganancia o logro de grupos sociales vulnerados. Es paradójico: son políticos que siempre llegan al poder con votos de gente marginal, pero que toman decisiones que dañan a esa misma gente. 

Son tan torpes que no se dan cuenta que una oposición se debilita cuando afirman olímpicamente mentiras inmensas que ni la misma prensa cortesana puede desdibujar.

Lo que sí saben es amarrar votos, pues conocen al dedillo las artimañas de los cacicazgos en regiones en las que perviven las prácticas feudales. Tienen la honorabilidad de ladrones y ven a la política como una hacienda más; eso sí, nunca se preparan para ejercer su oficio de manera digna y honorable; les importa un bledo. Se trata de políticos que no leen, que no están formados para ejercer el fuero legislativo, han demostrado que son ineptos en el democrático ejercicio de la oposición y sin embargo deciden el destino de millones. 

Ni siquiera se cuidan de ponerse en evidencia festejando en las pantallas de televisión el logro de acciones contrarias al bien común. Toda esta baja estofa sabe de la ignorancia de millones de ciudadanos y, sin miedo ético, tergiversan aspectos de la vida nacional generando miedo y confusión. 

Se oponen a la idea de los impuestos progresivos. Esta idea no es nueva, surgió desde que el hombre empezó a acumular bienes y ha estado presente en la historia. 

Es bueno aclararles a estos ignorantes que no es cosecha de Karl Marx y Friedrich Engels, como nos quieren hacer pensar diciendo que toda propuesta social es “comunista”.

En la Grecia antigua, Aristóteles la defendió con el fin de que los ricos contribuyeran más que los pobres al bienestar del Estado y así generar justicia distributiva y estabilidad social. Lo hizo Cicerón en Roma; en el siglo XVII el inglés William Petty lo propuso para financiar la guerra; en el siglo XVIII también lo hizo Rousseau; Adam Smith insistió en ello en La riqueza de las naciones; luego David Ricardo en 1817; en Estados Unidos, entre 1890 y 1920, Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson, impusieron impuestos progresivos para reducir la desigualdad y financiar programas sociales; John Maynard Keynes (en 1936),  los defendió como una herramienta para estabilizar la economía y reducir la desigualdad y la crisis. 

En el siglo XX muchos países adoptaron sistemas de impuestos progresivos. 

En la actualidad, economistas como Joseph Stiglitz y Thomas Piketty defienden impuestos progresivos como solución para frenar la concentración de la riqueza y financiar inversiones públicas.

Pero en la Colombia de hoy estos políticos dicen que la inversión social sirve sólo para “fomentar la pereza en los pobres”, y que los subsidios deben acabarse. Analfabetismo que con orgullo divulgan en redes. Eso sin mencionar otro disparate: que la sana reactivación del recargo nocturno de los trabajadores es un “capricho político”. 

A lo largo de décadas han sentado sus traseros en la ignorancia de millones, pero lo bueno es que se avizoran mejores tiempos. Ya no pueden distorsionar la realidad y ocultar sus intenciones, porque la capacidad de desvelar mentiras por parte de millones de jóvenes votantes está hoy más depurada.


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