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La ventana de Overton y el control del relato en Colombia


En Colombia, el poder real no siempre se ejerce con votos ni decretos: muchas veces, se escribe en los titulares. Los grandes medios, lejos de informar de forma neutral, construyen una narrativa oficial que decide qué se puede pensar, decir y debatir. Ese filtro conceptual tiene un nombre: la Ventana de Overton.

Desarrollada por el politólogo Joseph Overton, esta teoría identifica un espectro que va desde lo impensable hasta lo legal. Las ideas pueden ser lo prohibido (tabú social), lo disruptivo (voces aisladas), lo debatible (entra en agenda), lo plausible (se legitima), lo popular (consenso ciudadano) y lo normativo (ley o política pública). El movimiento de esa ventana no es casual. Está dirigido por actores con intereses precisos: élites económicas, tanques de pensamiento y conglomerados mediáticos. En Colombia, el lenguaje no solo comunica: construye realidad. Y quienes poseen los micrófonos, poseen el poder de decidir qué cuenta como verdad.

Desde que Gustavo Petro llegó al poder, sus reformas han sido enmarcadas como peligrosas, guerrilleras, radicales o populistas. No importa que modelos similares existan en países como Canadá o Alemania: en Colombia, lo que incomoda al poder económico se empuja hacia lo indecible. La táctica es efectiva: si una idea se etiqueta como inviable, pierde legitimidad antes de ser discutida.

Los medios emplean un doble rasero. Mientras suavizan los errores de gobiernos anteriores como fallos técnicos, magnifican cualquier traspié del actual gobierno como crisis institucional. A través de un léxico cuidadosamente elegido —asalto, caos, amenaza—, convierten la transformación en sinónimo de desastre.

Detrás del telón, las conexiones son evidentes. Las juntas directivas de los medios están ligadas a bancos y gremios de todo tipo. No hay conspiración: hay estructuras de poder que controlan la agenda. El verdadero tabú no es el socialismo, sino cuestionar el neoliberalismo. Puedes hablar de paz siempre que no hables de redistribución; de pobreza, siempre que no nombres a los responsables.

La censura moderna ya no necesita prohibiciones explícitas. Usa algoritmos, editoriales y franjas estelares para invisibilizar lo urgente y amplificar lo conveniente.

La Ventana de Overton opera silenciosamente. Sobre todo, cuando, sin darnos cuenta, dejamos de creer en el Humanismo como horizonte ético y comenzamos a normalizar argumentos de ultraderecha que antes nos parecían inaceptables. Ideas que antes se reconocían como excluyentes, autoritarias o deshumanizantes, hoy se presentan como propuestas con sentido común o como necesidad de un orden. Así, el rechazo al otro, la criminalización de la pobreza o la nostalgia por regímenes autoritarios dejan de ser impensables y se vuelven opciones viables en el debate público. No es que el país haya cambiado de opinión de la noche a la mañana: es que la ventana se ha movido.

Colombia enfrenta una paradoja: mientras las urnas gritan por el cambio, los medios siguen dictando obediencia. La revolución que necesitamos no es contra las instituciones, sino contra los marcos mentales que nos enseñaron a resignarnos.

No se trata de remplazar una ideología por otra, sino de ampliar el espectro de lo decible. Democratizar la palabra es el reto. Los medios comunitarios, la pedagogía crítica y las redes sin bots pueden ayudar a romper el cerco.


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