Llegar a los sesenta


No suelo hablar de mí en este espacio, pero hoy hago una excepción: he llegado a los 60 años. No temo esta cifra; al contrario, la miro con gratitud. Al repasar mi camino, no importa si fue perfecto, siento que lo aposté todo. La memoria, ese aliado acomodaticio, atenúa lo malo y exalta lo bueno.

En la tradición japonesa, cumplir 60 años es llegar al Kanreki, un renacimiento simbólico que marca la culminación de un ciclo lunar completo y un regreso al inicio. Se celebra con ropa roja, símbolo de protección y renovación, y es como si uno se pariera a sí mismo. 

Ahora vivir más allá de los 60 años es común gracias a los avances médicos, esta edad sigue representando un nuevo comienzo, una oportunidad para redescubrirse.

Nietzsche decía que "la madurez del hombre es recobrar la serenidad con la que jugábamos de niños", y tiene razón. Este momento no solo invita a reflexionar sobre el pasado, sino también a redefinir el presente. Las prioridades cambian: la paz interior, la salud y las relaciones personales se vuelven centrales. 

Esta edad me trajo sanos engreimientos. Lo primero es que, pese a todo, me mantengo sin ser todo aquello contra lo cual he luchado. Se adquieren nuevas capacidades para vivir y conectar más con uno mismo y los demás. Los 60 traen una visión más amplia y generosa del mundo. El juicio cede espacio a la empatía y se entiende que cada persona lleva una historia única y que las diferencias enriquecen. Se escucha con atención y se responde con compasión. La capacidad para comprender a los demás no surge sólo de las experiencias, sino de haber enfrentado los propios errores y desafíos. 

A los 60, el sexo puede ser mejor que nunca. La madurez trae confianza y una comprensión profunda del cuerpo, tanto propio como ajeno. La presión por la perfección física desaparece, dejando espacio para la intimidad emocional y el placer consciente. La sexualidad se convierte en una expresión más auténtica del vínculo.

Otro engreimiento es la lectura. He vivido cercano a los libros y cada uno me regaló una vida nueva. Leer no es solo acumular palabras, es sumar experiencias y multiplicar vidas. 

Picasso afirmó, “la juventud es el mejor momento para ser rico y el mejor para ser pobre. Uno empieza a ser joven a los 60 años.” Hoy lo entiendo: cumplir esta edad no es solo un número, es una celebración de resistencia, aprendizaje y crecimiento continuo.

A los 60, la vida también enseña el arte de soltar: expectativas, rencores y cargas innecesarias que se acumularon con los años. Este desprendimiento no significa abandono, sino liberación. Es aprender que el éxito no se mide por logros externos, sino por la paz interior que cultivamos. En esta etapa, los valores esenciales —la conexión con los demás, el cuidado propio y la gratitud— se vuelven guías luminosas. Hay menos prisa por llegar y más deleite en estar presente, en disfrutar de cada conversación, cada abrazo, cada momento compartido. Si la juventud fue un ensayo vibrante, los 60 son la obra maestra, una sinfonía tejida con sabiduría, amor y plenitud.


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