Una gran amiga, tratando de hacerme una broma pesadita, quiso decir que yo tenía TDAH... y terminó afirmando, con una tranquilidad olímpica, que lo mío era TDT: Televisión Digital Terrestre. Al caer en cuenta del error rio con escándalo. Yo también, pero en el fondo el lapsus fue perfecto: en vez de un síndrome, me adjudicó un sistema de entretenimiento. Exactamente lo que han hecho hoy las redes con los padecimientos mentales: convertirlos en espectáculo.
Vivimos en la era dorada del “autodiagnóstico ilustrado”, donde basta con haber visto tres videos de 15 segundos en TikTok para creerse experto en salud mental. En este nuevo Olimpo del algoritmo, cualquiera que se sepa las expresiones “gaslighting”, “trauma”, “narcisista” o “ansiedad social” ya puede dar cátedra, sentenciar y, por supuesto, diagnosticar. Ya no hacen falta años de estudio ni un proceso clínico: basta con un “post” estéticamente editado, con fondo de lo-fi y tipografías suaves, para convencer a millones de que sufren de un trastorno borderline porque lloraron dos veces esta semana.
Las redes ya no informan: entretienen. Y lo hacen disfrazadas de sabiduría popular. Lo que antes era el consejo de la tía metida o del vecino metiche, ahora es contenido viral con millones de vistas. El problema no es que se hable de salud mental —todo lo contrario, es urgente y necesario—, sino que se banalice, que se convierta en tendencia, en etiqueta para el perfil, en excusa para el ego o, peor aún, en condena para los demás. “Mi ex era narcisista”, dicen sin pestañear. “Yo tengo TDAH no diagnosticado”, presumen como quien habla de su horóscopo.
Les confieso una culpa: una de mis ex, en ocasiones, es extremadamente “iracunda”, quizá con suficientes razones, pero a mí se me dio en un tiempo por calificar su comportamiento como Trastorno Límite de la Personalidad (TLP), y tal. Esto fue una grandísima irresponsabilidad mía. Juro no volver a hacerlo. Porque etiquetar a alguien con un diagnóstico psiquiátrico, sin formación ni contexto, no es solo un error: es una forma de violencia disfrazada de análisis.
No se ofrece ayuda, se sentencia. Y mientras tanto, los verdaderos pacientes —los que sí cargan con un diagnóstico clínico y una vida atravesada por el sufrimiento— se ven reducidos a caricaturas digitales. Esta cultura de la inmediatez ha hecho del conocimiento psicológico un juguete. La avalancha de datos —a veces ciertos, muchas veces rotundamente falsos— crea la ilusión de saber. Pero lo que produce no es conciencia ni comprensión, sino una nueva forma de ignorancia: esa que se disfraza de discurso informado.
Ya no se busca entender al otro, sino etiquetarlo. No se ofrece consuelo: se lanza el término de moda. Y mientras tanto, la psicología de verdad —esa compleja, rigurosa, humana— queda sepultada entre filtros, bailes y frases cliché.
Así que no: ver reels sobre “cómo saber si tu pareja tiene apego evitativo” no te convierte en terapeuta.
Repetir palabras de moda no es tener salud mental, ni empatía, ni profundidad. Es apenas eso: repetir. Como loros digitales, vestidos de coach de bolsillo, condenamos y diagnosticamos desde la soberbia de quien ignora cuánto ignora.