1.
Espero que los censores de la Web --o algún lambiscón-- no castiguen el título que transcribo de manera literal. Se trata de un libro de David Graeber que se lee en una tarde. El autor, fallecido en 2020, describe la aparición del trabajo humano como tal, pero al tiempo nos muestra su deterioro progresivo hasta el presente en medio de esta sociedad de consumo enfermizo.
La teoría que propone Graeber es que existe en el mundo actual una tendencia a generar trabajos inútiles y a deteriorar los entornos de labor.
El problema no surge porque ese jefe padezca el síndrome de "Dunning Kruger", esa distorsión cognitiva que lo lleva a sobreestimar sus habilidades o conocimientos sobre un tema o campo, considerándose especialmente dotado en áreas en las que, en realidad, es sólo moderadamente competente.
Algunos estudios que el lector perdonará que no cite, aseguran que esa pequeña porción de poder que se les otorga a esos mandos medios tiene el mismo efecto de una lesión cerebral. Pero esa condición cerebral no es precisamente lo que deteriora el ambiente laboral. El daño surge cuando esos poderes medios empiezan a considerarse poderes superiores, y son ellos quienes, a la larga no encajan y no comprenden el funcionamiento orgánico de las empresas o instituciones dado que no perciben sus propios límites y tienen una confianza incondicional en sus capacidades. Pero el asunto no termina ahí ya que son ellos quienes, desde esa “cresta”, imponen lógicas en dichas empresas.
El estudio entrevista a profesionales que hablan abiertamente de la infelicidad psicológica que envuelve sus días laborables. Para Graeber, un trabajo de mierda no tiene por qué estar mal remunerado, sino que es, a la larga una labor estúpida. Una entronización de la estupidez que reconocen los entrevistados y que saben que “no beneficia a nadie y que, si desapareciese, no causaría mella en el tejido social (más bien lo contrario)”. El CEO de una empresa, un burócrata o un teleoperador entrarían en esta categoría.
“Los profesionales más necesarios para el funcionamiento de las vidas de todos –sector sanitario y docente, pero también agricultores, basureros y cajeras– ganan bastante poco, mientras que la nómina crece conforme a lo prescindible que sea la profesión”.
Graeber cita a Dostoyevski: “El peor castigo era darle a un hombre una tarea a perpetuidad claramente inútil”. Sorprendentemente el 33% de los encuestados respondió que su trabajo no es socialmente útil.
2.
En 1930, John Maynard Keynes creyó que en 100 años el trabajo sería sustituido en gran medida por el ocio. Especuló con la implantación de un turno de tres horas diarias y una semana laboral de 15 horas hacia 2030. De alguna manera era la expectativa general de los economistas de su tiempo ya que aumentando los ingresos se podría elevar el nivel de consumo y así reducir las jornadas de trabajo.
La jornada laborar se redujo notablemente durante los 80 años siguientes, más por las luchas de los asalariados que por iniciativas de empresarios, en la mayoría de los países del mundo. Aunque faltan pocos años para el cumplimiento de la profecía de Keynes sin dudas sabemos que dicha meta es inalcanzable.
Limitar el tiempo de trabajo a 48 horas semanales había sido una de las principales demandas del movimiento sindical internacional y se consideraba como una aspiración legítima, no sólo para desalentar la competencia entre países y empresas, sino también como concesión a los trabajadores y como una manera de mitigar la influencia de la revolución bolchevique.
Pero Keynes no pudo prever el colosal influjo que tiene sobre nuestras vidas el hiper consumismo actual. Por el contrario, hoy la tecnología es usada para que todos trabajemos más.
Hoy en todos los continentes experimentamos un aumento en el número de personas que renuncia a sus trabajos. No estás feliz con tu trabajo, pero dejarlo no es una opción, o no cuentas con alternativas atractivas; entonces, puedes intentar "renunciar silenciosamente". Esa moda se ha extendido desde la pandemia en el continente europeo y se ha implantado en otros países. La gente no renuncia, pero trabaja a media marcha. Se llama renuncia silenciosa.
En efecto, esta es una tendencia en nuestro mundo actual, crear trabajos inútiles. Cada vez más empleados trabajan 40 o 48 horas a la semana, pero trabajando realmente unas 15 horas. El resto del tiempo, están en cursos, capacitaciones o seminarios de motivación. Para el autor la respuesta a esta situación subterránea en el mundo laboral contemporáneo no es económica, sino “moral y política”.
Una encuesta de 2021 en la que se entrevistaron a 2.017 trabajadores de Reino Unido, realizada por Glassdoor, un sitio web que analiza empleadores, encontró que más de la mitad de los entrevistados sentía que le faltaba equilibrio entre el trabajo y la vida personal.
Renunciar en silencio tiene entonces como objetivo restablecer ese equilibrio en situaciones donde el trabajo ha tomado tiempo de la vida personal.
También puede ayudar a separar tu autoestima personal de tu trabajo. Cuando todo lo que haces es trabajar, es difícil no enfocar tu sentido de valor en él.
Los fracasos percibidos en el trabajo, como no obtener el ascenso que querías o que no te reconozcan tus logros, pueden internalizarse como fracasos personales.
Esto puede aumentar la ansiedad y hacer que te preocupes por cómo mejorar tu rendimiento.
3.
Lo que critica hábilmente el autor es que pareciera que los miembros de la elite dominante pensaran que “una población feliz y productiva con tiempo libre, es un peligro mortal”. Por eso nos inculcaron que el trabajo es un valor en sí mismo y quien no está dispuesto a su reglamentación e imperio no merece nada.
Los interrogantes surgen. ¿Por qué nadie ha hecho nada? ¿Por qué tanta gente piensa que esto es normal, e incluso, deseable?
El autor resume en dos aspectos la situación de estos trabajos.
a.Tienen tan poco sentido que nadie se daría cuenta que la persona que lo hace desaparece.
b.Incluso el mismo trabajador considera su trabajo como inútil.
Lo peor de tener un trabajo de estos no es precisamente tenerlo, sino ser consciente de tenerlo.
Por eso el autor también nos avisa que en la actualizad existe un creciente proceso de “mierdificación” de todos los trabajos, ya que, así como están dadas las cosas, no existe ningún trabajo que no posea cierto grado de esto. Es decir, pocos trabajos carecen de tareas sin sentido.
En fin, en últimas les recomiendo que lo lean y que vean en detalle la tipificación que Graeber realiza de los trabajos de mierda: los lacayos (existen para que otros se sientan importantes), los esbirros (trabajos sin valor social positivo), los parcheadores (resuelven problemas que no debieran existir), los marca casillas (empleados que trabajan para permitir que una empresa pueda afirmar que está haciendo algo que de hecho no hace, escritores de informes corporativos que nadie lee) y los supervisores (se dedican a asignar tareas a los demás, tareas que se hacen sin que nadie los tenga que supervisar). Revise a ver si el suyo se encuentra en dicha tipología escatológica.
Por último, recuerde que la creación de un trabajo de mierda suele utilizar una contundente narrativa de mierda que justifique la existencia del puesto, esa narrativa la tienen los coaches y los motivadores.
Para rematar, el autor cree, que millones de oficinas podrían desaparecer sin hacerle daño al mundo y que además podría redistribuirse mejor el tiempo y la calidad de los empleos. Para él no hay dudas de que se trata de una cicatriz en nuestra alma colectiva y que dichos trabajos “son formas de violencia psicológica dirigidas a la esencia misma de lo que significa ser humano”.