Aunque tu no tengas fe en Dios, Dios si tiene fe en tí.
En la bulliciosa mañana de un día que parecía decidido a desafiarlo, Martín se encontraba corriendo por los pasillos de la universidad. Con el corazón martilleándole el pecho y el sudor perlado en su frente, se aferraba desesperadamente a la esperanza de llegar a tiempo. El examen que tenía esa mañana no era solo otro desafío académico; era el portal a su futuro, una oportunidad para graduarse y abrir las puertas a nuevas posibilidades en su vida.
Pero el destino parecía burlarse de sus esfuerzos. Las calles congestionadas y el transporte público impredecible lo habían retrasado, y ahora, con cada paso hacia el aula de examen, el tiempo se le escapaba como arena entre los dedos.
Finalmente, jadeando y con el corazón en la garganta, Martín llegó a la puerta del salón. Con manos temblorosas, golpeó suavemente, como si temiera que el simple sonido pudiera derribar sus últimas esperanzas.
El maestro abrió la puerta, y en su rostro se dibujó una mezcla de sorpresa y preocupación al ver a Martín en ese estado desaliñado y apresurado. Martín, sin atreverse a levantar la mirada, apenas pudo articular una súplica por entrar.
El maestro lo estudió por un momento, y en ese instante, algo cambió en su expresión. Era como si viera más allá de la apariencia desordenada de Martín y vislumbrara algo más profundo, algo que merecía una oportunidad.
En un acto de pura misericordia, el maestro cedió. Sin necesidad de excusas ni explicaciones, le permitió a Martín entrar al salón y presentar el examen. No era un gesto de indulgencia, sino de confianza. El maestro conocía a Martín, conocía su dedicación, su esfuerzo y su potencial. Y en ese conocimiento, depositó su fe.
Una vez dentro, Martín se enfrentó al desafío que tenía frente a él. Con el tiempo ya en su contra, se sumergió en el examen, dejando atrás el miedo y la duda. Cada pregunta respondida era un paso hacia la redención, hacia la salvación de su futuro.
Al final del día, cuando las tensiones se disiparon y los resultados fueron revelados, Martín se encontró entre los que habían pasado el examen. Había sido justificado por la fe del maestro, por esa confianza inquebrantable que había sido su salvación en ese momento crucial.
La fe del Maestro
Pero la verdadera lección llegó después, cuando reflexionó sobre su experiencia. Se dio cuenta de que la fe del Maestro había sido el primer paso, pero su propia obra, su determinación y su valentía para enfrentar el desafío, habían sido la clave para su éxito.
Ese día, Martín comprendió profundamente el poder de la fe y las obras en su vida. Se dio cuenta de que era la combinación de ambas lo que lo había llevado al éxito, demostrando que aunque la fe que el maestro tiene en ti pueda abrirte la puerta del examen, son las obras, consecuentes con esa fe, las que te permitirán ganarlo.
La puerta está abierta. Ahora entra, presenta y gana el examen.