Si es consumidor asiduo de los libros de Paulo Coelho, Deepak Chopra, Osho o es de los que cree que los manuales de autoayuda son imprescindibles para afrontar los obstáculos de la vida, probablemente le guste Eat, pray, love.
La historia de una mujer profesionalmente exitosa que una noche se da cuenta que ya no ama a su marido, no sabe en qué consiste su vida ni para dónde va, la crisis es inminente, las lágrimas salen a raudales y en un acto de desesperación se arrodilla en el baño y le pide ayuda a Dios.
Al parecer la respuesta del Altísimo fue “vete de vacaciones”. Cuántas veces no hemos escuchado a nuestro inconsciente diciéndonos lo mismo para volver a la triste realidad al recordar el estado de la cuenta bancaria.
La mujer, fiel representante del estilo de vida neoyorquino que tan bien conocemos gracias a Sex and the city, firma los papeles de divorcio, arma maletas y decide tomarse un año sabático, no 15 días habiles, lo que tenemos derecho los asalariados colombianos, ni 30 si nos aguantamos dos años seguidos sin vacaciones, no, ella se toma un año en el que se va a Italia, India y Bali.
A pesar de estar supuestamente en banca rota, emprende un viaje en el que espera encontrarse con ella misma. A su paso por Italia come hasta saciarse y le predica a su amiga europea, preocupada por los gorditos que le puedan salir de tanto comer, que ningún hombre la va a rechazar al verla desnuda por unos insignificantes gordos en la cintura, que lo mejor es no preocuparse por eso y más bien comprarse unos jeans de una talla más grande.
En India debe dejar la glotonería a un lado, pasa de recorrer las calles empedradas a lavar los pisos de piedra e intentar infructuosamente meditar al son de unos cánticos que no entiende.
A esta altura iba más de una hora de película y yo seguía sin comprender el funcionamiento del engranaje cerebral de esta mujer. ¿Qué es lo espectacular de su historia, por qué su libro, con el mismo nombre del film, se volvió un Best Seller? ¡Lo único que hizo fue irse de vacaciones!
Mientras, ella sigue allí, intentado encontrar una afinidad con ese estilo de vida zen que no comparte y por lo tanto, como espectadora, no encontraba ninguna conexión con la película.
Las historias de las personas que se cruzan en su camino tampoco son lo suficientemente conmovedoras, personajes que escapan o intentando eludir su realidad: el hombre alcohólico que casi atropella a su hijo y la joven hindú con un matrimonio arreglado por sus padres no superan el cliché.
Al llegar a Bali todo es felicidad, su verdadero guía espiritual es un pequeño hombre sin dientes, un curandero que siempre está riéndose y quien le promete revelarle todos los secretos de su oficio a cambio de que ella transcriba a mano las indicaciones y recetas que fueron acumulando y trasmitiendo de generación en generación sus antepasados.
El pequeño hombre desdentado le dice que tiene que meditar sonriendo con la boca, con toda la cara, con todo el cuerpo y todos sus órganos, sonriendo hasta con su hígado.
¡Epifanía! Logra meditar en una cabaña en el medio de la nada rodeada de naturaleza y con el sonido de las olas arrastrándose por la arena, ¡Así quién no!
Finalmente encuentra el amor, un brasilero, comerciante y amante del bossa nova, con varios años encima sin conocer mujer alguna, el punto exacto entre el hombre ideal y el latin lover, se enamoran y viven felices por siempre jamás gracias a las regalías que reciben por el libro y ahora, por la película.
Julia Roberts (Liz Gilbert la neoyorquina inconforme y aventurera) es mucha actriz para esa película, creo que en Nothing Hill, donde casi que hace el papel de ella misma, una exitosa actriz estadounidense, requirió más esfuerzo de interpretación.
Javier Barden ha heredado la labor de Antonio Banderas, encarnar a todos los personajes exóticos que no sean norteamericanos. En su cosmovisión limitada, los gringos consideran que un americano es un americano y un británico un británico pero los españoles, portugueses, mexicanos, colombianos, argentinos y demás, somos todos la misma vaina.
A diferencia de Banderas, Barden es un buen actor, aunque los últimos trabajos no lo revelen, no hay mucha diferencia entre el papel que interpretó en Vicky Cristina Barcelona y el de Eat, pray, love... Hollywood lo convirtió un latino más.
Rescatable de la película: Las imágenes. La composición de algunas escenas son hermosas fotografías fijas, los colores vivos en los platos de comida en Italia, en las telas de los saris de las hindú, en el elefante maquillado y en el mar y toda la vegetación en Bali le dan vida a una película en la que no pasa nada.
La banda sonora es algo para conservar pero el futuro DVD es completamente descartable y fácilmente olvidable.
Al margen: Para más indignación (mía y sólo mía) buscando fotos de la película encontré todo un merchandising entorno a Eat, pray, love, productos de belleza y accesorios. Al parecer, según Hollywood, las crisis existenciales de la mujer moderna se curan con un consumismo nervioso.