El secreto de sus ojos


“El tipo puede cambiar de todo: de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios… pero hay una cosa que no puede cambiar, Benjamín: no puede cambiar... ¡de pasión!”, Sandoval en El secreto de sus ojos.
La pasión es lo que mueve e impulsa a los seres humanos. Básica, esencial, prohibida, peligrosa o inofensiva es la que determina y motiva muchas decisiones.
El secreto de sus ojos (2009), producción argentina ganadora del Oscar a mejor película extranjera este año, es un thriller de suspenso con el halo lúgubre y el misterio sin resolver que caracteriza a ese género, con un ingrediente adicional, el tema que subyace en las historias que se entrelazan son las pasiones que se adhieren en el alma de los personajes y determinan el rumbo que van a seguir.
Benjamín Espósito (Ricardo Darín) es un investigador penal en la Argentina de la década de los 70 a quien le toca asistir a la escena del crimen de una joven mujer.
Con la ayuda del marido, logra identificar al asesino y después de una extenuante persecución en medio de un partido de fútbol, con una secuencia de escenas sorprendente que empieza con una panorámica del estadio hasta meterse en la multitud apretujada y exaltada, atrapa al principal sospechoso quien confiesa el asesinato.
La corrupción del sistema penal y un viejo rencor de un compañero de Espósito permiten que el asesino salga libre complicando la vida de todos los que estuvieron involucrados en la investigación.
25 años después, ya retirado, Espósito empieza a escarbar en sus recuerdos con el propósito de escribir un libro sobre el crimen que quedó impune pero termina reviviendo los sentimientos que no había sido capaz de confesarle a su jefe, Irene Menéndez Hastings (Soledad Villamil), una burguesa que llegó a trabajar al juzgado poco antes de que ocurriera el asesinato.
La falta de una conclusión en la historia luego de tantos años, lleva a Espósito a retomar la investigación encontrando mucho más de lo que se imaginaba. Un final sorprendente que deja una sensación de impotencia ante esas pasiones que se cargan como un lastre de por vida.
Aunque en momentos puede resultar un poco lenta, los flashback que dividen la historia le aportan la agilidad necesaria para que el espectador no pierda el interés.
Desarrollar las historias en diferentes etapas de la vida de los personajes siempre es un reto para los realizadores y en contadas ocasiones resulta ser creíble.
El ejemplo más evidente fue El amor en los tiempos del cólera donde los actores terminaron pareciendo caricaturas de ellos mismos; y en la esquina opuesta, aprovechando todos los beneficios que la tecnología y los efectos especiales pueden aportar a una caracterización, está El curioso caso de Benjamin Button.
En El secreto de sus ojos, el maquillaje y el vestuario son empleados a la perfección para recrear la época en la que ocurrió el crimen y para evidenciar el paso del tiempo en los personajes, quienes envejecen sutilmente y de forma creíble sin opacar las actuaciones.
Aunque cuenta con diálogos brillantes que seguramente fueron tomados del libro en que se basa la historia, La pregunta de sus ojos, escrito por el argentino Eduardo Sacheri, y con un humor sutil que no desentona con el estilo de la película; son las actuaciones, tanto de los protagonistas, Darín y Villamil, como las de los secundarios (Guillermo Francella, Pablo Rago y Javier Godino) las que transmiten todo el poder de la película y conectan al espectador con los sentimientos de los personajes sin caer en las exageraciones, recurriendo simplemente a los silencios y a las miradas.
Lamentablemente son pocas las producciones latinoamericanas de calidad, como El secreto de sus ojos, que llegan a las salas de cine del país. Casi siempre lo hacen después de una larga penitencia por medio mundo y de haber acumulado algunos premios.
La periodista brasilera Ambar de Barros decía hace poco en un panel organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano que estamos más acostumbrados a estar al tanto de la realidad norteamericana que de la realidad de nuestros vecinos, sabemos más de la historia y cultura de Estados Unidos que de la de Brasil, Venezuela o Argentina.
El cine y la televisión son medios que nos permiten vernos como latinoamericanos, reconocer nuestras similitudes y diferencias, aciertos y desaciertos, pero la mayoría de los programas y películas que se consumen ávidamente cuentan historias que pueden ser entretenidas, divertidas e interesantes pero lejanas a la realidad de nuestra región, hace falta que más producciones cuenten nuestras historias con el nivel y la calidad de la adaptación de Juan José Campanella.


TAMBIEN TE PUEDE GUSTAR