El vuelco del cine colombiano


Aunque la Ley de Cine de 2003 ha beneficiado a los productores y directores nacionales que se embarcan en la aventura de hacer una película, esta labor sigue requiriendo mucha pasión y perseverancia.
Las dificultades no han impedido que jóvenes realizadores luchen por sacar sus producciones adelante así sea con las uñas, recurriendo a todas las ayudas que brindan los organismos nacionales, internacionales y en ultimas rebuscando los pesos que faltan en su propio bolsillo.
La tenacidad da frutos en algunas ocasiones y el producto final resulta ser una producción que, a pesar de sus dificultades, sorprende a la crítica internacional y después (casi siempre después) llegan los elogios nacionales.
Dos casos particulares sirven de ejemplo: Ciro Guerra y Oscar Ruiz, dos jóvenes directores que no sólo se metieron en la vaca loca de hacer cine en Colombia, también se arriesgaron con temas que se apartan de la tendencia nacional: narcos, traquetos, drogas, siliconas, violencia; lo único que se ve en la televisión desde que empieza el primer noticiero de la noche hasta que se acaba el prime time; y el mismo tema trillado de muchas de las producciones cinematográficas nacionales desde finales de los noventa.
Guerra y Ruiz se alejaron de eso, optaron por contar grandes historias a través de personajes comunes y corrientes, no porque sean simples o monótonos sino porque fácilmente se pueden encontrar en cualquier ciudad o pueblo de Colombia.
Guerra logró reconocimiento con su primera película, La sombra del caminante (2004), la historia de dos extraños personajes unidos por su necesidad de buscar los medios para sobrevivir en una ciudad grande como Bogotá.
La soledad de la capital que recorren los personajes es transmitida a través de las imágenes en blanco y negro en que fue filmada la película.
La sombra del caminante acumuló reconocimientos desde antes de su primera proyección, ganó el premio Cine en Construcción del Festival de Cine de San Sebastián de España que le dio al realizador y su equipo los recursos para terminarla y la oportunidad de seguir acumulando reconocimientos en otros festivales.
El año pasado estrenó Los viajes del viento. La historia de un juglar veterano que quiere devolverle el acordeón a su maestro porque cree que carga una maldición; en su camino se cruza con un aspirante a acordeonero que persiste en ser su aprendiz y en acompañarlo en su último viaje.
Veterano y aprendiz recorren la Costa Norte del país mostrando los paisajes de la región a través de una fotografía cuidadosamente pensada.
Este año, la sorpresa la dio una película que se realizó sin muchas pretensiones en La barra, un caserío olvidado de Dios en el Pacífico colombiano.
El mismo pueblo y sus habitantes fueron la inspiración del director Oscar Ruiz Navia para su primera película, El vuelco del cangrejo.
Aunque el personaje principal es un joven que llega al caserío huyendo de él mismo y con la esperanza de encontrar allí un destino al que dirigirse, la verdadera historia es la lucha de los nativos contra los colonos que llegan del interior del país desplazándolos y apropiándose de sus tierras y sus recursos, un problema que se repite en muchas poblaciones.
La narración tiene algunos vacíos. Al igual que el protagonista, no se sabe de dónde viene ni para dónde va la historia pero la actuación de los personajes locales, en su mayoría interpretados por los mismos habitantes de La Barra, le dan fuerza a la película.
Las largas tomas de los habitantes del caserío y de los paisajes de selva y mar del pacífico dan la sensación de lentitud que sólo se experimenta en las pequeñas poblaciones que parecen detenidas en el tiempo y que se resisten a los cambios.
Guerra y Ruiz representan el cine joven nacional alejado de los lugares comunes pero sin ser ajeno a la realidad. La violencia y el conflicto interno que se han vivido por años en el país han afectado de muchas formas a todos los colombianos y los nuevos directores están utilizando otras formas y un lenguaje diferente para contar esas historias.


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