Con esos antecedentes que tenía de The Wolf of Wall Street, me extrañó cuando vi entrar a la sala una familia con niños, ¿Quién lleva niños a ver una película de Scorsese? ¿Quién? En la primera escena, donde la voz en off de Leonardo Di Caprio, en el papel de Jordan Belfort, un corredor de bolsa, empieza a contar la historia de su vida mientras en la pantalla grande lo vemos en un primer plano soplar cocaína en el trasero amplificado de una prostituta, me acordé de los niños que acaban de entrar y no pude sentir más que incomodidad.
The Wolf of Wall Street es obscenamente excesiva simplemente porque si, el personaje principal no tiene ningún tipo de moral ni sentido del autocontrol. Es un estafador de cuello blanco que vende acciones de empresas de garaje que valen centavos a precios inflados a tipos de clase media que a duras penas tiene para pagar la hipoteca de su casa. La filosofía es: “yo le daré un mejor uso a ese dinero” y muestran el Lamborghini Blanco, el penthouse, el helicóptero, el yate, la casa, las prostitutas, la esposa y toda la variedad de drogas que el dinero que ganaba con las comisiones del 100 por ciento le permitían comprar.
Técnicamente no tiene nada que criticarle, los personajes son repulsivos pero están tan bien presentados que generan empatía, el ya clásico estilo narrativo de Scorsese con la voz en off del personaje principal hace que el espectador casi que se meta en la piel de Jordan Belfort, algo completamente desagradable pero aun así quieres seguir viendo.
En la película solo se regodean en los excesos, no muestran a las víctimas, todos los que fueron estafados, todos los que perdieron sus ahorros por creer que alguien tiene el poder mágico de multiplicar su dinero, no muestran a un personaje principal transformado por el remordimiento o por haber tocado fondo. Solo muestra un glamoroso mundo lleno de drogas.
Esa es la grieta más grande de la historia, la rehabilitación ocurre mágicamente, un día Belfort no quiere morir sobrio cuando a traviesa una tormenta en su yate y al día siguiente está tomando una cerveza sin alcohol. Así, mágicamente también logra librarse por un tiempo de las investigaciones que el FBI le abre a su empresa sin perder un centavo.
Finalmente el tipo se regenera, deja el alcohol, las drogas, la esposa lo deja, el FBI lo atrapa pendejamente por evasión y él ¿qué hace? Se reinventa, se convierte en un gurú de la ventas, y allí lo vemos en una magnifica escena final en un auditorio lleno de tipos comunes y corrientes que lo miran y lo escuchan absortos como si fueran borregos frente el lobo encantador.
Ese es el caso de la vida real de un estafador drogadicto que vive sin importarle nada y casi sin pagar ninguna consecuencia y otro más lamentable, más cercano a la realidad y no a la fantasía facilista del Hollywood, el de Philip Symore Hoffman, un gran actor que dejó muchas películas por hacer y muchos personajes que recrear.