Entre extremos: aprender a convivir en tiempos de polarización


En nuestra sociedad siempre ha estado presente la polarización política, pero hoy la sentimos más presente que nunca. En Colombia, la gente parece vivir dividida en bandos que no conversan sino que se gritan con odio. Lo que antes era un debate de ideas respetuosas ahora se volvió una discusión constante donde el otro no es un adversario sino casi un enemigo.

Las redes sociales juegan un papel enorme en esto porque amplifican los extremos y premian el escándalo. Basta ver cómo una discusión política en X o en Facebook termina en insultos en cuestión de minutos. Eso ha hecho que la política se viva más desde la emoción y la pasión que desde el razonamiento.

También está el tema de la confianza. La gente ya no cree en los partidos tradicionales, entonces busca respuestas rápidas en discursos que suenan fáciles pero que en realidad son simplistas. La frustración del pueblo crece cuando estas promesas no se cumplen y como resultado, la división también aumenta.

El resultado es un país donde parece imposible ponerse de acuerdo y donde cada lado cree que el otro representa un peligro. Y eso es delicado porque la democracia necesita mínimo un punto en común para avanzar.

Pero también hay que aclarar algo importante: la polarización, en esencia, es la existencia de dos posturas muy distintas dentro de una sociedad. Por sí sola no es negativa; de hecho, es parte natural y esencial de la democracia porque una democracia real se nutre de la pluralidad y del debate. Es normal que haya izquierda y derecha, conservadores y progresistas, quienes apoyan una reforma y quienes no.

La cuestión está en cómo manejamos esa polarización. No nos podemos engañar: siempre va a existir, y de por sí eso no es malo, pero debemos prevenir que esas diferencias terminen en violencia o confrontación destructiva. Nuestra democracia se fortalece cuando convivimos respetuosamente con los que piensan diferente, aprendemos a escuchar antes de atacar y debatimos sin odio. Porque al final, lo que realmente sostiene a una sociedad no es la división, sino la capacidad de entenderse y trabajar juntos.